Por: Oscar Súmar, Director de la Asociación Regulación Racional
Imagine que aprueban una norma poniendo estándares en un determinado producto. Algún experto en regulación se opone a esa medida pues genera costos sociales. Es común –me ha pasado- que esa persona sea tildada de “vendido a las empresas” o algo similar. Esta posición asume que las empresas no quieren la regulación. ¿Es esto cierto?
En 1982, el destacado profesor de regulación Bruce Yandle escribió un influyente trabajo titulado “Bootleggers and Baptists: The Education of a Regulatory Economist” que puede ser traducido como “Contrabandistas de alcohol y Baptistas: la Educación de un Economista especialista en Regulación”. La tesis central de dicho trabajo es que muchas veces los grupos de interés y los “bienintencionados” promotores de una norma, están en el mismo lado de la mesa; estos últimos, sin saberlo. En el caso de contrabandistas y religiosos, ambos se benefician con la prohibición de venta de alcohol los domingos; unos porque mientras más días se prohíba, más posibilidades de contrabandear tienen; y, los otros porque es compatible con sus creencias. Un caso similar ocurre entre los que buscan prohibir el tabaco y los que se benefician con la regulación. Una norma que prohíba la publicidad del tabaco puede ser del interés de las empresas, desde que la prohibición sube el precio -al reducir la competencia-, pero no puede reducir el consumo de un bien adictivo como el tabaco. ¿Quién se beneficia con una norma que no reduce el consumo pero sí aumenta el precio?
La idea de que las empresas pueden usar la regulación para sus propios intereses no es nueva. Ya en 1962, el ganador del premio Nobel George Stigler escribió un influyente trabajo en el que destacaba que la regulación podía servir –y era habitualmente utilizada- para obtener rentas o para disminuir la competencia. Evidentemente, las empresas no siempre están a favor de la regulación. Su postura es oportunista. Algunas veces, incluso, dicen públicamente estar en contra a pesar de apoyarla de manera subrepticia. Otras veces, están de acuerdo con la idea de regular, pero buscan influir en los detalles. Por ejemplo, si se pone una obligación para un producto que contenta un determinado porcentaje de un químico, a las empresas les interesa influir en el número específico que se fijará. También pueden no oponerse a la ley misma, pero sí demorar o alterar su reglamentación, tal como hemos visto en relación a la alimentación saludable. Otra estrategia es apoyar la regulación pero incumplirla en la práctica.
Por más que el actuar de las empresas sea errático, hay que tomar en cuenta siempre que el elevar los costos de la industria puede ser algo beneficioso para ellas. Piensen en la regulación como una valla en una carrera de obstáculos. Empresas grandes y establecidas pueden saltar 2 metros y –lo que es incluso peor- mover las vallas a su antojo, mientras que un nuevo ingresante o empresa pequeña puede saltar 1 metro. ¿Quién estaría interesado en elevar la valla de 1 metro a 1.5 metros?
Este fenómeno también se ha podido apreciar a nivel internacional, desde que muchas de estas empresas son trasnacionales. En relación a esto, el profesor David Vogel –quien tuve la suerte que fuera mi asesor de tesis de doctorado- desarrolló la teoría conocida como “El Efecto California”. Si una empresa funciona en un país con una determinada regulación, luego va a tener interés en que dicha regulación sea implantada en otro. Por ejemplo, si se debe poner determinada información en sus etiquetas en Ecuador o Chile, luego para ella es menos costoso implantarlas también en Perú. Ella va a buscar que una regulación similar sea puesta en Perú, dado que esto infringirá un costo mayor en las competidoras que no operen en Ecuador o Chile. La teoría se llamó así porque California es el estado con más regulación en EE.UU., por lo que las empresas californianas hacen lobby en otros estados para que se equipare la regulación.
Así, sabemos desde hace mucho tiempo que la regulación puede ser usada para favorecer a las empresas y debe ser mirada con esos ojos. Ésta, en gran medida, funciona como cualquier otro producto que es “demandado” en un mercado. Si queremos mejorar la calidad de la regulación en Perú a través de nuestras “demandas ciudadanas”, es necesario educarnos sobre el tema.
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