En las recientes elecciones voté nulo. La gente a la que le cuento esto suele reaccionar con cierta indignación, como si fuera una estupidez poco estratégica o una falta de educación cívica. En todo caso, parece ser una decisión que desconcierta: quien la oye tarda un poco más de lo usual en ser poseído por sus prejuicios y juzgarla, aun antes de oír a quien que cree en ella. Ahora que solo hay dos opciones, y que nos hemos dado cuenta de la cantidad de gente que no optó a ninguno de los candidatos, los prejuicios seguro tomarán mucha más fuerza.

Aun ante la mirada prejuiciosa, corrosiva y engañosa, que tanto ha caracterizado este proceso, quisiera compartir algunas razones por las cuales mi conciencia me llevó a no votar. Lo hago porque sinceramente creo que electores y ciudadanos autónomos deberían buscar en conjunto el mejoramiento creativo de nuestro país y del lazo entre peruanos. Hemos hecho todo lo contrario y eso me genera malestar porque creo en la libertad y solo veo manipulación, inconsciencia, rabia mezclada con miedo y una preocupante falta de seguridad en lo que podemos lograr verdaderamente juntos.

Lo primero que me llevó a no votar fue la mentira. Nadie gana, en nuestra mal llamada democracia, si dice la verdad. Muy por el contrario, gana el que mejor se cubre y el que más finamente evita que se conozcan los poderes detrás de su imagen. La democracia tomó además el arte de la retórica, es decir, el arte de convencer al otro sin importar si lo que uno dice es lo que uno piensa. En la antigua Grecia existía otro arte, el de la parresia: quien lo dominaba sabía ser franco, sabía mostrar al otro, con coraje, lo que uno verdaderamente era y pensaba. Este arte, lamentablemente, fue descartado de la política actual que toma el arte de la manipulación como método para conseguir votos.

Algunos podrán llamar a lo que tenemos “democracia” y decir que lo es porque no es una dictadura. A mi la verdad ese razonamiento no me convence ni un poco. Un sistema en cuyo ADN está la mentira no puede ser llamado democracia porque las decisiones no se sustentan en una verdadera información. Si tuviéramos prensa con esencia quizá sería distinto aunque, aun así, hay mejores opciones para nombrar el sistema que tenemos: timocracia, por ejemplo. Como dice Castoriadis, en dicho sistema los derechos, las decisiones y el poder dependen del dinero. Nuestro sistema legal encaja perfecto porque en él, salvo heroicas excepciones, el dinero vale más que la justicia. El sistema político es aun más corrupto, como todos sabemos, y por ende no son principios constitucionales los que guían las acciones que se toman en él.

Un sistema donde impera la mentira y donde la justicia ha abandonado este mundo, como en la edad de hierro de la mitología griega, no puede ser llamado democrático. En cualquier caso, se le llame como se le llame, un sistema en el que no es posible trepar y ganar siendo sincero y justo merece ser cambiado. La mentira y la injusticia son vicios que enferman a la sociedad y le impiden ser autónoma, destruyen las relaciones y fertilizan el odio y el enfrentamiento ciego, que solo incrementa la injusticia y falsedad.

Otra razón que me llevó a no votar tiene que ver con la dinámica del lado oscuro que caracteriza anímicamente al proceso. No hay capacidad de escuchar, se ven sombras proyectadas de todos los lados hacia todos los lados, el prejuicio permite que nuestro inconsciente llene de contenido a gente que ni conocemos, de uno y otro lado. Hay fantasía de grandeza, falsa certeza y un pasado de enfrentamiento que ha ido heredándose día a día, en nuestras casas, en nuestros colegios, en los medios. El proceso electoral es síntoma claro del enfrentamiento entre los opuestos que es un clásico arte del lado oscuro: divide, distingue, separa, enfrenta y reina en el caos. Los opuestos seducen, tienen una fuerza de gravedad que atrae y permiten proyectar toda nuestra sombra en el otro. En el lado oscuro, tan opositor de la toma de conciencia, no puede haber democracia, aun cuando externamente parezca que tenemos senadores y república. Nuestras elecciones no son democráticas, son bélicas. En la guerra la incapacidad de verse uno mismo se acentúa al máximo y el prejuicio hacia el otro domina, siendo más fácil manejar las opiniones de las masas por las rutas del conflicto. Se evidencia el lado oscuro también en el claro deseo de ser como Dios, presente en los políticos y electores, que nunca reconocen ninguna debilidad y se creen poseedores de la más fina sabiduría.

Si agregamos, a la mentira y la injusticia, la posesión del lado oscuro, que impide cualquier consenso y lucra con el enfrentamiento superficial entre engañosos opuestos, entonces se hace aun más difícil decir que lo que tenemos es una democracia.

Las opiniones que he compartido hasta el momento no son cosas ocultas ni inventadas por mí. Hay muchos autores que hablan de esto y lo muestran con especial claridad y sustento. Lamentablemente hemos dejado de pensar la política y ésta se ha convertido en la disciplina de sobrevivir al escándalo y ganar en discusiones infantilizadas. Incluso los analistas serios responden a las preguntas de los medios; movidos por la fuerza gravitacional que los atrae a las cámaras parecen haber olvidado la importancia de formar buenas preguntas de modo autónomo.

Nadie cuestiona nada del sistema, nadie piensa en cambiarlo. De hecho, hablar de cambio asusta tanto que nos lleva directo y sin escalas a pensar en dictadura y comunismo como única alternativa. Dependiendo del bando, cada quien tomará su postura y se dedicará a odiar al otro, como atrapados por estos opuestos, sin capacidad para tomar una decisión nueva y autónoma, que ya toca. Tenemos un sistema político injusto, mentiroso y regido por dinámicas del lado oscuro. ¿Por qué no comenzamos a pensar en cambiarlo? Anclados en el pasado sin conciencia de la atadura no tenemos oportunidad de imaginar un futuro creativo que despierte esperanzas y no miedos.

Carl Sagan, importante en el mundo de la astronomía, entre otros, por haber revelado importantes secretos de las dos lunas de Marte, dijo lo siguiente:

“Deberíamos estimular la experimentación social, económica y política, a gran escala, en todos los países. Sin embargo, al parecer, está ocurriendo lo contrario … hay intereses creados que se oponen al cambio. Incluyen a individuos que están en el poder y que tienen mucho que ganar a corto plazo manteniendo los antiguos métodos y formas de vida”.

El sistema político tiene que evolucionar. Lamentablemente en el Perú el miedo nos aleja demasiado de cualquier tipo de cambio e incluso de la posibilidad de pensarlo. Centramos todo el asunto en la discusión del sistema económico, que por lo demás es especialmente superficial e ilusoria, y descuidamos puntos centrales. Los unos creen que estamos en un sistema económico que nos lleva a crecer y que seguirá haciéndolo, llevándonos por la senda del progreso, logrado así que seamos seres libres gracias a la falta de injerencia estatal. Los otros piensan que la solución es hacer que un Estado inexperto, corrupto e históricamente de espaldas a la gente tome las riendas de todo. Lo cierto es que el sistema económico es mucho más complejo que esas reducciones, se relaciona con nuestra historia, impacta en otros sistemas, como el legal y el político, y tiene también raíces y relaciones internacionales relevantes. A esto se suma el impacto de los sistemas en nuestra visión del ser humano, en nuestras relaciones personales y en el modo que definimos qué queremos y qué necesitamos. Nada de esto entra a discusión porque estamos atrapados por las dinámicas del lado oscuro, la manipulación a escala y la corrupción finamente camuflada.

Voten por quien vayan a votar, quizá deberíamos todos comenzar a hablar de otros opuestos, en los que podríamos estar más de acuerdo los unos con los otros: corrupción versus justicia, verdad versus mentira, comprensión versus prejuicio, humildad versus soberbia. Lamentablemente, como no somos nosotros los que decidimos de qué hablar, estos opuestos pasan desapercibidos en un sistema que de modo escondido ya marcó sus opciones. Frente a todo esto, yo voto nulo. No es un voto de desesperanza ni un voto pesimista, es un voto que surge de una indignación profunda, de la que surge también la motivación de trabajar al máximo de mis posibilidades por un país donde reine la justicia y la verdad; fuerzas antiguas y latentes que puede ser despertadas con ideas nuevas, ilusión y coraje.

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