Para la gran mayoría de analistas locales, los principales ejes programáticos de la campaña electoral 2011 serán, sin considerar el orden, seguridad y lucha contra la corrupción.

Para algunos, la seguridad -que incluye temas tan diversos como terrorismo, narcotráfico y crimen urbano, entre otros- primará por dos factores específicos: el recrudecimiento de los asesinatos del crimen organizado, tanto en la capital como al interior del país (sobre todo en la costa norte), y el interés específico de cierta candidatura de resaltar dicho eje -dada la supuesta ventaja que sobre dicha variable mantiene. Esto último (importante tenerlo presente) es un fenómeno que además se retroalimentará: si dicha candidata alumbra la temática y el electorado responde con interés, habrá mayor interés en mantener el foco prendido sobre el tema, corriéndole de paso al otro eje programático en el cual existe una sensibilidad profunda sobre el pasado de la candidatura, que es la corrupción.

Para otros, entre los que me incluyo, es la corrupción y los problemas que sobre la misma se articulan el principal problema que afrontamos como nación. El Perú puede seguir creciendo a tasas importantes en el mediano plazo, basado en mejoras en infraestructura, estabilidad macroeconómica y algunas otras variables que no dependen de reformas sustanciales y que no alteran las cuotas de poder que diversos actores políticos mantienen actualmente. Lamentablemente, ese crecimiento será frágil y -sobre todo- extremadamente impopular. Esto último es el mayor riesgo que enfrentamos como país: un crecimiento económico que, por ejercicios puntuales de corrupción, suponga el beneficio de unos pocos frente a otros muchos, tenderá a convertirse en una olla de presión.

Por ello es intransferible la tarea que, como electores, tendremos en las próximas elecciones. Si los peruanos no hacemos nuestro trabajo, que consiste en revisar las propuestas y cotejar los valores, programas y capacidades detrás de las mismas, no esperemos que la benevolencia divina nos haga el favor. Los elegidos siempre agradecen por los resultados obtenidos, como si ello significara una tabula rasa, lo cual implica que rápidamente se mimetizan con las formas usuales de hacer política en el Perú.

La corrupción no es un problema que solucionará la clase política si nosotros, los electores, no asumimos que somos los que determinamos quiénes participan en ella en primer lugar. En resumen, que la responsabilidad es nuestra. Determinar qué clase de país queremos en el 2016 es una decisión que debemos tomar en abril del 2011; no dejemos pasar otra oportunidad de adecentar la política local.