Por: Augusto Townsend Klinge, Editor Central de Economía de El Comercio.

Pocos meses antes de egresar de la Facultad de Derecho de la PUCP, renuncié al estudio de abogados donde trabajaba como practicante, con la expectativa de hacer algo distinto. No tenía claro exactamente qué, ni ofertas que me dieran algo de seguridad laboral. Quería escribir para una audiencia mayor que mis jefes y el cliente circunstancial, para defender o acusar por cuenta propia y no ajena, para describir la realidad como es y no como alguien más quería que fuere.

Themis me ayudó mucho en eso. Los tres años que pasé allí fueron una suerte de ventana a este otro mundo que me generaba cada vez mayor curiosidad. Un buen amigo que conocí por Themis me ofreció un trabajo de practicante en una revista Semana Económica, entonces del grupo APOYO. Y así se produjo el cambio más radical que he hecho hasta ahora en mi línea de carrera (y que, presumo, no será el único).

No fue nada fácil al inicio. Mi estilo de redacción enrevesado y críptico, que me conseguía buenas notas en la universidad, valía muy poco en mi nuevo oficio. Mis primeros artículos periodísticos me fueron devueltos con decenas de anotaciones y a veces con la sola indicación de que no se entendía nada. Tuve que aprender a la fuerza a decir lo mismo, pero usando la tercera parte de las palabras. Economía lingüística, le llaman.

Me enseñaron también a ser más asertivo y a andar menos por las ramas. Que si uno busca convencer a alguien (que no sea un juez peruano), de poco sirve rellenar los textos con citas bibliográficas. Que fuera de las aulas no existe el mismo culto a la autoridad académica, y que no hay una sola que no tenga un interés de parte en cualquier asunto sobre el cual se le consulte. Que el número de argumentos que uno exhiba no siempre es lo determinante, y que en vez de ir acumulándolos indiscriminadamente, muchas veces es mejor concentrarse en unos pocos que resulten más persuasivos y contundentes.

A punta de tropiezos entendí que en el periodismo se escribe al revés. A diferencia de lo que me enseñaron en la universidad, aquí se concluye primero y luego se desarrolla la explicación, pues es la mejor manera de captar la atención del lector. Y hablando del lector, finalmente me di el trabajo de conocerlo. Uno de los principales errores que cometemos los periodistas (y me atrevería a decir que los abogados también) es que creemos que los destinatarios de nuestros escritos comparten la misma información de contexto que tenemos nosotros. Ese sesgo nos hace pensar que para los demás es mucho más sencillo entendernos de lo que realmente es.

Hoy una de las partes más entretenidas y edificantes de mi trabajo es leer lo que la gente opina de lo que escribo. Recibo críticas durísimas, a veces parcializadas y otras con absoluta razón, y esa retroalimentación me disciplina para no caer en la complacencia. Pero, sobre todo, me abre los ojos a la extraordinaria capacidad que tienen los seres humanos de enfrentarse a los mismos hechos e interpretarlos de maneras totalmente distintas.

En particular, cuando uno hace periodismo económico, términos como “capitalismo”, “mercado”, “iniciativa privada”, “pobreza” o “igualdad de oportunidades” saltan de los libros de texto y se llenan de sustancia. Para el periodista, la única forma de conservar su honestidad intelectual es conocer a profundidad aquello de lo cual escribe. No existe en su cabeza la frase “con lujo de detalles”, pues los detalles no son un lujo, son una obligación. Sobre todo cuando esos detalles afectan la vida y el bienestar de las personas.

Quizá una forma de entenderlo es decir que el periodismo es tanto un oficio como una actitud. Cuando uno termina la universidad, siente que ha dominado el conocimiento que requiere para ser exitoso profesionalmente. En el periodismo es al revés. Cuando uno salta al ruedo, lo primero que debe reconocer es que sabe mucho menos de lo que piensa. Que para retratar fielmente la realidad uno no puede pretender entenderla en toda su complejidad antes de sumergirse en ella. Que todo lo que te enseñaron en la universidad bien podría ser falso, o haber quedado desfasado. Que puedes no tener razón al defender aquello en lo que siempre has creído con convicción.

Esta actitud es lo que determina la principal virtud del periodista (que podría ser también la del juez): saber escuchar. No solo a quienes van a reforzar los prejuicios que uno ya tiene, sino a quienes los van a sacudir hasta derrumbarlos. Y si eso pasa, no debe sentirse uno abatido, sino verdaderamente afortunado. Eso es lo que distingue al periodista de quien solo quiere dar a conocer su opinión y ya desestimó de plano todas aquellas que puedan oponerse a la suya.

Estas son algunas de las cosas que he aprendido en poco menos de 10 años de ejercer el periodismo. Hasta el día de hoy, algunos amigos de la universidad me preguntan cuándo dejaré este “pasatiempo” para dedicarme nuevamente a “mi” carrera. Sucede –les digo- que algunos “pasatiempos” son más difíciles de dejar que otros.

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