Publicado originalmente en Altavoz y El Comercio. Republicado en Enfoque Derecho con autorización del autor.

Si cree que la compra de Epensa (Correo, Ojo, Ajá y El Bocón) por parte de El Comercio representa un riesgo para el periodismo independiente y para la calidad de los productos periodísticos que compramos, está usted de acuerdo conmigo; sin embargo, si cree que el Estado debe intervenir, le pido por favor que lea sin prejuicios mis argumentos en favor de la postura contraria.

Defender una posición monopólica en un mercado como el periodístico es un camino que no puedo tomar. Por más que creo en la libertad como en pocos ideales, en la prensa, el pluralismo nutre el debate. Sin debate no hay periodismo. Mientras más diarios con más posturas políticas existan, mejor.

Mientras más debate se genere en torno a ideas que podrían ser polares y quizás se acerquen al dialogar, mejor.

Entonces: tenemos un problema. Un grupo empresarial tiene casi el 80% de los diarios impresos que hoy se leen en nuestro país. Ahora: creer que el Estado debe limitar esta situación implica evadir dos argumentos que hacen de esta propuesta una contradicción en sí misma y, además, una violación a la propiedad de quienes nos guste o no han manejado una empresa (gerencialmente) de modo adecuado y han logrado, a punta de esfuerzo, la posición que tienen.

Cuando se habla de regulación de la prensa se debe, de inmediato, dividir la discusión en dos grupos: la prensa radial y televisiva, por un lado; y la prensa impresa y virtual por otro. ¿Por qué? El espectro radioeléctrico tiene frecuencias finitas. No pueden haber más de cierto número de frecuencias moduladas (FM) ni de canales nacionales en la televisión. El riesgo de una posición monopólica abusiva existe, ya que no podrían entrar nuevos competidores al mercado.

Al hablar de prensa escrita, en cambio, no vamos a encontrar barreras de entrada al mercado. Si usted quiere poner un diario (impreso o virtual) mañana, puede. La oferta de diarios depende solamente de la cantidad de empresarios que apuesten (que apostemos) por negocios de este tipo. Por supuesto que el liderazgo de El Comercio es innegable, pero se debe en gran medida a que mucha gente compra sus productos voluntariamente (teniendo muchísimas otras opciones).

Si revisamos la cuestión desde el lado de los lectores (la demanda), veremos que la libertad de elegir de éstos está intacta. Nadie obliga a quienes quieren informarse por escrito a comprar un diario u otro. Nadie lo ha obligado a leer este artículo en este diario. Si usted deja de comprar un diario no habrá ninguna consecuencia. La elección de qué diario leer es de cada comprador todos los días.

Quienes abogan por la intervención del Estado en la economía (de acuerdo con lo que nuestra Constitución dicta) suelen hacerlo bajo la lógica de que el Estado debe asegurar la libre competencia. Bueno, en este caso la libre competencia está viva y coleando. La cuestión está en que la competencia la está ganando un grupo y a los demás (me incluyo como fundador de este diario) no nos conviene.

El hecho de que una situación se aleje muchísimo (y cada vez más) de lo ideal para quienes no lideran una competencia no nos da licencia para hacer trampa. Intervenir un mercado sin distorsiones (como el de la prensa escrita) es hacer trampa. ¿Si es que un grupo lograse una posición monopólica en la prensa en internet también habría que regularlo? Además, hay un problema que podríamos engendrar con una medida como esta que no hemos, quizás, ponderado:

Las leyes no pueden hacerse en base a situaciones particulares. El resultado de ese tipo de legislación es un atentado en contra de los derechos de los ciudadanos y una desnaturalización del sistema jurídico. Hoy el contexto democrático es, en buena cuenta, favorable y nuestra libertad (política y de prensa) va, mal que bien, avanzando; sin embargo, ¿qué nos asegura que esto seguirá siendo así?¿Le vamos a entregar al Estado la llave de la libertad de expresión? El Estado ha sido, probablemente, el más feroz enemigo de la libertad de prensa en la historia de nuestro país. ¿Le vamos a dar al poder político la capacidad de silenciar al único contrapeso que tiene?

Entiendo que la situación actual invita al debate y comprendo el miedo que quienes están vinculados al negocio de la prensa sienten. Lo entiendo porque yo lo siento. Lo entiendo porque sé lo que es convivir todos los fines de mes con el hueco en el estómago que la palabra “planilla” perfora. Lo entiendo porque este diario nació, justamente, para poder exponer ideas distintas de formas distintas. Tengo tanto que perder con esta apuesta como todos los periodistas que creen en su libertad y como todos los empresarios que apostaron por la prensa.

A pesar de todo lo anterior, no puedo invocar al Estado para resolver este problema. Creer en el libre mercado y en la libre competencia no es llenarse la boca de frases con acento Chicago, sino defender el derecho a ganarte de quien te va ganando y asumir las consecuencias de tener que ganar los partidos en la cancha. Repito, tenemos un problema: El Comercio tiene más del 80% de la lectoría de prensa escrita. Tenemos dos opciones: pedimos ayuda al Estado (y vulneramos la propiedad de los propietarios de EC y ya después nos hacemos los demócratas) o trabajamos más, dormimos menos y encontramos una manera de vender cada día más para poder hacerles la competencia y tratar de ganarles.

Finalmente ¿sabe quién ganará con esta competencia por ver quién tiene el mejor diario? Usted.

Puede leer la versión completa del texto aquí.

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