Por Andrea Burga, colaboradora de Sociedad y Discapacidad (SODIS)

“Vivimos en una nueva normalidad”, esa es la consigna bajo la cual las personas han retratado los días de pandemia por Covid-19. Para las personas con discapacidad psicosocial, neurodiversas -o como ellas decidan autodenominarse-, la adaptación a esa normalidad ha acentuado una serie de barreras en el ejercicio de sus derechos.

Evelyn es una de estas personas. Desde que se decretó la cuarentena el 16 de marzo, como todos, no salió de su casa. Su rutina dio un giro radical y ya no tenía espacios alternos para sobrellevar las crisis de ansiedad que aumentaban debido al estrés de estar encerrada.

Durante los meses de cuarentena estricta, el centro de salud mental comunitario al que acudía continuó proporcionándole sus medicamentos, pero la atención de los servicios de psicología y psiquiatría fue suspendida, solo había un psiquiatra presente en el centro que verificaba su receta para que se le entregue el medicamento. “Lo malo de eso es que cualquier cosa que le dijeras al psiquiatra de turno que te daba los medicamentos se traducía en aumentarte la dosis del fármaco, así que solo si eras usuaria de medicinas podías atenderte”, comenta.

No fue hasta junio, al término del confinamiento, que pudo retomar sus consultas mediante videollamada. Ahora está contenta con su psicóloga, con ella comparte sus experiencias de salud mental y herramientas para manejar sus emociones.

Sin embargo, con el servicio de psiquiatría no ha tenido el mismo éxito. “El psiquiatra me aumentó la dosis de un medicamento sin avisar. Cuando lo tomé sudaba muchísimo, mi metabolismo era más lento y me estaba volviendo bastante apática, así que decidí dejarlo”, relata.

Este hecho contraviene la Ley General de Salud Mental, que dispone que todas las personas usuarias de los servicios de salud mental tienen derecho a recibir información clara y precisa sobre el tratamiento que van a recibir. Además, la Ley instala el derecho a negarse al tratamiento si así lo decide la persona usuaria.

Evelyn reconoce que gracias al Estado las medicinas han sido asequibles para ella, pero considera que la práctica psiquiátrica de recetar fármacos sin consultar antes cuál es la opinión de la persona usuaria continúa vigente.

El caso de Evelyn ejemplifica uno de los principales obstáculos que tienen que enfrentar las personas con discapacidad psicosocial: el modelo biomédico. De acuerdo a este enfoque, las condiciones de salud mental deben ser tratadas con medicación (psicofármacos) y, únicamente, bajo atenciones médicas. Esta perspectiva ya existía antes de la pandemia, pero el Covid-19 ha acentuado aún más esta barrera.

Al respecto, el último informe del relator especial sobre salud de la ONU, el Derecho de Toda Persona al Disfrute del más Alto Nivel Posible de Salud Física y Mental, el enfoque biomédico debería cambiarse por un modelo de derechos humanos que considere más igualdad, acceso al empleo, a la educación, a la vivienda, como formas de promover una salud mental de calidad para todas las personas.

Derechos postergados

Además del modelo biomédico, las personas neurodiversas han tenido que enfrentarse a otras trabas para poder desarrollarse en la vida cotidiana durante la pandemia. Una de esas dificultades se ha visto reflejada en el ejercicio del derecho a la autonomía.

Nancy es terapeuta ocupacional y trabaja para contribuir a que las personas con discapacidad psicosocial alcancen el mayor nivel de autonomía posible a través de actividades cotidianas como el uso del transporte público, reconocimiento de dinero, aprender a cocinar, entre otras actividades de acuerdo al caso particular de cada persona. No obstante, durante la pandemia ha visto este trabajo restringido. “Tengo varios usuarios con los que no puedo avanzar mucho porque no pueden salir y aunque tratamos de hacer actividades dentro de casa, he visto un mayor deterioro”, explica.

En cuanto al derecho al empleo, Nancy también ha visto dificultades, pues muchas personas neurodiversas no tienen acceso a internet, con lo cual se les dificulta ingresar a su centro de labores o buscar convocatorias de trabajo en línea.

El estigma también es una barrera en este ámbito. Laura ha experimentado discriminación al momento de buscar un empleo. Ella comparte en sus redes su experiencia en salud mental; ha postulado a varios trabajos en hoteles como recepcionista y ninguno la ha aceptado. “La etiqueta que me han puesto varios psiquiatras es que tengo trastorno límite de la personalidad. Yo lo comparto en mi Facebook y como los reclutadores lo ven, seguro dirán: ¿qué le pasa a esta loca?; tendría que crearme otra cuenta y otra identidad para que me acepten”, señala.

La locura como respuesta

A pesar de estas barreras, las personas con discapacidad psicosocial y personas neurodiversas han encontrado espacios de contención durante la pandemia. La Colectiva Locura Feminista es un espacio conformado por un grupo de activistas feministas con experiencias en salud mental que reivindican el concepto de “locura” con el fin de reapropiarse de este, transformar el sentido peyorativo que se le da socialmente, y utilizarlo como parte de su identidad con orgullo.

En el periodo de aislamiento social, la Colectiva ha sido de gran apoyo para confrontar las dificultades que se le ha presentado a cada una de las integrantes. En el ámbito de la educación, por ejemplo, para Vanesa, llevar clases virtuales en el confinamiento no ha sido sencillo. Muchos  profesores no entienden que, en ocasiones, tiene que faltar debido a las crisis. “A veces me ausento y los profesores no entienden por qué no aviso que voy a faltar, pero es algo que no puedo prever”, explica.

En el caso de Pao, la universidad en la que está tuvo mucha disposición para otorgarle adaptaciones en los cursos: mayor tiempo en las entregas, evaluaciones alternativas, etc.; sin embargo, cuando recurrió al acompañamiento psicológico de su unidad, sintió que le presionaban para tomar fármacos. “Yo le decía a la psicóloga que no me pienso volver a medicar, porque he sufrido todo lo que significa un tratamiento psiquiátrico y no lo pienso volver a pasar, pero ella me insistía mucho y era muy incómodo”, narra.

Todas estas vivencias han sido compartidas por las integrantes a través de conversaciones en chats. Ellas reconocen que formar parte de la Colectiva les ha permitido responder mejor a las barreras y a los malestares que han sentido, al poder contar con el espacio para compartir sus experiencias de manera horizontal. Sus voces son expertas porque son ellas quienes conviven con diversidades de salud mental, voces que han sido silenciadas a lo largo del tiempo y que ahora son el apoyo de otras personas neurodiversas.

Cada una de las personas que integra la colectiva demanda la eliminación de prácticas psiquiátricas que vulneran la dignidad de las personas y un enfoque basado en la comunidad que respete los derechos humanos y que prescinda de la institucionalización.

Durante años, se ha hablado de la salud mental desde las voces de médicos psiquiatras, psicólogos y familiares, pero, actualmente, existe un movimiento de personas con diversidad psicosocial que toma la palabra desde sus propias experiencias y que adopta un discurso alejado del modelo biomédico.

Algunos prefieren hablar de diversidad psicosocial en lugar de enfermedad o trastorno, otros se consideran supervivientes del sistema psiquiátrico, hay quienes sí se sienten cómodos con profesionales de la psicología que entienden su diversidad. Rechazan la individualización de las condiciones de salud mental y cómo se omite el contexto social de cada persona, y hablan de construcción de redes de apoyo para afrontar las situaciones de mayor dificultad.

La respuesta de las personas con diversidad psicosocial ante la pandemia nos permite recordar que las condiciones de salud mental no son el problema, sino las barreras impuestas por la sociedad que la comunidad con estas vivencias tiene que enfrentar para alcanzar igualdad de oportunidades, y que la salud mental no es un diagnóstico, es un tema de derechos humanos.

1 COMENTARIO

  1. Gracias por el post, hace poco más de un mes me diagnósticaron el F60.3, según el psiquiatra que me atendía vía teleconsulta era ansiedad y depresión, pero en la capital determinaron ello tras una crisis, a qué grado, aún no lo sé… Sólo se que ya desde mi niñez sentía impulsividad, y hace más de un año que estoy así, tras años después que fui Dada de alta de una depresión mayor y en mi trabajo, al principio me sentía comprendida, pero en mi caso deseaba continuar en teletrabajo, pues mi familia y amigos están en provincia, pero no lo entendieron y simplemente la Institución Pública en la que trabajaba decidió no renovar mi contrato, fue frustrante, perder un trabajo que me hacía sentir realizada, por más que soportaba presión y daba lo mejor de mi, pero las supervisoras no lo entendían, simplemente pensaban que me estaba portando como una niña, no es fácil sobrellevar estás enfermedades, aún así trato de pensar en positivo y salir adelante pues es un legado que he aprendido de mi madre, y lucharé por ello y por mis derechos, y deseo más información al respecto, seguiré buscando y luchando por ello.

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