Por Andrea Liliana Apolín Vargas, estudiante de la Facultad de Derecho de la PUCP y miembro de la Comisión Arte y Derecho PUCP
El extranjero, obra escrita por el francés Albert Camus y publicada en el año 1942, retrata a un hombre franco-argelino que se presenta indiferente ante la muerte de su madre, el crimen que cometió, su posterior enjuiciamiento y su pronta ejecución. En efecto, Meursault se comporta escéptica y pasivamente porque la realidad le resulta absurda. Cabe destacar que, el conflicto principal de la obra radica en la condena injusta de Meursault, ya que su proceso tuvo diversos defectos. Es así que, la débil defensa de su abogado, la carencia de medios probatorios para su defensa, las falsas acusaciones del procurador que apeló a las emociones, los testimonios que solo relataban la concepción sobre la personalidad del protagonista y la presión de los medios de comunicación causaron que Meursault sea condenado a muerte.
Pero, ¿si Meursault, el mismo día de su ejecución, hubiera reconocido que su proceso fue injusto? A través de esta carta ficticia de Meursault se evidencia la vulneración del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. En concreto, habrían sido vulnerados los siguientes derechos fundamentales: el derecho a la defensa (a contar con un abogado que de manera eficiente proteja su derecho), el derecho a un juez imparcial predeterminado por la ley, el derecho a la debida actuación y valoración de los medios probatorios y el derecho a una motivación fáctica y jurídica de la decisión. Finalmente, se evidencia que las emociones juegan un rol fundamental en la determinación de la condena de Meursault.
Carta sin destinatario:
Hoy es el día de mi ejecución, veo el amanecer y rememoro los hechos que me derivaron a esta lúgubre celda. Veo el cielo mientras repaso los hechos, con una claridad que, al principio de este proceso, se me fue arrebatada. Comprendo que seré ejecutado porque se me acusa de ser insensible frente a la muerte de mi madre, pero no soy culpable del delito que se me imputa.
Sí, admito que maté a un árabe, pero como lo mencioné hasta el hartazgo, no fue mi intención hacerlo. El Procurador logró hacerme parecer un criminal sin corazón, pero no maté con pleno conocimiento de causa. Fui víctima de una vil casualidad del azar. Aquel fatídico día, el sol inclemente de la playa me cegó los ojos. Los cinco disparos no fueron la consecuencia de un acto voluntario y consciente. Era necesaria la presencia de un meteorólogo para mi defensa. Pero nadie me creyó, ni siquiera mi abogado.
Incluso, le expliqué a mi abogado que tenía una naturaleza tal que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos. Él hizo caso omiso a mi confesión. Todos hablaron sobre mi alma, pero ninguno intentó descubrir, verdaderamente, el móvil de mis acciones. Estoy convencido de que una pericia psicológica me pudo haber ahorrado la larga agonía de escuchar la nimia defensa de mi abogado.
Confieso que se habló más de mí, que de mi crimen. El Procurador, me había atribuido un delito inexistente, el delito de no amar a mi madre lo suficiente, de “abandonarla” en un asilo, de no haber llorado en su funeral. Trató de demostrarlo, resumiendo los hechos a partir de la muerte de mi madre. Pero, nunca demostró, a través de la debida aportación y valoración de medios probatorios, que mi crimen fue premeditado. Los testimonios relatados consistían en la concepción que, tanto conocidos como desconocidos, tenían sobre mi personalidad, pero nada sobre mi crimen. El procurador, solo evidenció que apelando a la emoción se consigue un veredicto a su favor. Una simple estrategia que merma la objetividad e imparcialidad del juez.
La presión de los medios de comunicación retumbaba en el tribunal por medio de un silencio estruendoso. Los periodistas internacionales que asistieron a mi proceso exigían a un culpable. Fue lamentable, para mi suerte, que el verano sea la estación vacía para los periódicos. Quizás, si mi proceso se hubiera llevado a cabo en invierno, no habrían hinchado un poco el asunto, tal como me lo mencionó el periodista sonriente. No siendo así, los periódicos, los jueces y la sociedad anhelaban mi ejecución.
A pocas horas de ser ejecutado, tan cerca de la muerte, escribo estas líneas para que a otro no le suceda lo mismo que a mí, con la finalidad de exponer mi indignación, mi trémula cólera desvanecida por el miedo. Hoy desapareceré de este mundo, que me es para siempre indiferente, con la seguridad de que este proceso fue injusto. Hoy, les aseguro que la justicia es solo una apariencia y que la verdad, mi verdad, permanecerá por siempre oculta en esta carta.
Hermosa lectura, me incita a leer nuevamente »El Extranjero»