Por: Giorgio Schiappa-Pietra Fuentes

Director General de la Revista Athina, de la Universidad de Lima.

No es baladí hacer mención, a seis años del sismo en la región Ica, de la poca disposición del Estado para la reconstrucción de las ciudades de Pisco, Chincha e Ica, que a más de un quinquenio siguen mostrando los rezagos de la furia de la naturaleza. Al respecto, es importante señalar y hacer especial énfasis en detalles (groseros) que el gobierno por lo visto ha decidido dejar en el olvido.

Para poder comprender la magnitud de la catástrofe y la desidia del Estado no es necesario ser entendido en la materia. Y es que recordamos un año más sin grandes avances en la reconstrucción. Para quienes tenemos familiares y viajamos constantemente a Ica, nos basta dar un vistazo en las ciudades más afectadas para encontrar enormes emporios comerciales y en paralelo casas, monumentos históricos y centros religiosos hechos añicos.

Resulta inaceptable que a seis años del terremoto hayan pasado por la casa de Pizarro dos presidentes constitucionalmente elegidos, se haya nombrado a un “Zar de la reconstrucción”, y se hayan elegido dos presidentes regionales. Entonces uno se pregunta: ¿cuál es el resultado de este desfile burocrático? Pues nada más y nada menos que la omisión y desentendimiento de la responsabilidad del Estado de brindar calidad de vida y reconstruir una región que, pese a su empuje y a su cercanía geográfica con el centralismo de la capital de la República, resulta caótica desde mucho antes de la propia destrucción.

La región Ica, pese a estar situada en pleno desierto costero del Perú, ha demostrado un empuje basado en la riqueza de lo irónico de sus tierras, con un clima cálido en el día y temperaturas frías en la noche. Este territorio es un lugar privilegiado para el cultivo de frutos y vegetales, que posicionan a Ica como uno de los departamentos con mayores índices de exportación y ponen a su gente como la menos desempleada del país.

El desarrollo regional, si bien se ha visto ampliamente beneficiado por la exportación de vid, espárrago y mango, además del nacionalismo que ha impulsado la producción del pisco para el mercado interno y el externo, resulta contraproducente a las condiciones de vida de los gestores de tan próspera industria, siendo la muletilla del desarrollo la inobservancia de los procesos de reconstrucción y reorganización de las ciudades devastadas por el terremoto del 15 de agosto de 2007. La única tautología, a la fecha, es el injustificado gasto de los presupuestos destinados año a año, la mala distribución y “repartija” descarada de donaciones nacionales e internacionales. A seis años de acaecido el desastre, aún es posible percibir el atraso al encontrar íconos populares (como el Santuario del Señor de Luren o la Catedral de la ciudad de Ica) en escombros.

En el tiempo transcurrido a la fecha, ni el gobierno de García, ni el recientemente fallecido “Zar de la reconstrucción”, Julio Favre, ni mucho menos el actual mandatario, Ollanta Humala, enfocaron seriamente su atención a los problemas sociales y de infraestructura que enfrentan Ica y sus provincias, que sin duda deben centrarse en la construcción de nuevos colegios y hospitales, muy en particular en Pisco, Chincha, Tambo de Mora e Ica. Una que otra obra populista no reemplaza las reales necesidades de una población que requiere una efectiva presencia del Estado y un eficiente desempeño de sus autoridades regionales, las que sin duda dejan mucho que desear.

Desde el 2007 a la fecha, hay importantes estructuras y proyectos que se vienen llevando a cabo con un retraso de entre cinco y seis años, como son los emblemáticos casos del penal de Tambo de Mora, que fue destruido en el terremoto y del que se escaparon más de 600 reos. Al respecto, se sabe que estará listo recién en el 2014, siete años después de la hecatombe. En cuanto a la capital homónima de la región, y como mencioné en líneas que preceden, el caso más representativo es el del Templo y Santuario del Señor de Luren de Ica, dedicado al culto de una de las figuras de mayor veneración del país, el Señor de Luren. La reconstrucción de dicha estructura lleva siendo una de las mayores promesas (sino la más importante) que se ve frustrada en el sentir del pueblo Iqueño. A ver cómo hace el Estado para quitar la desilusión del rostro de los fieles que suman más del 90% de la población departamental.

Como me ha sido posible apreciar en mis constantes desplazamientos al sur, lo inmediato en Ica es construir, limpiar y educar a la población (ciertamente los bonos de la reconstrucción fueron mal empleados por gran parte de los ciudadanos beneficiados, por negligencia y con voluntad), pero para eso no son necesarios viajes presidenciales ni plenos del Congreso descentralizados. Lo necesario y lo responsable es la aplicación debida y justa del presupuesto, y donaciones que aún siguen llegando. No es una simple invocación a un rol paternalista del Estado, pues la idea es que el gobierno (a nivel regional y nacional) cumpla con pagar una deuda social de seis años construyendo colegios, hospitales, restaurando monumentos que eleven el sentimiento regional de los ciudadanos, recogiendo basura y escombros que están presentes hasta la fecha y reduciendo gastos frívolos, con un alto desempeño fiscalizador del gobierno regional y de las municipalidades.

Seis años después es posible concluir que el golpe más grande, que la desgracia mayor, aún más visible que las ruinas de las estructuras, es la indiferencia de autoridades y de nosotros mismos, aquella que sacude el alma de forma más dura que la propia tierra. Es tiempo de dejar de escribir.

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