La discusión de Becker sobre la fluctuación de precios de recursos naturales presenta un panorama convincente sobre el rol de la demanda y la tecnología en el precio del petróleo y el gas natural. Fluctuaciones similares, que aparecen por diversas razones (aunque reducible en general a los cambios de demanda y oferta), también afectan a otros recursos naturales. Las fluctuaciones en los recursos naturales que Becker describe son relativamente benignas, y aunque a veces pueden ser elevadas, se mantienen dentro de niveles tolerables gracias a los efectos contrapuestos que supone el aumento de la demanda, que empuja los precios al alza, y los del avance tecnológico, que los reduce al aumentar la disponibilidad práctica de los recursos.

Las fluctuaciones, sin embargo, pueden ser social o políticamente desestabilizantes, incluso de manera inusual. Un ejemplo sorprendente es el rápido aumento de los precios de la gasolina (gasolina siendo un bien manufacturado en sí mismo, pero el principal componente de su costo es el petróleo) en el verano de 2008, alcanzando un máximo de $4.11 dólares el galón. El aumento ayudó a cegar a la Reserva Federal de la crisis financiera inminente. Minutos del comité de mercado abierto de la Mesa Directiva ese verano revelan una preocupación por la amenaza de la inflación, para lo que el aumento del precio de la gasolina se pensó sintomática, cuando en realidad el peligro para la economía era una naciente crisis financiera que tenia nada que ver con los precios de los productos básicos.

Pero para entender el verdadero peligro para la estabilidad económica y política (la economía y la política están estrechamente relacionadas por supuesto) que las fluctuaciones en los precios de productos básicos pueden provocar, tenemos que pasar de productos de recursos naturales como el petróleo a productos agrícolas como el trigo. La actual inestabilidad en el mundo árabe, que ha envuelto a Túnez, Egipto, Jordania, Líbano y Siria, parece ser principalmente resultado de incrementos en el precio del trigo y del maíz, aunque es posible que aquellos aumentos solo hayan sido factores desencadenantes que afectaron ese momento de la inestabilidad política de estos países, en lugar de las causas básicas.

Los países del Medio Oriente son grandes importadores de trigo y maíz y, en menor medida, de otros granos. El precio de estas materias fluctúan mucho. Entre 2006 y 2008, los precios de estos dos granos aumentaron en un 136 por ciento y 125 por ciento respectivamente; el precio del arroz aumentó más de 200 por ciento y el precio de la soya por más de 100 por ciento. Los precios bajaron en 2009 y 2010, como consecuencia de la depresión mundial desencadenada por el colapso financiero de septiembre de 2008, pero se dispararon nuevamente en 2010; y, la “Primavera Árabe” (un término extraño para lo que parece un desastre regional político) surgió.

La causa de los incrementos de precios que se inició en 2006 parece haber sido una confluencia del aumento de la población mundial, el aumento de los ingresos per cápita en los países consumidores, el desvío de maíz para la fabricación de etanol, el aumento de los precios del petróleo y las sequías. El efecto en los países del Medio Oriente, donde el pan (fabricado a partir de granos) es el alimento básico, fue dramático. Los gobiernos de estos países subsidian el pan y tuvieron que aumentar los subsidios en relación a los incrementos en el precio de los granos. Pero los gobiernos tienen recursos limitados, por lo que no pudieron evitar que el precio al consumidor se eleve o exista escasez si se redujeran las importaciones para ahorrar dinero.

El incremento de los precios fue el último golpe para los ciudadanos de estos países. Tenían mucho de qué quejarse. Pero la idea de que las protestas que condujeron a levantamientos y al derrocamiento de los gobiernos y a la guerra civil en Siria como resultado de un anhelo a la democracia o de antipatías religiosas parece ser incorrecta, o en todo caso, la chispa que provocó el incendio no fue discordia política o religiosa sino desesperación económica (existen, además, motivos considerables para dudar que estos países están preparados para la democracia).

La ironía es que la agricultura es generalmente considerada como el niño del cartel para la asignación de bienes en el mercado, ya que los productos agrícolas tienden a ser homogéneos y ha ser producidos por numerosos productores independientes, de modo que la cartelización es inviable y el engaño o la confusión de los consumidores es poco probable. Por supuesto, los gobiernos no van a dejar las cosas como están, pues hay una gran cantidad de regulación en la agricultura; sin embargo, el mercado internacional de productos agrícolas es altamente competitivo. Pero no parece haber ningún mecanismo para suavizar los cambios de precios a nivel internacional. En principio, futuros contratos a plazo deberán permitir a los precios de los productos agrícolas ser suavizados con el tiempo, pero estos, aunque son comunes en países con economías avanzadas, parecen no ser utilizados en los países que son más susceptibles a los desafíos políticos –incluso al desastre político- como resultado de fluctuaciones en los precios de productos agrícolas.