Por Carlos Andrés Gómez Ramos, ex miembro de la Asociación Civil Themis y practicante del Estudio Payet, Rey, Cauvi, Pérez Abogados

Cuando era niño, a un amigo, por su décimo onomástico, le pareció interesante emprender un proyecto agrícola en el jardín de su casa. Agarró una porción de tierra y en su cándido optimismo se dispuso iniciar el manejo de un pequeño huerto, esparciendo semillas de todo tipo de árboles frutales, vegetales y especies. Esta divagación es un breve relato sobre lo que pasó y sigue pasando con aquel huerto y quizás así dar con algunos vestigios del porqué.

En las últimas semanas, junto con las ya clásicas aventuras de la pareja presidencial, y la pregunta ulterior a cada titular que figura en los diarios: “¿lo hizo o no lo hizo?”, hubo un tema en la agenda política, económica y hasta ambiental. La controversia circundante al Lote 192, desatada por un contrato por vencer, el conflicto social y la consulta previa-ya signo distintivo registrado y patentado de nuestro país-,y una licitación que desde ya se perfila como “cuestionable”; ha sido una variable perenne en la gestión periodística. Mucho se ha dicho, e interrogantes no han faltado: ¿Es constitucional? ¿Se está infringiendo alguna ley? ¿Qué tanto influyó la coyuntura política y electoral? ¿Es correcta la decisión? Y por supuesto, ¿lo hizo o no lo hizo? Lejos de ofrecer una respuesta a alguna de estas inquisiciones, me parece imperante añadir algunas más a la mezcla, unas que se han empezado a generar pero sobre las cuales debe hacerse hincapié. Estas líneas no buscan arribar a una respuesta concluyente; no hay un “el propósito del presente escrito es…”, ni un “en el presente trabajo se analizará…”, porque contrario a lo que predican y demandan algunos editores, la realidad es otra. En el mundo -y particularmente en el nuestro, gris, opaco, confuso y extraviado- hay un puñado de respuestas para una infinidad de preguntas. Hay inconsistencias, incoherencias, contradicciones y contraindicaciones. Si el lector me ha acompañado hasta aquí y por qué no, algunas líneas más, quédese con eso.

Cuando mi amigo inició su proyecto sus padres le dieron algunos consejos e inclusive se ofrecieron a apoyarlo y trabajar con él hasta que todo pareciese encaminado a buen puerto. Pero en su necedad, obstinado y decidido a hacer de este “su” proyecto, declinó la oferta.

Sí, el estado tiene un historial largamente cuestionado sobre su capacidad como administrador de iniciativas empresariales, y fue por esto que hace algunas décadas la corriente económica fue re direccionada hacia el sector privado y los esfuerzos se tornaron a mostrarnos como la fruta más dulce ante los ojos del inversor privado. Coincidentemente, este cambio de políticas se sincronizó con el reflote de la economía y el llamamiento al capital privado ha sido la base del crecimiento que hemos venido experimentado desde entonces. Esto a tal punto que el des aceleramiento del flujo ha tenido un efecto inmediato en la gestión monetaria, activándose las alarmas de los asesores financieros del régimen, quienes exhiben los grandes proyectos mineros próximos como escudo de batalla siempre que el debate se torna hacia el piloto automático tomando asiento en el banquillo. Y sobre esto, reflejado en la polémica que nos aflige a día de hoy, hay dos temas a considerar:

a) “La fruta más dulce” se acaba de tornar más agraria. Ante los ojos de los inversores el Perú acaba de comportarse como el niño con la pelota nueva y brillante, invitando a todos a jugar con él para finalmente, decantarse por jugar solo. A este paralelismo hay que añadirle que, quienes vinieron a jugar incurrieron en costos de transacción traducibles en gastos de cifras nada desdeñables. Hay un pasivo intangible aquí, pero que no por ello debe ignorarse, un factor que en el mundo empresarial tiene un valor inconmensurable: la reputación. Si el estado quiere ponerse el gorro de empresa, entonces debe jugar a empresa con todas las reglas y caer en cuenta que al invertir en sí mismo y convertirse, indirectamente, en competidor del capital privado que tan bien nos ha venido, representa un costo no contratado. Como dije, nos acabamos de tornar un poco más agrios. Y habrán quienes cuestionen este punto bajo la consigna que “nadie acudió a la licitación” pero ese debate ya se está llevando a cabo en otras canchas y será objeto de otra divagación.

b) En el ámbito empresarial hay una figura comercial denominada “Management Buyout” o MBO la cual, en resumidas cuentas, consiste, en que, como parte de una operación financiera en dónde un inversor A adquiere el control sobre una compañía B, el inversor en lugar de tomar control sobre la totalidad de las participaciones de la compañía -con las repercusiones que esto tiene a nivel político dentro de la empresa y de utilidades-, sacrifica un porcentaje de control para mantener como accionistas a un administrador o “manager”. ¿Por qué haría esto? Porque hay un valor intangible en el conocimiento técnico, en el “know how”. Aun cuando se está buscando maximizar utilidades y, en especial en este escenario, se hace cada vez más evidente que “más” no siempre es “mejor”; o, peor aún, “más” no siempre es “más”. Un caso como el tratado a lo largo de este artículo genera inclusive más suspicacias porque no sólo es tema de análisis el conocimiento como tal, sino el acceso a equipos, asesoría externa, y toda la inversión que las gestiones accesorias al proyecto en sí requieran. Todo ello con el riesgo latente que una vez encaminado el proyecto la administración se muestre deficiente. Es cierto, decir que uno podrá administrar mejor que otro es un salto al vacío, pero parecería lógico asumir que si este “uno” posee mayor destreza técnica y experiencia especializada en la materia quizás el estado debería repensar antes de salir de su zona de confort con el erario nacional.

¿Y sobre el huerto de mi amigo? Anduvo algunos meses con devoción religiosa regándolo y trabajándolo hasta que, abatido por la frustración de ver que no brotaba nada más que un par de arbustos menores, recurrió donde sus padres con la esperanza que su oferta se mantuviese en pie. Nunca comprendí con claridad lo que había sucedido con su proyecto. Hasta donde entendí, en su terquedad y paranoia por creer que él era el mejor capacitado para desarrollar el huerto a su corta edad y con el poco conocimiento que venía con la misma, había estropeado la tierra haciendo casi imposible que algo brotase en ella y echado a perder las semillas; pero quién sabe, al final lo único que restan son interrogantes.

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