¿Cuál es la causa de que sucedan determinados acontecimientos inexplicables en Venezuela? ¿Cómo interpretamos que a pesar del precio del petróleo la economía venezolana no demuestra ni una mínima cuota de crecimiento y posee una deuda pública exorbitante? La respuesta es sencilla aunque el gobierno haya intentado maquillarla durante tantos años: intervenir y entrometerse donde no debe.

El Ministro de Comercio, Alejandro Fleming, expresaba durante la semana que «la revolución traería al país el equivalente a 50 millones de rollos de papel higiénico (…) para que nuestro pueblo se tranquilice y comprenda que no debe dejarse manipular por la campaña mediática de que hay escasez».

Ante el caso del desabastecimiento de papel higiénico y alimento, hecho verdaderamente insólito en un país que podría ser una de las primeras economías del mundo si no fuese por la intromisión constante que ha ejercido el gobierno en cada aspecto de la vida humana, observamos los absurdos planteos del gobierno: éste último, atribuye la escasez a planes de la oposición, argumentando que “hace desaparecer productos”, cuando en realidad tal “desaparición de productos” es una consecuencia de las políticas de control –tales como el control de precios. Empero, el gobierno del fraude pasa por alto las secuelas de la expropiación, aquella política chavista que estatizó más de 1500 empresas –entre ellas, una vasta cantidad de productoras de alimentos y productos básicos.

Otro de los absurdos anuncios semanales del gobierno venezolano, ha sido su venidera reunión con los dueños de los canales Televen y Venevisión, la cual se llevará a cabo el próximo lunes con el motivo de ponerle fin a lo que el mismo Nicolás Maduro denominó las “narconovelas”:

“Ya basta de narconovelas ¿Verdad? Ya basta de series televisivas que promueven la drogadicción, el culto a las armas (…); todas las televisoras de este país tienen que cambiar” y dejar de reproducir “los antivalores del capitalismo… Yo les voy a proponer a ellos algo: una televisión muy distinta… ¿Por qué las novelas lo que tienen que promover es la deslealtad, la traición, el narco, la violencia, la cultura de las armas, la venganza? Porque es lo que más vende, dicen”.

Así, Nicolás Maduro ha argumentado que ésta es la forma más efectiva de eliminar la violencia y ha dado a entender que el capitalismo ha llevado al narcotráfico, a la violencia y a las armas, cuando en realidad todo esto ha sido el más claro producto del socialismo revolucionario de Hugo Chávez.

De esta forma, resalta una vez más aquella demencial característica tan particular del “socialismo del siglo XXI”: el gran culpable es -nuevamente- el capitalismo. Encontrando aquí a su chivo expiatorio preferido para cargarlo con la culpa de una de las consecuencias más duras de la implementación de las políticas chavistas: aquella violencia que cobró la vida de 21.692 individuos en el año 2012, según el Observatorio Venezolano de Violencia.

Es por esto que la violencia no cesará cuando el gobierno comience a regular “qué se debe ver y qué no” en la televisión venezolana. Aquella idea que el “madurismo” no parece comprender, es que el capitalismo, a diferencia del socialismo revolucionario, es un sistema que reconoce los derechos y las libertades individuales, donde los derechos de propiedad y la libertad económica son complementos fundamentales para el desarrollo personal y el crecimiento económico del individuo. Un sistema en el que las relaciones entre individuos son voluntarias, donde la violencia gobierno-individuo no es reconocida ni aceptada. Es por esto que el socialismo encubre sus “macabros ideales”, es por esto que el socialismo necesita de la imposición y la amenaza en conjunto para lograr imponer sus ideas.

De esta manera, cuando existe necesidad de parte de algún sujeto o ente estatal para aplicar determinadas medidas –ya sean políticas o económicas- se olvida que se está negando de fuerte manera algunas bases esenciales de todo individuo: la libertad y la acción de elegir –aquella acción a la que tantos gobiernos temen y a la vez intentan suprimir mediante descabelladas regulaciones.