Por: Bruno Monteferri

Artículo original publicado en www.actualidadambiental.pe

– ¨Yo fui una vez a cazar ahí pero esa collpa tiene madre. Y eso que a mi no me sabe dar miedo¨ – me dijo Shego mientras el atardecer comenzaba a pintar de colores las aguas crecidas del río Nanay.

– ¨¿Madre? ¿A qué te refieres?¨ – le pregunté.

– ¨La sachamama, el espíritu del monte¨ – agregó Roxana, su esposa.

Recordé el mito de esa boa gigantesca, solitaria y de existencia milenaria conocida como sachamama, de un tamaño suficiente para tragarse a seres humanos.

– ¨Silba  y aun así uno quiera ser fuerte, el cuerpo te tiembla y te pide que te vayas. La sachamama te hace ver majaz y otros animales para que gastes tus cartuchos. Uno dispara pero no hay nada. Juega contigo, te hacer ver cosas que no hay. Por eso yo cuando la esuché silbar salí corriendo.¨ – me dijo Shego con una sonrisa nerviosa cubriéndole el rostro. De solo recordar el momento se le había puesto la piel de gallina. No bromeaba.

– ¨¿Entonces, cuida a los animales?¨ – pregunté.

– ¨Sí, solo deja entrar a quienes conoce y no sacan más de lo que necesitan.¨

– ¨Qué tan lejos queda esa collpa? –  le pregunté.

– ¨Dos días caminando.¨

– ¨¿Todo el día?¨

– ¨Sí. Desde que amanece hasta las seis. A esa hora ya es mejor treparse a un árbol porque se comienza a escuchar al otorongo. Hay que buscarse una buena rama y amarrarse bien.¨

Estaba mirando a Shego con atención, mi mente imaginando el escenario descrito, lo pude ver colgado de su hamaca en medio de la noche cubierta de sonidos del bosque.

Tratando de compartir esa sabiduría y respeto que te brinda pasar tiempo en la selva Shego sentenció: ¨En el monte uno tiene que estar bien vivo y andar mirando para adelante, para atrás y para todos los lados.  Cuando uno va al monte no duerme de verdad.¨ Al poco rato me traería un frasco con formol que albergaba la cabeza de una shushupe que lo siguió de noche mientras ponía una trampa de cacería. Todavía guardaba todo su veneno.

Shego es mi vecino desde que hace unos años compré un pequeño terreno en Nina Rumi, un centro poblado bastante pacifico en las faldas del río Nanay a aproximadamente una hora de Iquitos. Como toda persona que ha nacido y vivido al borde de ríos selváticos, la cacería y la pesca acompañan sus actividades cotidianas y son parte del sustento de su familia. Desde que lo conocí lo había visto capitaneando su mototaxi, blandeando el machete como una extensión de su cuerpo y construyendo el diseño que en papel servilleta se le pusiera al frente. Había respeto y admiración de por medio, pero recién ese día descubrí en él otras facetas.

Nos quedamos en silencio un rato contemplando el río. En ese momento, pasaba una chata cargada de madera para leña.

Interrumpí la calma para preguntar si cerca quedaban collpas. La que respondió esta vez fue Roxana:

-¨Habían, pero ya no hay. Aquí al frente bosque lindo era. Bah. Ahora que va a haber. Hace seis años se escuchaba el mono tocón aquí al frente (Roxana imitó un par de veces el sonido del tocón). Ahora no se escucha nada. Bien al fondo del monte ahora están. Donde pues van a vivir si ya no hay árboles donde treparse y comer sus frutas, todo han sacado. Solo han dejado camu camu, di.¨ – la mirada apuntando la chata cargada de leña.

Con el paso del tiempo, cada vez que he visitado Nina Rumi la cantidad de leña extraída y apilada frente al puerto sigue aumentando paulatinamente. Lo mismo ocurre en otros poblados cercanos. Para los pobladores locales el tema no pasa únicamente por la extracción de recursos, les molesta más que cada día entren camiones cargados de leña que malogran sus ¨carreteras¨. Finalmente son ellos quienes las arreglan en faenas comunales. Por otro lado, quienes ven los mapas de deforestación desde lejos siguen asociando al unísono las causas de deforestación a la agricultura migratoria. Una idea tan arraigada que llega a limitar que vayan a preguntar sobre las  diferentes causas de deforestación a nivel local. En este caso ha existido roza y quema de bosque con fines agropecuarios y para asegurarse de terrenos antes de que los invadan otros, pero actualmente la leña es extraída para abastecer a ladrilleras y ¨triplayeras¨, la mayoría de estas últimas asentadas en la Laguna de Moronococha.

La fiscalización de la actividad está ahora a cargo del Programa Regional de Manejo Forestal y de Fauna Silvestre del Gobierno Regional de Loreto, que en las últimos meses ha figurado varias veces en los medios de comunicación regionales a raíz de diversas intervenciones de madera extraída ilegalmente.  Les corresponde hacer lo propio con este tema. Una estrategia integral debería considerar el otorgamiento de derechos para aprovechar la madera caída naturalmente, analizar que otros combustibles podrían usar las ladrilleras y triplayeras para realizar sus actividades, y establecer restricciones e incentivos que promuevan el uso del combustible que sea idóneo para la actividad. Aquí el sector industria también debe cumplir un rol importante. Una norma que prohiba el uso de leña de carbón para las triplayeras y ladrilleras, con un plazo de adecuación podría ser parte de esta estrategia. Restringir que tipo de vehículos pueden ingresar en estas trochas carrozables también es otra forma de regular el asunto. Waldelomar Alegría, ex-decano de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana menciona que lo normal es que utilicen petróleo residual ya que la leña es bastante ineficiente y constantemente negrea los ladrillos.

Una situación similar es la que está acabando con las poblaciones de huarangos en Ica. Cambia la latitud, el nombre de la especie, y las actividades que generan demanda, pero el problema en el fondo es el mismo. Allí los huarangos, especies milenarias que pueden encontrar agua a 60 metros de profundidad de la tierra, son extraídos para leña que se usa por pollerías, parrilladas y también durante la elaboración de pisco. Árboles que han vivido más de cien años, sobreviviendo al desierto, haciendo lo posible por sortear la vida en las dunas, terminan siendo vendidos al precio de 1.5 soles el kilogramo, sin que quienes lo usen reforesten una mayor cantidad de los que han sacado. Hay tantas otras cosas que se pueden hacer con el huarango y otras especies más fáciles de reforestar como el espino, que podrían servir de alternativa. Sin embargo, la mayoría de personas permamencen indiferentes, como si adoptar una posición pasiva no implicase una elección.

* Los incitamos a que usen esta tribuna para proponer soluciones frente a estos dos problemas.

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