Por Mercedes Bueno Barra, estudiante de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y miembro del consejo editorial de Enfoque Derecho.

Solo me dijo que ya era una mujercita, y tenía que empezar a cuidarme”
(Ingar 2016:179)

No es simple entender la frase anterior, tampoco ignorarla, sobre todo cuando es una niña que se  enfrenta, abruptamente, a los cabios que implica la adolescencia. Así, aunque es cuestión de  tiempo acostumbrarse a la nueva condición que el cuerpo impone, esta situación nunca es ajena a  un ambiente donde, por primera vez, se problematizan la relación con la corporalidad. Sucede  que, este es el caso de miles de niñas quienes, siendo alumnas, deben “lidiar” con la llegada de la  menstruación.

En el Perú, hablar sobre la menstruación provoca vergüenza, o en el mejor de los casos,  desentendimiento. Por un lado, el tema ha sido catalogado como “tabú” debido a su relación con  la reproducción y el “inicio corporizado” de la sexualidad femenina, suponiendo que hablarlo no debería escapar de los confines de lo privado e íntimo (Ingar 2016:15). Además, a menudo, a nivel  intrafamiliar se ha creado un discurso donde abundan las subjetividades puesto que nunca se habla  claramente del tema (como es evidente en la cita al principio) y se trata a la menstruación como  una situación externa y negativa; puesto que, ahora la niña es “potencialmente fértil” y corre el  riesgo de quedar embarazada. Por otro lado, ocasiona cierta falta de empatía por parte de los  varones, ya que ellos no tienen una experiencia análoga. Por el contrario, su desarrollo corporal  suele estar ligado a un cambio positivo y empoderador (Ingar 2016:180-200).

Entonces, es evidente que la menstruación deja de ser un cambio meramente corporal para pasar  a ser un discurso cuyo impacto social sobre la vida de las adolescentes que constituye una  imposibilidad para desenvolverse adecuadamente. Dicho discurso, ha sido sostenido también por  la escuela, que es el lugar donde las alumnas deberían encontrar una fuente de información integral y  neutral, que no perpetúe estereotipos que resultan limitantes y desactualizados. De ahí que, el debate parecía intalarse en el año 2020, con una interesante propuesta de la congresista Arlette Contreras, quien presentó el Proyecto de Ley N°5797. Esta iniciativa, tenia por objetivo que el Estado reconozca como “bienes de primera necesidad” aquellos productos de gestión menstrual, “de manera que se garantice el acceso universal, igualitario y gratuito para niñas, adolescentes y mujeres adultas”. El proyecto se tradujo en una ley, considerando el contexto en el que se presentaba, pues por entonces el país atravesaba las etapas más delicadas debido a la pandemia por Covid-19. Sin embargo, la repercusión fue tan mínima como los tres (3) artículos y las tres (3) disposiciones complementarias de la ley. Por ello, partiendo de tal hecho, pretendo intentar dar una mirada de corte más sociológico a este problema que, para bien o mal, desembocó en la enunciativa -e inoperante- Ley 31148 que, lamentablemente, no es más que letra escrita (confieso que me cuesta pensar un escenario donde haya surtido efectos).

Antes de construir un primer argumento para entender el porqué de la importancia de abordar esta problemática, es necesario definir qué es el Manejo de Higiene  menstrual, más conocida por sus siglas en inglés “MHM”. Así, se adoptará la explicación que  postula Shyam Budhathoki: “Mujeres y niñas adolescentes que usan un material de control  menstrual limpio para absorber o recolectar sangre que se puede cambiar en la intimidad tan a  menudo como sea necesario […], usar agua y jabón para lavarse el cuerpo […] y tener acceso a  las instalaciones para deshacerse de los materiales usados […]” (2018:2).

De ello, es posible desprender que la enseñanza del Manejo de Higiene Menstrual (MHM)  engloba los requerimientos que cualquier alumna necesitaría para desenvolverse en el contexto  estudiantil mientras está menstruando. No obstante, está claro que esta no es la realidad peruana.  En esta línea, la importancia del MHM y sus beneficios, se ven nublados cuando nos enfrentamos  a las estadísticas que reflejan la situación de las alumnas peruanas. Así, tenemos que el 35% de  ellas han faltado al colegio por estar menstruando y evitar incomodidades derivadas del temor o  vergüenza a mancharse, o ser objeto de burlas por parte de sus compañeros, situación de la que el  99% de las alumnas dio testimonio (UNICEF e IEP 2019:2). En este sentido, si el Estado adoptara  políticas para un adecuado MHM, estaría posibilitando la construcción de una sociedad con  igualdad de género; tanto en el contexto escolar y familiar, como en el entorno social.

Según Shyam Budhathoki, la menstruación y las actividades que se asocian a ella han sido  silenciadas, sancionadas y relegadas a un plano “taboo” (2018:2). Estas son reflejadas en  eufemismos, selección especial de la vestimenta y la concurrencia a determinados lugares;  provocados por una vergüenza no justificada frente a varones. En este sentido, el hecho de  manejar esta situación bajo una óptica sancionadora se traduce en las numerosas restricciones que  supone para las adolescentes el hecho de menstruar. De ahí que, las adolescentes no teman al acto  físico que implica su condición biológica, sino al significado social que esta conlleva. Así, se trata  de un pacto que incluso puede llegar a provocar “ansiedad y conceptos erróneos acerca de la  fecundidad” (Johnson 2016:7). Es decir, compromete o condiciona la vida de la adolescente desde  su etapa escolar, porque la proyecta hacia el espectro de “futura madre adolescente”.

En esta misma línea, está claro que la posición de la adolescente como alumna se ve,  fundamentalmente, vulnerada no por su situación física, sino por la relación que establece con su  propia corporeidad y compañeros. De este modo, es posible inferir que, si el Estado adoptara  políticas para el adecuado desarrollo del MHM, estaría posibilitando la construcción de una  sociedad con igualdad de género, tanto en el contexto escolar y familiar, como social. Dicho de  otro modo, el hecho de que las adolescentes se descubran tan limitadas responde a los “taboos”  anexados a la idea de la menstruación e, irreparablemente, necesita de garantes que la respalden en la etapa de la adolescencia para que pueda desarrollarse de manera íntegra. Esto es,  conocimientos y servicios a los que debería acceder si la escuela incorporara buenas políticas del  Manejo de la Higiene Menstrual.

Por un lado, incorporar la enseñanza del MHM facilitaría la participación de las mujeres desde la  etapa escolar y su permanencia académica, asegurando el cumplimiento de una educación  integral. Sin embargo, estas políticas estarían incompletas si no adquieren un enfoque  intersectorial, en salud y educación. Al respecto, Ames y Yon señalan que muchas alumnas  desconocen el funcionamiento de su cuerpo –tanto procesos biológicos como nombrar  determinados órganos-; y por ello, no le brindan los cuidados apropiados (2019:13). Es decir, para  que la educación en la escuela sea integral debe comprender la enseñanza especializada de los  cambios fisiológicos, biológicos y emocionales asociados, puesto que de lo contrario el impacto  sobre las alumnas repercutiría sobre su salud física.

Paralelamente, como Merskin señala, el hecho de vivir en sociedad implica que “la información  que usan los anunciantes para construir mensajes tiene detrás el peso de la cultura dominante”  (1999: 942). En este caso, hablamos de una sociedad patriarcal que ha mantenido estigmatizados  los procesos de desarrollo adolescente femeninos. Esta relación se problematiza más cuando  reparamos que la educación brindada es incompleta en términos estructurales; la “ideología de la  menstruación” (Merskin 1999:942) supone una práctica silenciadora y cerrada a la intimidad por  su vínculo con la fecundidad. Situación que no ocurre con los cambios corporales de los varones,

que están “ligados al empoderamiento y tratados como un cambio positivo”. (Ingar 2016:180- 200). Por ejemplo, la sociedad reconoce percibe el crecimiento de vello o cambio de voz, como  un signo de fuerza y vigor en el adolescente.

En el Perú, si bien en distintos folletos están destinados a la capacitación de maestros e incitan a  un diálogo continuo con los padres, donde se aborden los temas de sexualidad; el Ministerio de  Educación continúa manteniendo un método de enseñanza que mantiene un discurso biomédico.  Este consiste en presentar la menstruación como un mero acontecimiento que no requiere  cuidados especiales por ser un proceso normal y no particular (Ingar 2016:99). De modo que, se  instala un imaginario que invisibiliza el impacto personal de la adolescente y alcanza a modificar  su relación con la sociedad. Como si esto no ocurriera, en el aula, olvidan incluir a las mismas  adolescentes en la pregunta sobre los desafíos que enfrentan como jóvenes en formación. Así,  revisar construcciones históricas (procesos sociales) basadas en imaginarios tabú permite  comprender la menstruación como experiencia para la mujer, lo que mejoraría la atención en  servicios de salud (Gómez 2012:2).

Por otro lado, una correcta implementación de políticas para el MHM facilita el desenvolvimiento  digno y saludable de las alumnas, lo que, a su vez, empodera a las jóvenes desde la etapa escolar.  Con esto me refiero específicamente, a que el Estado tiene que proveer de insumos requeridos  para el cuidado menstrual, esto contempla las toallas higiénicas, papel higiénico, jabón y un  correcto servicio de agua, por lo menos, en las escuelas. En este aspecto, se admite como  posibilidad romper con un entorno social que tiende a considerar necesarios ciertos cuidados que  solo se pueden dar en la casa y que justifican una “permisibilidad menstrual, como para poder  faltar a la escuela. [Y que provoca que un posible riesgo a] la salud menstrual sea una prioridad  sobre la productividad en la escuela” (Ingar 2016:186).

En este aspecto, es importante mencionar los cuatro hallazgos que ha encontrado un estudio  elaborado hace un año por Unicef. Se encuentran, entonces, la falta de información, el entorno de  burla, el sentimiento de vergüenza derivado de ideales tabú y los inadecuados servicios higiénicos  en las escuelas (UNICEF e IEP 2019:2). Hago hincapié en este último aspecto, sumando también  la falta de insumos o suministros a los que muchas adolescentes no tienen acceso por su situación  económica. Por obvias razones, el hecho de tener acceso a estos servicios es una necesidad y no  un privilegio; porque implica la manutención de la dignidad y la salud de las alumnas. De ahí que,  las escuelas deberían proveer de manera inmediata las facilidades para que las adolescentes se sientan cómodas. Asimismo, podrían gozar de su educación sin que los cambios físicos impliquen  una limitación que sus pares varones no poseen; no por el hecho de que ellos no tengan también  cambios físicos, sino por el hecho de que a sus cambios no se les atribuye un significado social  estigmatizado; sino, empoderador y fuente de seguridad.

Además, desarrollar los conceptos de MHM brinda la posibilidad de generar una evolución en  cuanto a la enseñanza de educación sexual, sobre todo para las alumnas, quienes crecen en un  contexto donde predominan los complejos “tabú”. Con esto, hago especial énfasis en abandonar  lo que Ingar llama “enseñar dibujos planos” (2016:96). Esto es, abordar un enfoque fenomenológico que consiste en enseñar lo que no se cuenta: “color (o posibles colores) del flujo,  sensación, cantidad, por dónde sale. […] Solo se presenta la menstruación como roja y esto  conlleva desconocimiento por parte de las niñas” (Ingar 2016:156). Asimismo, implica un  enfoque práctico, tales como la elección de productos adecuados, cómo ponerse una toalla, qué  hábitos de higiene seguir para que la relación con el cuerpo no sea problematizada en un sentido  que perpetúe el discurso negativo.

Dichos cambios suponen un proceso de empoderamiento femenino desde la etapa escolar. Sin  embargo, hasta que no se incorporen en las escuelas, el impacto social hacia las adolescentes  seguirá dependiendo enteramente de creencias populares, características culturales y la  información del grupo que lo rodea.

Tanto las políticas como la enseñanza del Manejo de Higiene Menstrual respaldan y protegen a  la alumna durante la construcción y descubrimiento de su sexualidad, física y emocional, ya sea  en el ambiente escolar o doméstico. De ahí que esta deba ser implementada dentro del marco de  educación sexual desde las escuelas y, a su vez, el hecho de evidenciar su ausencia revele la  deficiencia con que el Estado maneja lo referente a educación sexual en los colegios. Así, en el  aula continúa primando un modelo que relega el tema de la menstruación a un secreto entre  mujeres, Con lo anterior me refiero a que, de una forma u otra, se evita tomar conciencia de que  “los cambios hormonales implican una reacción social, y modifican la relación con los demás  [tornando] la menstruación como un hecho biológico y social” (Gómez 2012:327). Así, es de  suma importancia que se desarrolle un diálogo prometedor puesto que, es en medida que la  alumna haya recibido información adecuada, que su experiencia con la primera menstruación no  sea vergonzosa y causa de susto o extrañeza (Ingar 2016: 165-180).

En este sentido, debido al impacto social en la construcción de la adolescente, es que ella necesita  de un soporte que la valide frente a su círculo social; y dicho soporte no puede sino traducirse en  conocimientos que el Estado, mediante la escuela, debe brindarle para garantizar una construcción  saludable de su ciudadanía. Así, dicho impacto varía de acuerdo con las creencias populares,  características culturales y la información del grupo que la rodea; el cual muchas veces posee  estigmas y tabúes. De ahí que Ames confirme que sentimientos como vergüenza y miedo de la  adolescente frente a sus pares y familiares “fueron mediados por el hecho de si contaban o no con  información respecto a la menstruación” (2019:27).

Si bien el Ministerio de Educación define la educación sexual integral como “un conjunto de  enseñanzas y aprendizajes que promueve valores, conocimientos y actitudes para la toma de  decisiones con relación al cuidado del cuerpo, las relaciones interpersonales y el ejercicio de la  sexualidad” (2018:1), en la práctica, esto no aplica para el tema de la menstruación. En esta misma  línea, se debe abandonar el enfoque marginal con que se enseña higiene femenina y sexualidad  en general. Esto, a su vez, supone profundizar los conocimientos respecto a sexualidad para  brindar a las alumnas la posibilidad de empoderamiento mediante el conocimiento de su corporeidad biológica y narrada; y cuestionar las valoraciones que se dan a este, tema que trataré  más adelante.

Asimismo, desarrollar los conceptos de MHM brinda la posibilidad de generar una “evolución”  en cuanto a la enseñanza de educación sexual, sobre todo para las alumnas, quienes crecen en un  contexto donde predominan los temas “tabú”. Con esto, hago especial énfasis en abandonar lo  que Ingar llama “enseñar dibujos planos” (2016:96). Esto es, dejar de enseñar la menstruación  desde un enfoque meramente biomédico para abordar un enfoque fenomenológico, que es  básicamente, enseñar lo que no se cuenta: “color (o posibles colores) del flujo, sensación,  cantidad, por dónde sale. […] Solo se les presenta a la menstruación como roja y esto conlleva  desconocimiento por parte de ellas” (Ingar 2016:156). Asimismo, implica un enfoque práctico,  tales como la elección de productos adecuados, cómo ponerse una toalla, qué hábitos de higiene  seguir para que la relación con el cuerpo no sea problematizada en un sentido que perpetúe el  discurso negativo.

Así, abandonar el enfoque marginal con que se enseña higiene femenina y sexualidad en general  supone un salto del enfoque meramente biomédico a uno fenomenológico y, por tanto, más  integral. Como lo había explicado antes, es saltar a un enfoque práctico, pero al mismo tiempo debe de empoderar y no debilitar la agencia de la mujer. En esta línea, la situación social de la  adolescente se basa en preferir conocimientos tradicionales porque vienen de la madre y sus pares,  en lugar de conocimientos científicos, que el colegio debería otorgarles, pero cuyos profesores se  resisten a formar por desconocimiento o mantener, también, las estructuras “tabú”. Las  consecuencias, sin embargo, son claras, pues “muchos de los mitos como tratamientos  tradicionales son sinónimo de prácticas inadecuadas –uso de paños en lugar de toallas higiénica,  por ejemplo- que luego se transforman en trastornos menstruales, del aparato reproductor o  problemas urinarios” (Gómez 2012:329). Situación sumamente importante, en tanto refiere a la  salud de las jóvenes. No obstante, según Carmen Yon Leau, el Estado se muestra deficiente en  “asignar un presupuesto suficiente para implementar, monitorear y evaluar el programa de  educación sexual y los servicios de salud diferenciados” (2015:22). Esto explica porque el patrón  del Estado en generalizar los conceptos de educación sexual ha acarreado una desventaja para las  adolescentes; quienes, en su condición de mujeres, no encuentran un discurso que les brinde respaldo.

Por lo tanto, la escuela debe atender el desarrollo de la alumna en su condición específica de mujer  adolescente para ayudarla a mediar con el ambiente social en el que se desenvuelve y procurar un  diálogo más ameno con su familia y sus pares. Así, la escuela asume su rol como protector de la integridad de la alumna, emparejando la experiencia de la alumna como adolescente en desarrollo  frente a los distintos contextos sociales. Además, las intenciones de los alumnos no son ajenas  porque “no es nuevo que los estudiantes de ambos sexos soliciten talleres y charlas de orientación de educación sexual, así como la ampliación de tutoría y capacitación a docentes y padres de  familia para mejorar la comunicación” (Minedu 2008:17). En esta línea, es importante resaltar  que la enseñanza del Manejo de Higiene Menstrual puede resultar problemática frente a los  distintos ritos e idiosincrasias que rigen a cada familia. Es así como la escuela debe, con mayor  razón, establecer un diálogo directo con los padres de familia pues es en medida que la alumna  ha recibido información adecuada, es que su experiencia frente a menstruación deja de ser  vergonzosa y causa de susto o extrañeza (Ingar 2016: 165-180).

Asimismo, resulta importante reconocer que dotar a la alumna de conocimientos respecto a su  corporeidad entendida desde un enfoque social deslegitima los discursos que alegan la naturaleza  biológica de la mujer para ejercer valoraciones que la mantengan sometida. En esta línea, la  escuela actúa como respaldo de la adolescente frente a situaciones de discriminación o desigualdad de género. Por consiguiente, desde su posición de alumna se va moldeando su agencia  y empoderamiento como ciudadana en sus demás círculos sociales, destruyendo esquemas  estereotipados perpetuados por el patriarcado, donde los cambios de “la femineidad” fueron  mantenidos en secreto por miedo o vergüenza a ser objetos de burlas; recordemos que el 99% de  alumnas peruanas dieron testimonio de sentir incomodidad por esta causa en la escuela (UNICEF  e IEP 2019:2). Así, tratar el tema del Manejo de Higiene Femenina (MHM) es una herramienta  de empoderamiento que, enlazando sus fines referentes a salud con la manutención de la dignidad  de la mujer, acciona su fin emancipatorio de tabúes y estigmas, que en este caso debe garantizarse  desde su etapa escolar.

No obstante, en la sociedad peruana, aún subsiste un discurso cuya idea principal afirma que la  educación sexual y, concretamente, en cuanto a higiene femenina es una experiencia que solo  compete a la familia, especialmente, a la relación madre-hija. De lo contrario, se corre el riesgo  de lacerar este vínculo afectivo, además del marco cultural, donde convive la familia. Como es  evidente, este punto de vista excluye a las adolescentes del ámbito social; entorno en el que  también continúan su desarrollo físico y emocional correspondiente a la adolescencia. Sin  embargo, Rosas advierte que “considerar a la menstruación como fuera de lugar, deja de lado las  experiencias vividas”. En este sentido, es importante señalar este último punto; “experiencias  vividas” (2019:87). Como ya mencioné anteriormente, es necesario preguntarles a las alumnas  sobre el impacto de la sociedad frente a los cambios que experimentan; con el objetivo de  identificar cómo es que ellas se posicionan y perciben como jóvenes ciudadanas. De lo contrario,  resultaría imposible forjar su ciudadanía de manera independiente, con agencia y empoderadora.

En este sentido, es necesario recordar que la ciudadanía se forja tanto desde la escuela, como  desde cada familia. De acuerdo a esto, el aula es el lugar que constituye la principal fuente de  relación con la sociedad, donde existe un encuentro permanente de culturas. Es así que pretender  que un tema como la menstruación debe ser abordado solo en la intimidad del hogar; es silenciar  cambios que sí afectan la vida de las adolescentes, y perpetuar las dificultades producto del  estigma que ya se han generado.

Por un lado, alegar que la enseñanza del Manejo de la Higiene Femenina interfiere y destruye el  contexto cultural de la familia, solo mantiene esta necesidad como un tabú. Como decía, perpetúa  conocimientos o valoraciones que no benefician el desarrollo y agencia de las adolescentes. En  esta línea, el discurso del higienismo cobra relevante importancia; para muchas familias, muchas  prácticas transgreden el patrón cultural en aras del higienismo y la salud. Por ejemplo; el uso de  tampones no es un método aceptable por familias conservadoras. Sin embargo, según Felitti, es  necesario diferenciar los discursos higienistas producto de intereses que benefician la salud, sobre  aquellos que promueven una tradición patriarcal (2016:179). Al respecto; se ha señalado que “usar  materiales insalubres no especializados incrementa el contagio y carga de morbilidad de ITU  (infecciones del tracto urinario)” (Unesco 2019:58). En definitiva; es importante que la escuela  sea vista como un lugar de acuerdo entre el medio cultural intrafamiliar con respecto a la  necesidad de velar por la salud y el acceso a una educación sexual promotora de buenas prácticas.

Asimismo, está claro que la enseñanza del Manejo de Higiene Menstrual en un marco con enfoque  de género no desvirtúa la relación madre-hija y su experiencia como unidad, por el contrario,  establece un vínculo de diálogo más saludable. Esto es, establecer un intercambio de actitudes y  posiciones que no determinen limitaciones para la adolescente en tanto se enfrente con los  cambios a su corporeidad. De ahí que, el Ministerio de Educación mencione que “la púber tendrá  una vivencia más plena sobre su vida sexual si el adulto del entorno reacciona con naturalidad y  lo toma como un hecho esperado” (2008:86). En otras palabras, si la escuela maneja una  pedagogía en torno al MHM, el impacto repercute a nivel intrafamiliar en vista de que la  adolescente es dotada de mayor agencia y poder producto del conocimiento -sobre sus cambios  físicos y emocionales- que se le brinda en una etapa tan desconocida e incierta como la  adolescencia.

Así, ampliar el marco de educación sexual, de tal manera que se aborden temas sobre el Manejo  de Higiene Menstrual, es vital para posicionar a las adolescentes como agentes durante la  construcción de su ciudadanía. Situación que, permite que la adolescente tome conciencia sobre  la relevancia de cómo su experiencia como mujer –desde púber- impacta sobre su situación como  ciudadana. Es, por lo tanto, un trabajo que depende de la escuela en tanto entidad vincular con la  sociedad y el aparato estatal. Así, informar a todos los adolescentes sobre sexualidad, revisando un enfoque que analice y reconozca el impacto social; es la principal estrategia para formar  ciudadanos emancipados. Sobre todo, en el caso de las jóvenes adolescente; quienes tienen que  cargar con los cambios de la adolescencia desde posiciones ya estigmatizadas. Es por ello que  Leau mencione que, “no se trata de identificar y probar buenas prácticas e intervención exitosas,  sino en cumplir acuerdos internacionales de salud y derechos sexuales de adolescentes”.

En conclusión, implementar políticas de Manejo de Higiene Menstrual constituye una necesidad  que incluye al Estado peruano como principal agente de cambio. Tal es así que la escuela se  posiciona como el principal motor desde la educación sexual impartida. La menstruación es un  tema del que se trata someramente; aunque el impacto sobre las alumnas repercuta hasta el punto  de lmitra su educación por el estigma generado. ¿Por qué no hablar sobre este tema? ¿Por qué  actuar como si no existiera, o en todo caso, como si fuera algo tan normal que no es necesario  abordarlo? Está claro que si posee un impacto social sí es importante. Pero entonces ¿Quién se  beneficia de ello? Lo cierto, es que las adolescentes no los son, se ven sometidas a inseguridad y  desconocimiento; puntos que modifican su calidad e intervención cívica. De ahí que, construir la  ciudadanía requiere que temas como el Manejo de la Higiene Menstrual, sobrepasen las fronteras  de lo íntimo y privado; puesto que es un cuadro que sí posee un impacto social negativo y  estigmatizado para las adolescentes. Situación que, mantiene relegadas a las jóvenes, desde  alumnas, como sujetos de valoraciones que las posicionan en un lugar inferior al de sus pares  varones.


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