Por: Gonzalo Monge Morales
Estudiante de derecho PUCP. Asistente de investigación del Dr. Abraham Siles Vallejos, constitucionalista.

Una figura jurídica requiere un cambio cuando ha perdido asidero en la realidad y ha devenido en obsoleta, necesitando modificaciones para mantenerse vigente y funcional. Como bien señala el profesor Mejorada, si la oposición argumentativa a un cambio se basa en un “no puede cambiar porque ‘es así y así ha sido siempre’”, tenemos motivos suficientes para dudar de la fuerza de sus argumentos. Uno de estos casos es el del matrimonio, el cual requiere una renovación para responder óptimamente al Siglo XXI. No es necesario que “destruyamos el matrimonio”, como se propuso en otro artículo. Hay que adaptarlo a los nuevos contextos que la realidad nos exige.

Para ser breves, la figura del “matrimonio” entendido como unión es antropológicamente más antigua que el sacramento católico. Empero, debido a su alianza con los Estados, ese sacramento también pasó a ser reconocido por ellos, convirtiéndose hoy en un derecho. Empero, no es lo mismo “casarse por civil” que “casarse por religioso”. Esa diferencia parece ser la más difícil de entender por los llamados “defensores del matrimonio”, cuyas versiones pasadas perdonaban las violaciones, el maltrato y el abuso y se oponían al casamiento inter-racial y al divorcio, creyendo que el sacramento y el derecho eran iguales. “Es que el matrimonio y la familia siempre han sido así pues, hijito”. El mismo argumento de siempre que ha perdido antes y que volverá a perder en el Siglo XXI, época en la que han decidido negarse por todos los medios posibles al matrimonio entre personas del mismo sexo deseosas de conformar una familia.

Más parecida a la Simpson que a la Ingalls, la familia es el primer punto de encuentro con la sociedad. Es cierto que algunos reciben de ella mayor cariño y afecto en comparación a los que sufren maltratos físicos y psicológicos, pero no por ello vamos a eliminar el matrimonio, figura que, mal que bien, sigue siendo mejor que no regular nada. Sería como solucionar un dolor de cabeza cortándole la cabeza al paciente. Los problemas de violencia física y psicológica en general no se van a solucionar eliminándolo pues no dependen de la figura en sí. Desde los concubinatos, pasando por los amigos-con-derechos hasta el matrimonio, esos casos se dan en todos lados y no son consecuencia directa del matrimonio, la figura emblemática de las uniones. Para ponerle fin al abuso, venga de donde venga, se necesitan políticas públicas efectivas. Mucho requieren también del compromiso de todos los miembros de la sociedad.

Si bien siempre he creído que el Derecho no crea realidad, considero que sí la puede orientar. Los grandes cambios sociales nacen por los chispazos de aquellos luchadores disconformes con una situación de desigualdad y discriminación. Y muchas veces, un cambio legal impulsado por esos chispazos puede coadyuvar a la consecución de los objetivos. Por ello, a pesar de que la sociedad peruana sigue siendo reacia al cambio, sí es necesario que nuestra Constitución sea modificada en el sentido de reconocer el matrimonio y sus beneficios para todos los ciudadanos, sin importar el sexo de los contrayentes. Entendamos de una vez que estamos hablando de una figura legal que sigue siendo uno de los principales bastiones de la discriminación, la desigualdad sin razón y la marginación de muchos ciudadanos. En la figura jurídica del matrimonio ya no podemos ni debemos tener ciudadanos de segunda categoría: es hora de una reforma.

El matrimonio es más que la “perpetuación de la especie” y supuestos “roles”. Implica cosas, también pasibles de reforma, como herencia, régimen de bienes, acceso a créditos, beneficios y compromisos que son impedidos por el absurdo apego a un sacramento, cuando hoy debería ser un derecho fundamental de todo ciudadano que no encuentra sentido si aplicamos principios como el de igualdad (proscripción de la discriminación y de cualquier diferenciación que no sea razonable) y dignidad del hombre (fuente y parámetro de interpretación de todos los derechos).

Como bien señaló Rodríguez Zapatero, no estamos hablando de legislar para gente extraña o ajena a nosotros, sino para nuestros amigos, familiares, vecinos y conocidos. Además, la renovación de la figura jurídica del matrimonio es un tema que, como dijo Fernández de Kirchner, no le quita derechos a nadie, sino que se los reconoce a quienes no los tienen. Y más allá de las creencias personales de algún o alguna activista LGBTI, lo cierto es que la lucha por cambios como estos no es exclusiva de las personas homosexuales, bisexuales, transgénero o intersexuales. Es un tema que nos une a todos los que creemos y luchamos por los derechos humanos.

La realidad es más fuerte y poderosa que los dogmas, los prejuicios y que cualquier argumento “astuto” que busque mantener una figura jurídica “como siempre ha sido” por temor al cambio. Recuerdo que una frase en la lucha por conquistar derechos civiles en EE.UU. es “be on the right side of history”. ¿Tú de qué lado vas a estar?

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