A pocos días del decisivo voto electoral, pareciera que las cartas están echadas contra la libertad. Por un lado, una mutación de lo peor del pensamiento totalitario y comunistoide enseña un tramposo perfil que, tras estudiar el Plan de Gobierno 2011, no deja duda de que acabará con el sistema democrático tal cual lo conocemos. Por otro lado, un cuarteto de jugadores, que abarca distintos grados de libertades políticas y económicas -una con especial apego al autoritarismo- suponen frágiles propuestas en un ambiente electoral enardecido por las marcadas diferencias existentes entre el desarrollo y la modernidad que se respira en las principales urbes, en contraposición al atraso y miseria que aún se vislumbra en las periferias urbanas y áreas rurales.

Ése es, lamentablemente, el escenario. Al menos un tercio de la población está optando por una solución radical a sus problemas, llevados indudablemente por un popurrí de razones, entre las que estriban las emotivas, culturales, ideológicas y, por supuesto, económicas. A estas alturas, está de más explicar que este modelo, con todas sus falencias y defectos, al menos brinda una oportunidad de desarrollo, oportunidad que cesa casi instantáneamente de llegar una propuesta nacionalista a Palacio.

De todo este análisis, quedan pues más dudas y desconciertos que una emotiva aprobación de lo avanzado como condición suficiente para que la amenaza antisistema se evapore como por magia. ¿Qué hicimos estos cinco años para llegar a esta situación? ¿Participamos -y de ser el caso, en qué medida- en la labor de investigar al menos el «modelo» para formarnos una opinión crítica del mismo? ¿Nos importó, realmente, entender las causas primarias detrás de los hechos ocurridos en las últimas cuatro décadas? ¿Planteamos reformas, soluciones o explicaciones informadas frente a las críticas formuladas contra el modelo? ¿Acompañamos algún programa o proceso de educación respecto de nuestros ideales? ¿Revisamos, en última instancia, nuestros ideales?

Frente al desenlace del domingo, poco podemos hacer hoy al respecto. No obstante, de cara al fallo final de segunda vuelta, queda tiempo para trabajar en ello. Y dado que parece inevitable que confrontaremos al menos una propuesta enemiga de la libertad, podría sugerir partir por ese hilo conductor: ¿qué tan dispuesto estoy -estamos- a defenderla? ¿Hasta qué grado enarbolaría la bandera de la libertad frente a una propuesta autoritaria? Y, más difícil aún, entre dos alternativas -con distintos grados de totalitarismo- ¿cómo me defino por una u otra? ¿Cuáles serán los ejes de análisis y decisión?

Es indispensable que, aunque breve y tenue, meditemos -en el poco tiempo que queda- sobre qué país queremos para nuestros hijos.