Quizás haya llegado la hora de reexaminar los supuestos beneficios de la existencia de las bancas centrales a lo largo del globo. En los últimos años, las críticas sobre el accionar de estos órganos se han multiplicado. Como es de conocimiento, las bancas centrales inflan la masa monetaria y actúan fuertemente de manera irresponsable. Estas entidades, que hoy se contabilizan en más de 170 alrededor del globo, aplican medidas incorrectas cuya esencia es incorrecta de base. En realidad, expandir el circulante o masa monetaria suele ser la medida que conduce al empeoramiento sostenido de toda situación macroeconómica.
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El objetivo es lograr pensar «fuera de la caja» y comprender que no es necesaria una banca central, como tampoco lo es el aislacionismo nacionalista para lograr una cuota de crecimiento económico. La región latinoamericana viene implementando las mismas políticas desde hace décadas, los resultados están a la vista y lejos está de ser el camino correcto para alcanzar un verdadero desarrollo.
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Resulta curioso preguntarnos cómo sería América Latina si lograra despojarse de estas entidades, en tanto confiesan tener el único fin de consentir gustos e intereses de políticos populistas. No quepa duda de que, sin los bancos centrales, la región lograría acercar las economías a la solidez y la estabilidad. Además, las administraciones populistas carecerían del dinero necesario para financiar y luego llevar a cabo sus proyectos de corte demagógico, por lo que tampoco podrían disponer de una caja para la compra de votos y el fomento del clientelismo político.
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La responsabilidad, confianza y transparencia pasarían a ser, en tal caso, el motor de una economía capaz de eliminar la corrupción de cuajo que podría ahorrarse, a la vez, el pago de salarios de una importante cifra de burócratas que se desempeñan en estas bancas centrales. Ello, claro, teniendo en cuenta que el populismo latinoamericano no permitirá jamás la referencia a «bancas centrales independientes». La dirigencia política no vería otro sendero que recortar sus gastos, dado que ya no contarían con la posibilidad de emitir moneda para autofinanciarse. Esta situación llevaría por sí sola a una alta estabilidad de los precios finales dirigidos al consumidor y, por ende, a unas cuotas más elevadas de inversión privada a lo largo y ancho de la región. Los bancos centrales conducen a un sinnúmero de operaciones innecesarias; son útiles para «robar», pero pocas personas se encuentran en posibilidad de percibirlo de esta manera.
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Hoy en día, es posible pensar en Latinoamérica sin las cadenas de la banca central. Ello, a pesar de que, desde hace ya varias décadas, se ha generado artificialmente una imagen que intenta asignar aspectos positivos a la idea del «Estado de gran tamaño», del subsidio, de los bancos gubernamentales y del canonizado proteccionismo que nos protege de «los males que los países desarrollados buscan causarnos al invadirnos con sus bienes y servicios». Cabe cuestionarnos por qué nuestra región tiene un gran liderazgo histórico en lo que respecta a la inflación. La respuesta es clara y se encuentra en las bancas centrales que abundan y nos rodean.
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El punto clave aquí es que la emisión monetaria llevada a cabo por estas entidades genera lo que denominamos inflación. Así, los precios suben y el peso de la inflación recae con mayor fuerza sobre los ciudadanos que se encuentran en los estratos sociales más bajos y que cuentan con menos recursos para el sustento. Los gobiernos utilizan la emisión monetaria como la herramienta principal para financiar sus gastos, y al momento en que la banca central imprime billetes, el dinero que los ciudadanos tienen consigo pierde cada vez más su valor y cae el poder adquisitivo real. De este modo, la emisión incontrolada de billetes, destinada al financiamiento de déficits generados por el populismo, lleva a que los ciudadanos se vean obligados a pagar el “impuesto inflacionario”.
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La República Argentina y la República Bolivariana de Venezuela figuran entre los países con los procesos inflacionarios con mayor crecimiento en el mundo. Mientras la economía venezolana se muestra completamente deteriorada y su inflación bordea el 50% anual; su similar Argentina parece seguir el mismo libreto, con un crecimiento anual de los precios lindante con el 30%.
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Tradicionalmente, la tendencia latinoamericana nutrida por el populismo se ha ocupado de responsabilizar al «capitalismo» por esas insoportables tasas de inflación. Pero la percepción ciudadana tendrá que cambiar: las sociedades en América Latina que aún deben tolerar este tipo de gobiernos comenzarán a comprender que el desastre no es provocado por las ideas del empresariado, sino por quienes están a cargo del Estado. Aquí, da inicio el problema de la emisión del dinero por parte del gobierno. Latinoamérica, al lograr hacerse eco de este diagnóstico, comenzará a transitar en el camino correcto.
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El economista austríaco Friedrich Hayek explicó oportunamente que «la inflación es siempre el resultado de la debilidad o de la ignorancia de aquellos que tienen a su cargo la política monetaria». En igual sentido, este riesgoso apego hacia el nacionalismo monetario comporta la posibilidad de conducirnos rápidamente hacia la multiplicación de la crisis y el caos, tal como puede comprobarse no solo en la región latinoamericana, sino además en otras partes del mundo. Finalmente, hemos de consolidar la percepción sobre por qué una «banca central independiente» no es garantía suficiente de una reducción de la inflación, y allí comprenderemos la necesidad de la «desnacionalización del dinero».