Por: Gattas Abugattas
Abogado Internacionalista, Master en Diplomacia y Relaciones Internacionales. Profesor de pregrado y posgrado en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Profesor de posgrado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Academia Diplomática del Perú.

¿Vivimos en un mundo que requiere pruebas? Los científicos son bastante buenos en cuanto a ellas se refiere. Por ejemplo, si consideramos a quienes estudian el universo, constataremos que están seguros de muy pocas cosas, pero tienen pruebas para casi todas las demás de las que no están seguros. Nunca han estado en el Sol, pero saben de qué está hecho su núcleo y pueden calcular, incluso, el tiempo de vida que le queda. La lógica es más simple en cuanto a las pruebas. Si A es igual a B y B es igual a C, entonces A tiene, necesariamente, que ser igual a C.

Ese es el mundo de las pruebas; aquel lugar exótico que algunas veces nos hace dudar, pero que otras veces presenta una lógica irrefutable. Pero las pruebas no nos satisfacen. Si queremos creer en algo, por más que cincuenta, cien o doscientas personas nos digan que aquello no es cierto, seguiremos creyéndolo, pues es lo que queremos.

Si se produjo un asesinato y tenemos el arma homicida, tenemos las huellas en el arma y éstas nos llevan a una persona que dice que tomó el arma luego de ocurrido el hecho y que no disparó, ¿le creemos? Si no se pudo hacer una prueba de absorción atómica, para determinar si esta persona ha disparado o no un arma, ¿le creemos más? Si esa persona es muy amiga nuestra, ¿le creemos aún más? Si la víctima es un familiar nuestro, ¿le dejamos de creer a esa persona? En el sistema de justicia de los Estados Unidos de América (EUA) y en muchos otros países, la duda razonable impide que una persona sea condenada por asesinato. Las cosas tienen que estar lo suficientemente claras como para no generar duda.

Las tropas de los EUA cometieron torturas y mataron civiles en la guerra en Iraq. Wikileaks ha presentado pruebas, entre otras, videos. Claro, cuando uno ve directamente las cosas, las dudas se disipan. Pero, ¿acaso no sabíamos de esto antes?, ¿acaso centenares de personas no denunciaron estos hechos?, ¿acaso esas personas no mostraron pruebas de los daños causados, muchas veces directamente a ellas como víctimas?, ¿acaso no presentaron fotos que evidenciaban lo que allí pasaba? ¿Por qué no les creímos?

Algunos afirman que en el mundo hay conspiraciones, que existen personas que tienen tanto poder que controlan todo, incluso hay series de televisión y películas que estudian las “teorías de la conspiración”. Según ellos, estas personas controlan incluso los escándalos que surgen en torno a ellas, como si fuera información que ellas mismas autorizan a difundir con algún fin oculto. ¿Creemos esto? ¿Estamos buscando pruebas o, en todo caso, ya existen? ¿O es que quizá estamos esperando que salga a la luz algún video o documento en Wikileaks que simplemente mencione el tema para, inmediatamente, creerlo?

Cualquiera de nosotros puede “donar” información a Wikileaks y luego ellos se encargarán de “verificar” la autenticidad de la información, para finalmente publicarla. ¿Acaso se les exigirá lo mismo que a cualquier periodista, es decir, diligencia debida para llegar, si no a la verdad, a un grado de veracidad que les permita hacer pública una información? ¿Acaso alguien controla esto?

No hay nada mejor, quiero creer, que el hecho de que la información que deba ser conocida efectivamente lo sea; que las estafas sean develadas; que los corruptos, por más poder que tengan, paguen por su corrupción; que los gobiernos asesinos paguen por sus crímenes. El riesgo que vale la pena correr es que al final nadie crea en nadie y vivamos todos en un mundo de constante desconfianza y sospecha. Pero para controlar ese riesgo, ya que “el papel aguanta todo”, y el internet también, hay que ser cuidadosos con lo que se difunde, hay que estar seguros de que es verdad o, al menos, de que fuimos diligentes en el análisis de la veracidad de la información.

Wikileaks no es nuevo, apareció en el año 2006, pero su llegada al Perú sí lo es. Sin embargo, ¿nos trae novedades? No estoy tan seguro. Si alguien me dijera que en el sur del Perú, concretamente en Puno, hay mucho contrabando, yo le creería, pues basta con hacer un corto viaje al altiplano peruano para comprobar esa afirmación. Es decir, no necesito que esto se publique en Wikileaks.

Si alguien me dijera que en parte de las Fuerzas Armadas del Perú o en la Policía Nacional hay corrupción, pese a no tener pruebas directas también lo creería. Cuando uno viaja a alguna provincia del Perú que no sea Lima, o se interna en un distrito de Lima que no sea de clase A, A/B o C, conoce una realidad que no creo que requiera de muchas pruebas. En esos lugares todos sabemos quién es quién; todos sabemos quién es el que se droga, quién es el que vende la droga, quién es el que roba para conseguir dinero para drogarse, etcétera. Y, aunque parezca paradójico, quienes mejor lo saben son, por ejemplo, los miembros de la Policía Nacional del Perú que, claro está, no suelen hacer mucho por evitarlo.

Este asunto es bastante sencillo; como cuando los científicos quieren probar algo; si la fórmula química es H2O, es agua. Si hay “centros comerciales” bastante conocidos que venden productos sin emitir boletas o facturas y, además, esos productos muchas veces son de fabricación extranjera, hay contrabando. Si en el Perú sabemos que se elabora pasta básica de cocaína, sabemos cómo se saca del país, muchas veces sabemos quiénes lo hacen y no se controla el tema, es evidente que hay corrupción en torno al narcotráfico.

Todos sabemos que en el Perú, por unos nuevos soles o dólares, no tener brevete para conducir deja de ser una falta; todos sabemos que las exigencias de Defensa Civil para abrir una fábrica o un negocio se tienen que cumplir o se pueden pagar. No necesitamos que Wikileaks publique que hay corrupción en las Fuerzas Armadas para saber que en efecto existe.

Pero, ¿qué es lo peligroso en todo esto? Pues esa baratija llamada dignidad humana. Recuerdo que en el colegio, cuando alguien cometía una falta y los profesores querían saber quién había sido, ante la ausencia de una confesión sincera, siempre decían “justos pagan por pecadores” y castigaban a todos.

Es necesario saber que algo malo ocurre para impedir que siga ocurriendo. Es necesario que los abusos contra los derechos humanos o el Derecho internacional humanitario se hagan públicos para sancionar a los infractores. Pero cuando estas noticias salgan a la luz no creo que debamos reaccionar escandalizándonos ni, mucho menos, culpando sin antes tener, por lo menos en mente, la presunción de inocencia, sobre todo cuando algunas de las que salen a la luz no son del todo claras. Esto es algo así como la exigencia de no violar derechos humanos para sancionar a aquellos que sí violan derechos humanos.

No seamos ingenuos, no esperemos ver a una persona disparar a otra para acusarla de homicida, pero tampoco la condenemos sólo por encontrarla en la escena del crimen tratando de ayudar a la víctima. Hay que saber discernir qué es una prueba y qué no lo es. Veamos las pruebas que nos rodean, sepamos analizarlas sin pasiones ni prejuicios, estemos vigilantes y no esperemos que otros vigilen por nosotros y, finalmente, cuestionemos todo, incluso la información que nos es proporcionada por aquellos que dicen ser amigos nuestros y que quieren luchar contra las injusticias del mundo, porque uno nunca sabe…