Por: Daniella Lucia López Lancho
Estudiante de la Facultad de Ciencias Sociales de la especialidad de Ciencia Política y Gobierno de la PUCP del noveno ciclo. Actualmente es estudiante de intercambio becada en la Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, Argentina.
En los últimos años la Argentina ha pasado por una serie de vaivenes políticos y económicos que han dado resultado a uno de los escenarios más inesperados desde el inicio de su etapa democrática; si creemos que después de la tormenta viene la calma (tras la crisis del 2001), sumado a ese instinto argentino de que todo tiempo pasado fue mejor tenemos como respuesta el triunfo de Cristina, la imagen de Néstor, el brillo peronista al lado de “Evita”, y una economía en apariencia fructuosa pero pendiente de un hilo propio del clientelismo. Democracia delegada o consolidada parece ser la discusión actual, pero de lo que no se puede dudar es de un éxito político que ya muchos líderes desearían. Así, con las elecciones del 30 de octubre de 1983, que dieron como ganador al candidato de la Unión Cívica Radical (UCR) Raúl Alfonsín, se da inicio al retorno de la democracia Argentina luego de seis golpes militares, cinco de los cuales corresponden a la etapa donde el peronismo como principal fuerza política siembra su lucha al ser impedido de participar en las elecciones, cuando aún determinaba los resultados.
El pasado 23 de octubre se celebraron las elecciones generales luego de las primarias de agosto, un proceso electoral nuevo en la Argentina, llevado a cabo con el objetivo de disminuir la cantidad de candidatos y establecer una suerte de filtro o panorama inicial. Así, las primarias dieron luces no solo de la debilidad en la oposición sino de lo que sería un triunfo abrumador de la era Kirchnerista que, desde la línea peronista, reivindica sentimientos de justicia, igualdad social, unión con la clase trabajadora entre otros, que representan las bases de la ideología detrás de un partido políticamente fuerte pero que no cuenta con los mejores antecedentes económicos. Una vez más, parece que el debate entre lo social y lo económico en un versus inevitable, polariza a un país que a corto plazo ve el cambio en la continuidad.
El domingo Cristina Fernández de Kirchner con la fórmula Christina-Amado Bodou (candidato a vicepresidente) y el denominado “Frente para la victoria”, ganó con un impactante 53, 80% de los votos en primera vuelta y asumirá su cargo el próximo 10 de diciembre. Cabe resaltar que al ser la primera mujer electa presidenta en la Argentina, es también la primera en alcanzar un triunfo tan amplio desde 1983, cuando Alfonsín gana con el 51, 75%; fue solo el mismo Juan Domingo Perón que en 1973 obtuvo una diferencia con el segundo en carrera (Balbín)[1] más amplia que la de Christina con el socialista Hermes Binner (Frente amplio progresista), quien quedó como la principal fuerza opositora con un distante 16, 98%. Asimismo, otro dato interesante fue que tras las primarias, donde Binner quedó en cuarto lugar por debajo de Ricardo Alfonsín (político radical, hijo del ex presidente y líder de la Unión por el desarrollo social) y de Eduardo Duhalde (Unión popular), para el cierre del conteo del domingo se ubicaba en un aceptable segundo lugar, que fue festejado cual triunfo inesperado que de hecho lo fue. En un contexto en donde la oposición se desvanece con el aliento de quienes colocan en Cristina todas sus esperanzas peronistas apagadas con la crisis, resulta todo un reto político quedar como la “segunda fuerza” y paradójico al mismo tiempo como la más relegada de los últimos años. Que hoy en Argentina se celebre el 16 % del vencido en primera vuelta parece ser la más clara evidencia de un sistema político que se juega el todo por el todo.
Es así como pensar en “Cristinismo”, “Kirchnerismo”, “Peronismo” o “Justicialismo”, parece envolvernos en un sinfín de apelativos políticos que demuestran, desde su sentido más clásico, la fortaleza del partido de gobierno pero que sin embargo, representan al mismo tiempo las estrategias comunicacionales más exitosas de los últimos años. Si bien es cierto la muerte de Nestor fue una conmoción nacional para propios y extraños, la última campaña no perdió el tiempo en explotar el factor mítico que dejó la fuerza y la presencia de “El” en “la lucha que Christina debe continuar”, “el cambio y la transformación que El inicio”, y “la fuerza del amor que los une hasta hoy”[2]. Es decir, el papel de Nestor en esta campaña sirvió como estrategia política comunicacional y sobre todo como el elemento clave que le dio la vuelta a las críticas de sus más asiduos opositores, que Christina no obtuvo su triunfo sola en el 2007 y que este sería el momento para demostrar su capacidad política en campaña ya sin su esposo, fue un sentido común que se naturalizó en la sociedad de la manera más favorable. La unión de Christina a Nestor en el 2007, y su imagen implícita reivindicada cada dos o tres frases en los discursos de esta campaña, resultó ser la clave del éxito, así de pronto estar unida a su esposo, ser la madre, la viuda y la militante peronista al mismo tiempo, luchar por el cambio y sufrir la muerte de su compañero en la vida le generó la empatía necesaria para que el electorado deje de lado, aunque sea por un momento, los errores de gestión, el tema de la pobreza, el clientelismo creciente y subsidios que necesitarán sustento tarde o temprano. Finalmente, el reto de hoy está en que el gobierno trascienda a esta exitosa estrategia de propaganda y sepa que más allá de la publicidad se encuentra un país con serias deficiencias que aún debe resolver.
[1] En ese año la fórmula Perón – Perón obtuvo un 61, 85%, dejando a Balbín con su vicepresidente De la Rúa con un 24, 42%, esta fue la diferencia más amplia de la historia Argentina (37,43%). Sin embargo la del pasado 23 resulta ser el triunfo y la diferencia más amplia desde el retorno de la democracia.
[2] Estas frases fueron utilizadas en propagandas políticas, carteles, publicidades televisivas, discursos políticos y otros.