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La otra inclusión

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Por Ronnie Farfán Sousa. Profesor de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad del Pacífico y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Si hubiera que hacer un balance sobre el desempeño del gobierno que deja el mandato en apenas un año, pensaría que los aspectos destacables los constituyen, de un lado, una reforma educativa que, aun con críticas reconocibles, comienza un largo camino por recorrer y, de otro, la puesta en marcha de una agenda de inclusión social a la que se dio inicio con la creación de un Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, liderado por estupendos profesionales. A diferencia de las recientes críticas a los programas sociales impulsados en este mandato, tengo la sospecha de que éste puede ser el logro más importante del gobierno que prometía una gran transformación.

Por supuesto, como primer paso, la inclusión social en este mandato ha estado directamente referida a la lucha contra la pobreza. Se ha considerado la inclusión únicamente desde una perspectiva económica o de transferencia de recursos. Obviamente, se trata de un primer avance que no puede ser relegado por la mezquindad política o por un discurso trasnochado que, con la referencia al “asistencialismo”, pretende cuestionar cualquier acción del Estado que busque otorgar condiciones materiales mínimas para incluir a personas que no cuentan con lo indispensable para (sobre) vivir porque los recursos no les son suficientes para comer, educarse o contar con servicios de salud imprescindibles. Porque sin desdeñar el crecimiento, en el camino de alcanzarlo, muchos peruanos se murieron pobres, sin tener qué comer y de frío.

El que hace falta recorrer, sin embargo, es aquel camino que se dirige hacia la otra inclusión, hacia esa inclusión que no tiene que ver con transferencias monetarias ni con servicios básicos; esa que es mucho más compleja de lograr pero que resulta fundamental para que la democracia sea real y no simplemente un discurso.

Esa inclusión que permitiría que Joel pueda ir un sábado a una tienda por departamentos y pueda probarse ese pantalón que tanto le gusta para saber cómo le queda y decidir finalmente si se lo compra o no. Claro, porque esa tienda por departamentos seguramente tendría un probador diseñado para que las personas con dificultades motrices puedan probarse un pantalón sin la ayuda de nadie. Me refiero a la misma inclusión que permitiría que Susana pueda cruzar la calle sin temor a ser atropellada y sin tener que esperar que alguien la tome del brazo para guiarla. Porque con su ceguera y sin semáforos que no cuenten con alertas de sonido, ella no puede hacerlo sola sin correr el riesgo de accidentarse.

Seguramente esa inclusión también permitiría que Claudia pueda disfrutar de una película en el cine porque, aunque se trata de una película hablada en castellano, lleva subtítulos en castellano, lo que hace que ella, que no puede oír, pueda disfrutar del cine como cualquier otra persona. Por supuesto, esta inclusión también permitiría que Paulino no se avergüence de su nombre porque lo asocia con un mundo andino “atrasado” y que no se avergüence de hablar en quechua o que pueda acceder directamente a la página web de la Sunat para pagar sus impuestos porque ésta tiene una versión en quechua.

También, claro, esa inclusión haría que los sábados por la noche dejen de existir esos programas en los que las mujeres tienen que aparecer semidesnudas para causar gracia o aquellos comerciales de televisión en los que ellas aparecen entre cervezas como si fueran un objeto más de consumo y diversión. Evidentemente, esa inclusión facilitaría que Denisse, que es transexual, tenga las mismas oportunidades de empleo que cualquier otro ciudadano y que no tenga que escoger entre una peluquería o la prostitución, oficios que hoy son casi los únicos en los que pueden desarrollarse los ciudadanos transgénero. ¿O usted conoce algún CEO que sea transexual?

Si esta inclusión se lograra, Fabiola, que tiene un color de piel oscuro, no tendría que soportar que sus compañeros de trabajo vivan creyendo que ella es la reina del baile solo porque es afrodescendiente y, seguramente, don Ernesto no se enorgullecería de que el féretro de su esposa sea cargado íntegramente por personas de una piel más oscura que la suya porque no lo encontraría “elegante”.

En los últimos años han existido iniciativas muy valiosas pero aún limitadas y sobretodo aisladas para favorecer esta otra inclusión. Es a nivel municipal donde se han concentrado las principales normas contra la discriminación. Un ejemplo reciente y particularmente relevante es el esfuerzo en Lima de la Municipalidad de Miraflores que implementó una impresora braille para que los restaurantes del distrito puedan contar con cartas que permitan su uso para personas que no pueden ver. La misma municipalidad ha incluido dentro de su equipo de serenos a personas con dificultades motrices –sí, dentro de su equipo de serenos- dándonos cátedra sobre cómo se rompe un estúpido estereotipo.

Hace falta, sin embargo, un liderazgo desde el gobierno nacional y una puesta en la agenda diaria de acciones concretas, la creación de una autoridad que de verdad concentre todos estos esfuerzos y proponga iniciativas de inclusión, que incentive y, por supuesto, sancione. Pero también hace falta que las empresas no esperen que las autoridades les impongan el deber de incluir. Hace no mucho se expidió una ley que obligaba a todas las empresas a que un determinado porcentaje de sus trabajadores sean personas con dificultades motrices. Las empresas se dieron cuenta rápidamente de que la norma era cuestionable desde muchos puntos de vista y que tenía serios problemas técnicos. Sin embargo, ¿se llegaron a dar cuenta de que una norma como ésta no era más que una reacción a la exclusión que ellas han generado durante tanto tiempo? Porque, no sé usted, lector(a), pero a mí me resulta una tarea muy difícil encontrar gerentes en sillas de ruedas o secretarias transgénero.

La exclusión social, tanto aquella que se da por falta de recursos como también ésta a la que me refiero, sigue siendo uno de los principales problemas -quizás el más importante- en nuestra sociedad. Tenemos que seguir preocupándonos de que la gente no se muera pobre, pero también de que tantas personas no se mueran con una herida en el alma. Excluidos. Olvidados.


P.D.- Con este post comienza mi participación en este blog de Enfoque Derecho. A ellos les agradezco por el espacio y a mis amigos Samuel, Úrsula y Fico por permitirme participar de su estupenda compañía virtual.

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