Por: Alonso Barreda
Estudiante de Derecho PUCP. Ex miembro de THEMIS.

Me gustaría pensar que la política no es una profesión, si no un sacrificio de distintos profesionales quienes, por un período determinado de tiempo, sacrifican sus intereses personales en pos del bien común. Sin embargo, soy consciente de que el poder corrompe y quienes permanecen mucho tiempo en él terminan olvidándose de lo que alguna vez prometieron y empiezan a preocuparse sólo por aquello que los beneficia.

Por este motivo me dan asco los políticos que, pendientes de su jugosa “comisión”, se olvidan de que hay niños en Puno que mueren porque les falta una frazada. Me sorprenden los políticos que se creen defensores de la democracia y después la convierten en nepotismo. Pero sobre todo, me da pena que el camino más fácil hacia la presidencia sea mediante un discurso de luchas sociales que explote los problemas que nos dividen como peruanos.

En un contexto como éste es fácil hacer una campaña política en donde te presentas como la solución a los problemas sociales, económicos y jurídicos del país aunque no sepas cómo hacerlo. También es fácil hablar de ideales políticos utópicos e ignorar realidades mundiales para aprovecharte de los estigmas sociales que tenemos y presentarte como el curador de la nación. Sin embargo, en el proceso electoral hay factores que van más allá del discurso político de un candidato: Hay una ignorancia hacia los principios democráticos que supuestamente respetamos y una Ley Orgánica de Elecciones con disposiciones ineficientes.

En primer lugar, quisiera saber qué hace el JNE en las elecciones. Su tarea es la de consolidar el sistema democrático, garantizando su legalidad y legitimidad, de manera eficaz, eficiente y transparente.[1] Pero entonces, ¿qué entendemos por sistema democrático? Creo que el concepto por el que democracia se limita a ser el derecho de elegir a tus representantes es, justamente, un libertinaje antidemocrático. Hoy, democracia es también la responsabilidad de votar informada y responsablemente por quien mejor crees que te va representar. Es por eso que el JNE debe garantizar que las promesas que los candidatos ofrecen al país en su campaña electoral correspondan a, efectivamente, su plan de gobierno. Si no, el JNE estaría contemplando un engaño electoral (escenario contradictorio a lo que debiera ser un sistema democrático). Si no, ¿de qué sirve que sea requisito entregarle los planes de gobierno al JNE si cada candidato podrá desconocerlo cuando le convenga y decir lo que quiera en cada ciudad a la que vaya?

En segundo lugar, tenemos una Ley Orgánica de Elecciones que contiene disposiciones ineficientes. Por ejemplo, el prohibir la publicación de encuestas una semana antes de emitir nuestro voto después que han sido, justamente, las encuestas las que han guiado la opinión y dirigido el voto de la población durante meses. Además, las encuestas se siguen realizando, sólo que no se pueden publicar bajo pena de multa. Estas se reservan para un grupo minoritario de la población, generando así una asimetría de información respecto de los votantes y las posibilidades reales que tiene cada candidato de ganar las elecciones o pasar a segunda vuelta. En otras palabras éstas “encuestas privadas”, terminan equiparando el poder económico con el acceso a la información. Hecho que agranda la brecha y el conflicto social, ya que unos le echan la culpa a otros del resultado electoral por haber votado por tal o cual candidato cuando era un voto perdido. Pero, ¿cómo van a saber que es un voto perdido si está prohibido que sean informados al respecto?

Pensemos en el escenario inverso, y consideremos que todos los candidatos que no pasaron a segunda vuelta componen sistemas democráticos y los que pasaron a segunda vuelta no.[2] Esto significa que a la población le fue negada la posibilidad de tener un presidente democrático por dos factores. El primero es exógeno: ningún candidato sin posibilidades reales de pasar a segunda vuelta declinó su candidatura en favor de otro que sí las tenía; y, el segundo es endógeno: al no saber cuál de los candidatos era el voto perdido, los votantes no tuvimos la posibilidad de sacrificar pequeñas diferencias o matices entre posturas similares y unirnos para meter a un candidato democrático a la segunda vuelta.

Por esto es que hoy estamos ante la típica segunda vuelta peruana: esa maldita tradición de apoyar al mal menor. Situación a la que hemos llegado gracias a una política cuasi-borbónica que ignora a la mayoría de los peruanos necesitados; a una clase empresarial dispuesta a amarrase con cualquier candidato, sin que le importe el destino del resto del país; a una prensa que es capaz de tomar partidos y dejar de lado el deber periodístico imparcial; a una legislación ineficiente y a un manejo de las instituciones democráticas que nos relega a un voto desinformado en medio de falsas promesas de los candidatos. En conclusión, si nos encontramos ante un balotaje que en vez de sembrar esperanza va a resurgir odios y miedos, esto no se debe a que hayan “ignorantes”, si no a que hay mucho y muchos que los ignoran.


[1]http://portal.jne.gob.pe/informacioninstitucional/quienessomos/Misión%20y%20Visión.aspx

Misión

Organismo constitucional autónomo que garantiza el respeto de la voluntad popular, manifestada en los procesos electorales, contribuyendo en la consolidación del sistema democrático y la gobernabilidad de nuestro país, a través de sus funciones constitucionales y legales; con eficacia, eficiencia y transparencia.

Visión

Ser el organismo rector dentro del sistema democrático, que garantiza la legalidad y legitimidad del mismo, sobre la base de una ciudadanía educada y consciente de sus derechos y valores democráticos

[2] Esto, presuponiendo como seguro las suposiciones que Keiko será Alberto Fujimori II y Ollanta la mascota de Chavez.

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