¿Por qué cocinamos? Un chef responderá basado en sus sentidos. No obstante, nuestros antepasados encontraron en la cocción una ventaja biológica basada en la energía extra liberada por los alimentos al pasar por el fuego, facilitando la sobrevivencia, la reproducción y el aumento sostenido de nuestra masa cerebral a partir de la nueva dieta rica en proteínas.
¿Por qué nos besamos? Es cursi y cierto, pero en el preciso instante en que los labios se rozan con los del ser amado, un breve e intenso torbellino de sobresaltos y emociones nos aviva los sentimientos. No obstante, la razón primaria detrás del besuqueo radica en la catarata de mensajes neuronales y compuestos químicos que transmiten sensaciones, excitan sexualmente, producen sentimientos de cercanía y hasta motivan nuestra euforia. Todo ello dirigido a producir valiosa información sobre el status y el potencial futuro de una potencial relación.
Así como ponemos al fuego nuestros alimentos por un sencillo mecanismo evolutivo, o nos besamos para contar con mejor información al discriminar entre potenciales parejas, los seres humanos hemos descubierto los beneficios del intercambio y la distribución del trabajo como mecanismos de mejora en nuestra calidad de vida. Emprender una actividad empresarial tiene que ver con un sencillo ejercicio económico más que con una respuesta ética, moral o sentimental.
Me es, por ello, tan difícil entender a aquellos que prescriben la formalización de un negocio como un ejercicio ético o moral, cuando es -a todas luces- un humilde acto de lucidez económica: ¿qué es más rentable: empezar como formal o como informal? La respuesta, por supuesto, estará sujeta a múltiples factores: giro del negocio, escala económica del mismo, costos de formalización en dicho sector o tamaño adecuado de la masa laboral, entre otros.
Sin embargo, la decisión parte de un ejercicio de suma y resta, de cálculo económico basado en presupuestos de costos, gastos e ingresos, a los que sumaremos los beneficios y detrimentos potenciales de la formalización. Si bien ésta tiene beneficios puntuales (acceso a créditos, seguros y otros servicios financieros, entrada a mercados más desarrollados, con mejores precios y mayores márgenes, entre otros), también es cierto que en el Perú los costos ligados a la formalización son excesivamente altos (abrir y cerrar negocios, trámites y demás trabas burocráticas, leyes laborales paleolíticas, por decir lo menos), razón por la cual la gran mayoría no duda en dilatar la decisión.
Para que más peruanos se formalicen, debemos primero aplanar la cancha de juego: al nivel más básico, significa reducir las trabas y los costes del proceso, generando mayores beneficios que desventajas. Así de simple y sencillo.