Por Piero Vásquez, profesor de Derecho en la PUCP, magister en Derechos Humanos y becario de la CIDH.

De acuerdo con el profesor Álvarez (OUP:2005), las Organizaciones Internacionales se parecen mucho a Frankestein de Mary Shelley, una criatura que se revela a su creador y adquiere vida propia, y hasta lo aterroriza. La analogía es potente, pero ¿aplica para la OEA? ¿Le basta o sobra subjetividad internacional a la OEA de estos tiempos para marcar la agenda hemisférica internacional?

Entre el 15 y 16 de junio, se viene desarrollando en Washington D.C., las 45ta Asamblea General (AG) de la Organización de Estados Americanos (OEA). Esta es la primera Asamblea General que preside el recientemente electo Secretario General de la OEA, Luis Almagro, y claro que ha generado expectativa.

Almagro, diplomático de carrera, fue electo en mayo del presente año en una elección cantada, tras el aparatoso retiro de la candidatura de Diego García-Sayán, quien atribuyó su salida a la falta de apoyo político del gobierno peruano y, aunque él no lo reconoció, también habría tenido que ver la contra-campaña de las organizaciones de derechos humanos de la Región. En este escenario de “papa caliente” la elección en soledad del candidato uruguayo no fue reñida (33 de 34 votos a favor). Incluso podría decirse que su decisión de candidatear es muy valiente, debido a la innegable pérdida de posición de la OEA, como Organización Internacional, en la política hemisférica, aunque algunos de sus órganos internos -tales como la CIDH o las Misiones de Observación Electoral- sí hayan logrado posicionarse como referentes mundiales en sus campos de especialización.

Almagro aparece en escena con un mensaje de renovación y apertura en una OEA que ha sido varias veces calificada como desgastada. Este mensaje, viene cayendo bien adentro y afuera de la Organización. Desde adentro, desde que inició su mandato, Almagro viene sosteniendo reuniones con el personal de línea de la Organización en foros y diálogos abiertos en las que pareciera que busca tomar conocimiento de primera mano de los problemas, retos y necesidades de su staff en el desempeño de sus funciones. Hacia afuera, ha incluido en las actividades previas al inicio de la AG, una sesión especial de diálogo entre las organizaciones de la sociedad civil y las autoridades de la OEA para tomar nota de las preocupaciones que los representantes sociales quieran poner en la agenda interamericana.

La AG se ha denominado “Presente y Futuro de la OEA”. En su discurso inaugural de AG, Almagro ha sostenido que busca llevar a la OEA a la vanguardia de otras organizaciones internacionales del mundo. En un contexto de búsqueda de perspectiva que se muestra como la línea discursiva que hasta el momento ha sostenido, pareciera ser que Almagro está pensando en recuperar la influencia de la OEA en la política hemisférica que ha sido absorbida en mucho por la organizaciones subregionales de índole económico-político como el ALBA o la UNASUR.

Y me parece que es aquí donde la oportunidad/reto de Almagro puede generar un cambio de estructura y percepción de la OEA en la Región en dos temas que son fundacionales en la Organización y que en el último tiempo, ante su puesta en crisis o cuestionamiento, no ha sido fácil predecir la reacción institucional: democracia y derechos humanos. Desde la creación de la Organización en 1948, los conceptos interamericanos de democracia y derechos humanos se vinculan de modo interdependiente, tanto en el preámbulo como la primera Carta de la OEA, como un modus vivendi americano, que fue más allá de la clásica preocupación internacional por la paz, característica del contexto de su origen. Son, la preocupación por la democracia y los derechos humanos, un rasgo de creación de la OEA que no debe pasar inadvertido, ni política ni jurídicamente, pues su desarrollo hace parte de nuestro Derecho internacional regional.

Respecto de la democracia, desde la aparición de los instrumentos que conforman el Sistema de Defensa Colectivo de la Democracia (SDCD), la Resolución 1080, el artículo 9 de la Carta de la OEA y el Capítulo IV de la Carta Democrática Interamericana, se percibe un freno en su uso en la Región. Desde 1991, el SDCD se ha utilizado nueve veces[1] con una clara tendencia a la baja, desde su primer uso intenso en Haití en 1991. Se ha reclamado muchísimo la falta de acción de Insulza ante los varios escenarios críticos en Venezuela y su decisión de no usar los poderes delegados tanto en al Carta de la OEA como en el SDCD con excusas poco convincentes como, por ejemplo, decir que “no había mucho ambiente” para tratar la situación de Venezuela en el seno de la Organización. La paralización de Insulza y su descrédito en este asunto específico motivó que uno de los líderes de la oposición venezolana afirmara que “el señor Insulza seguramente quedará para la historia como el más inepto e incapaz secretario general de la OEA. En ninguna crisis ha servido”.

En relación con los asuntos de derechos humanos, es indiscutible el rol de la CIDH en la defensa, investigación y monitoreo de violaciones de derechos humanos en la región. De hecho, es el único órgano internacional hemisférico con un sistema de casos y peticiones activo y operante, aunque también desbordado. La CIDH no ha negado nunca la existencia de un preocupante atraso procesal, tan preocupante como la falta de recursos económicos tal como ha sido expresado en el Capítulo IV de su Informe Anual 2014. No es gratuito que los órganos subregionales no hayan incluido en su conformación ningún tipo de órgano encargado de realizar las evaluaciones que realiza la CIDH; a ningún Estado le resulta cómodo que le indiquen a través de conductos formales que ha violado derechos humanos. En efecto, la disconformidad de los Estados miembros de la OEA llevó a que en el año 2012 se iniciara el proceso de Fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que dio lugar a varias reformas reglamentarias y a varios cuestionamientos públicos respecto del sistema de medidas cautelares y el énfasis temático en algunos temas, como libertad de expresión, cuya relatoría ha sido calificada como “instrumento de persecución” por parte del Presidente Correa.

En conclusión, sería muy útil que la visión de futuro de Almagro, incluya una línea clara respecto a la defensa democrática de la región y el uso de sus instrumentos, no solo en las situaciones donde parece sencillo hacerlo por la debilidad institucional de un Estado, sino también en situaciones de alta conflictividad en Estados que juegan roles activos en la política hemisférica. Del mismo modo, resulta preponderante la claridad de la política de la CIDH, no solo en términos presupuestales, sino también orgánicos, pues como lo dijo Insulza en el último período de sesiones de la CIDH: “La CIDH es la OEA cuando se refiere a temas de derechos humanos”. Esta afirmación discursiva requiere demostraciones y espaldarazos institucionales que por mucho tiempo se han hecho extrañar. La tarea no es fácil, pues las tensiones que crean las Organizaciones Internacionales son difíciles de procesar en la lógica soberana de sus Estados miembros, sin embargo, ¿logrará Almagro sentar posturas más definidas? ¿logrará despertar al Frankenstein interamericano?


[1] Haití (1991 – golpe de Estado contra Aristide), Perú (1992 – autogolpe de Fujimori y 2000 – fraude electoral y caída del régimen de Fujimori), Guatemala (1993 – el “Serranazo”), Venezuela (2000 – golpe de Estado contra Chávez), Nicaragua (20005 – crisis social por cambios constitucionales), Ecuador (destitución de Lucio Gutiérrez) y Honduras (golpe de Estado contra Zelaya). Y aunque la situación de las democracias electorales se mantiene estable, es preciso

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