¿Cuál sería el mejor negocio que alguien podría desear, el negocio soñado por cualquier empresario?
Si tuviera que pensar en el mejor negocio en el cual arriesgar mi dinero, pensaría dos cosas. Lo primero es fácil: soñaría con tener un monopolio. Si es un monopolio garantizado y protegido por la ley, mejor todavía. No tener que preocuparse por competencia es una forma segura de obtener ganancias.
Si tuviera que pensar en una situación aun mejor, solo me imaginaría agregar que mi negocio proveyera un bien o un servicio que todo el mundo tuviera que comprar. Si tuviera un monopolio y subiera demasiado los precios, la gente podría igual decidir por no comprar lo que vendo. Pero si la gente no pudiera decidir no comprar lo que vendo, entonces parecería imposible no hacerme millonario. Tendría, en resumen, el mercado entero de un bien que todos tienen que comprar y ningún competidor que me estorbe. Podría, sin dudas, ganar muchísimo dinero. Quizá, de paso, podría dar un buen servicio, si así lo quisiera.
Si hay algo para lo que el Estado es indiscutiblemente bueno es para perder dinero. ¿Qué ocurre con el negocio de agua potable? Sedapal, la empresa que provee agua potable en Lima, es un caso que calza exactamente dentro de las características que acabo de señalar. En primer lugar, es un monopolio: nadie puede, ni aunque quisiera (y muchos querrían), hacerle competencia al Estado en el negocio de la provisión de agua potable. Ello no está permitido.
Además de esto, el agua potable (probablemente más aun que la luz) es un servicio indispensable. No solo es fundamental para las necesidades de toda familia, sino también para el desarrollo de los sectores socioeconómicos más desfavorecidos.
Indignantemente, hasta el día de hoy, el 30% de los habitantes de la capital no tienen acceso alguno al agua potable y pagan precios hasta 10 veces más caros que quienes sí tienen acceso a agua (pero más sobre eso luego).
De alguna forma, Sedapal se las arregla para fracasar rotundamente. En primer lugar, increíblemente pierde dinero. A pesar de tener el monopolio sobre un bien esencial, Sedapal está tan mal administrada por el Estado que genera cuantiosas pérdidas. Por ejemplo, en el 2006, el Ministerio de Economía y Finanzas tuvo que desembolsar S/. 3,000 millones para asumir la deuda que esta empresa tenía con la SUNAT (en otras palabras, para resaltar lo cómico de la situación, el Estado peruano tuvo que pagarle S/. 3,000 millones a una empresa del Estado peruano para pagar la deuda que esta tenía con el Estado peruano). Ejemplos de ocasiones en los cuales Sedapal ha demostrado una total falta de rentabilidad abundan.
No solo esto, sino que Sedapal es incapaz siquiera de asumir siquiera los costos del servicio que administra. El último diciembre, ocurrió la ruptura de una tubería matriz en Villa María del Triunfo que causó inundaciones, lo cual originó no solo daños materiales, sino un peligro de salubridad serio y el desabastecimiento de agua a miles. Esto habría sido causado por tuberías en mal estado que no habían sido cambiadas en 40 años. Poco tiempo después, en enero de este año, el gobierno anunció que destinaría S/. 1,000 millones al mantenimiento de las tuberías de Sedapal. Es decir, una vez más, el Estado tiene que sacar plata de su bolsillo (es decir, del nuestro; pero más sobre ese tema luego) para que esta empresa, que ya se está cayendo a literalmente pedazos, no termine de irse a la ruina.
Una respuesta alentadora sería que tales costos son necesarios para proveer agua a un bajo precio. Lamentablemente, no es el caso. En primer lugar, porque el precio al que provee agua el Estado no es, en modo alguno, bajo. Para poner las cosas en perspectiva, cuando en los 90’s se privatizó el servicio de luz y electricidad, el cual no es demasiado diferente en sentido técnico que el del agua potable, los precios de este servicio bajaron (a pesar de la indignación de quienes abogan por el Estado empresario por el bien de todos los peruanos). En cambio, los precios del agua, aun sin considerar los cuantiosos subsidios por parte del Estado en forma de transferencias como las ya mencionadas, solo han subido. Ello, a pesar de que existe un órgano estatal, la SUNASS, encargada de regular las tarifas de agua potable (es decir, el Estado ha creado un órgano estatal para asegurar que el Estado no cobre precios excesivos). Las noticias de filtraciones son frecuentes. No creo necesario seguir citando incidentes como los anteriores, pero basta decir que estos se han vuelto cotidianos.
Lo que es más grave, Sedapal no solo no provee agua a precios bajos; en una gran medida, Sedapal no provee agua en absoluto. Como ya mencioné antes, hoy el 30% de los peruanos no tiene acceso a agua. Es decir, 3 millones de peruanos viven, en la capital, en total pobreza y el Estado es incapaz siquiera de llevarles tuberías de agua. Estos peruanos llevan décadas a la espera. (nuevamente, para poner las cosas en perspectiva, en los años 90 el Estado privatizó la luz eléctrica y hoy tenemos cobertura prácticamente absoluta en la capital).
Como estas personas no pueden vivir sin agua, su única alternativa es comprar agua a comerciantes informales que la llevan en camiones cisterna. Esta agua, según un reciente editorial de El Comercio, cuesta hasta 12 veces más que el precio pagado por el agua de Sedapal. Estas personas necesitan y quieren comprar agua potable y, a fin de cuentas, compran agua completamente insalubre a precios exorbitantes porque no tienen otra opción. Pero si el Estado no es siquiera capaz de mantener en mínimas condiciones las tuberías que ya existen, menos lo es de realizar las inversiones en infraestructura necesarias para proveer a 3 millones más de peruanos.
Me he centrado en hablar de Sedapal, pero en esencia este problema se replica a lo largo del Perú. Y si la situación de peruanos sin acceso a agua es grave en Lima, en el resto del país lo es peor.
Estimado lector, si usted es peruano le tengo malas noticias: usted es un empresario y le va pésimo. Porque todo lo que el Estado hace, lo hace con el dinero que usted paga con sus impuestos. Lo peor es que usted es, además de empresario, el cliente de empresas como Sedapal, y el Estado maneja tan mal este servicio en nombre suyo que no solamente le cobra precios excesivamente altos por un servicio pésimo, sino que le cobra aparte para parchar los huecos que la empresa va dejando crecer.
Está de más teorizar acerca de las ventajas de los servicios privatizados o concesionados, porque la experiencia ya nos ha enseñado en años recientes que las empresas privadas, en un marco regulatorio apropiado, son incomparablemente mejores que las empresas públicas para proveer mejores servicios a menores precios. Un privado tiene todos los incentivos que el Estado no tiene para cuidar una adecuada administración de su negocio y asegurarse de que el servicio que provee sea decente. Esto no solo beneficia a los empresarios inversores, cuya finalidad no es otra que ganar dinero, sino que beneficia también a todos quienes seremos sus clientes, al recibir un mejor servicio a un menor precio. Hasta ahora, la historia peruana nos ha dado ejemplo tras ejemplo que demuestra esto, y el mejor ejemplo para el caso es el del servicio de luz y electricidad, el cual trajo muy buenos resultados.
La insistencia en mantener el servicio de agua potable como un servicio público es una necedad fundamentada en ideas políticas estatistas que hoy son anacrónicas. Muchas veces se cita, sin más, el derecho al agua como argumento para que su abastecimiento no sea privatizado. Pero si el agua es un derecho, con más razón el Estado tiene que adoptar los mejores medios para asegurar que todo peruano tenga acceso a ella y creo que es claro que esa vía no es la empresa estatal. El único resultado de insistir en ello será que una de las principales trabas para el desarrollo de nuestro país, y quizá el mayor lastre con el que cargan los peruanos más pobres, no cambiará en lo absoluto. Y todo en nombre de discursos políticos sin fondo. Hasta entonces, nuestro dinero, nuestra agua y nuestro futuro se estarán yendo por el caño.