Traducido por Josefina Miró Quesada. Republicado y traducido con permiso de los autores. El artículo original se encuentra aquí
Los 40 años de «la guerra contra las drogas» estadounidense ha sido un fracaso colosal. Hasta que no se reconozca la verdad de esta premisa, no podrá esperarse ningún avance en el tratamiento de las drogas. Varias posturas razonables han tratado de ayudar el triunfo de la guerra; tales como las largas y duras penas de prisión para los condenados por la venta o el consumo de drogas, el intento de impedir que éstas entren en los EE.UU, desde México y otros países, y la confiscación de grandes cantidades de drogas (¿recuerdan ‘La Conexión Francesa’?). En algún momento, todas las guerras que fallan terminan, y se abren espacios para explorar enfoques alternativos.
Las dos principales alternativas a la guerra contra las drogas son la despenalización y la legalización de las drogas. Despenalizar las drogas significa que el uso de drogas ya no sería una actividad criminal, mientras que el tráfico de drogas seguiría siendo un delito. La legalización de las drogas significa que el tráfico de drogas, así como el uso de éstas no constituiría un crimen.
Con la despenalización, no estarían sujetos a cargos penales aquellas personas en posesión de pequeñas cantidades de drogas, por lo que no tendrían por qué temer prisión u otras penas. Dado que eliminar cualquier castigo penal por el sólo uso de drogas reduce su costo efectivo, la despenalización podría generar un aumento en la experimentación de éstas.
Sin embargo, al mismo tiempo, la despenalización también podría reducir el número de usuarios de drogas que consumen regularmente grandes cantidades, lo que suele ser un signo de adicción. La posibilidad de llegar a ser y permanecer adicto a las drogas u otros bienes no se determina solamente en base a propensiones biológicas y psicológicas personales que convierten a uno en adicto. Por ejemplo, muchas personas terminan su adicción al cigarro o al alcohol cuando se casan, encuentran buenos empleos, o maduran.
La guerra contra las drogas hace que le sea más difícil acabar con las adicciones a las personas cuyo estado de adicción les es una desdicha. Cuando el uso de las drogas es un delito penal, los drogadictos que quieren asistir a las clínicas de drogas, o buscar otro tipo de ayuda, están sujetos a arresto. Aunque despenalizar las drogas hace que sea más fácil experimentar el uso de otras, también fomenta el desarrollo de organizaciones con fines de lucro (y sin fines de lucro) que ayudan a las personas a acabar con su dependencia a la cocaína, heroína u otras drogas adictivas. Dado que fumar y beber es legal, la organización sin fines de lucro Alcohólicos Anónimos (AA) podría ayudar a los grandes bebedores a terminar su adicción, y las empresas con fines de lucro tendrán el incentivo para crear parches que ayuden a dejar de fumar.
Portugal, un país que despenalizó todas las drogas en el 2001, es un ejemplo que sirve para ilustrar la idea de que la despenalización del consumo de drogas reducirá la adicción a éstas. Un estudio del 2010 en el British Journal of Criminology concluyó que la despenalización en dicho país redujo el aprisionamiento en base a cargos relacionados con drogas, y sólo aumentó ligeramente la experimentación de drogas entre los jóvenes, las visitas a las clínicas que ayudan a acabar con la drogodependencia, y redujo las muertes por sobredosis.
Como indica Posner, un número creciente de Estados ha despenalizado el consumo de marihuana con fines médicos, y otro par lo ha hecho respecto a todos los usos de la marihuana. Efectivamente, si no es legalmente, la marihuana ha sido despenalizada en un gran número de Estados americanos, a pesar de su violación a la ley federal.
La despenalización del consumo de drogas conduce también a la despenalización de algunas otras relacionadas al narcotráfico. Ello debido a que ciertos vendedores de drogas sólo mantendrían pequeñas cantidades de drogas para que en caso sean interrogados por la policía, reclamen que son sólo usuarios, más no vendedores de drogas. No obstante, la despenalización por sí sola no acabaría con muchos costos implicados en la guerra contra las drogas, pues eso exige llevar a cabo acciones en gran escala en contra de los traficantes. Sólo la legalización total de la venta, así como el consumo de drogas podría hacer eso. Como Kevin Murphy y yo dijimos en otro espacio (Wall Street Journal, Jan.5, 2013), «la despenalización en ambos lados del mercado de las drogas reduciría los precios de medicamentos, el rol de los delincuentes en la producción y venta de drogas, mejoraría muchos barrios dentro de la ciudad, alentaría a los estudiantes minoritarios en los EE.UU. a terminar la escuela secundaria, disminuiría los problemas de drogas con México y de otros países que participan en el suministro de medicamentos {a los EE.UU}, reduciría en gran medida el número de presos federales y estatales, y los efectos nocivos de los delincuentes de drogas de tener que pasar tantos años en la cárcel, así como a ahorrar los recursos financieros del gobierno.»
En la mayoría de los países, incluyendo los Estados Unidos, el tabaco y el alcohol son fuertemente gravados a través de los llamados «impuestos del pecado«. Para quienes se preocupan de que la legalización de las drogas aumentaría en gran medida el consumo de éstas, legalizarla podría llevarse a cabo de la mano de un impuesto a las drogas, al igual que los demás «impuestos del pecado». Algunas transacciones de drogas podrían moverse bajo la mesa para evitar el pago de este impuesto, pero la mayoría de la producción se mantendría legal debido a las ventajas contractuales (y a muchas otras) de producirlas legalmente.
La retirada de la guerra contra las drogas ha comenzado. La pregunta es si será una razonable, con cambios sistemáticos en la ley respecto a la despenalización y legalización de las drogas, o una desordenada, que deje a los usuarios y vendedores de drogas en un estado legal incierto.