José Luis Pérez Triviño, profesor acreditado catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad Pompeu Fabra.

La fase final de la Eurocopa se ha convertido en un escaparate propicio para las reclamaciones políticas de varios Estados, en especial, sobre los límites territoriales que enfrentan a otros países. Así, está ocurriendo con la camiseta de la selección ucraniana en la que se ve un mapa del país, pero en el que se incluye la península de Crimea que, tras la invasión de 2014, pertenece a Rusia. Por otro lado, está la selección de Macedonia del Norte que pretende competir en la Eurocopa con el acrónimo MDK (Macedonia), y no con los de “NM” (Macedonia del Norte) o “RNM” (República de Macedonia del Norte), más acordes con su denominación oficial. Ambos casos, han generado la respuesta airada de los ministros de asuntos exteriores de los países afectados, por un lado, Rusia, y por otro, Grecia.

No es extraño que los mencionados países que padecen el agravio político-territorial utilicen un campeonato deportivo para expresar sus reclamaciones. La Eurocopa es un evento deportivo que tiene audiencias millonarias, y por ello, el eco de sus demandas alcanzan cotas que de otras maneras serían difíciles de lograr.

Pero más allá de la publicidad, que se utilice el deporte y, en concreto, el fútbol, para la expresión política, no es nada extraño. Basta recordar los gestos de los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos, alzando su puño envuelto en un guante negro mientras comenzaba a sonar el himno nacional estadounidense en los Juegos Olímpicos de México de 1968. O más recientemente, la elección por parte del FC Barcelona de la segunda equipación para la temporada 2014-15, en la que se conmemoraba la derrota en la Guerra de Sucesión de 1714. Dicha equipación consistía en una camiseta amarilla con las cuatro barras rojas características de la “senyera” catalana. Según el presidente de la Generalitat, que el Barça luciera esa camiseta era “un acto al servicio del país”.

Otros casos que tuvieron una amplia repercusión fueron la camiseta elegida por parte del Inter de Milán para celebrar el centenario de su nacimiento en 2008 y la del club chileno, “Palestino”. En el caso del club milanés, para tal celebración adoptó una camiseta blanca donde en la parte delantera aparecía una enorme cruz roja en recuerdo a San Ambrosio, patrón de la ciudad lombarda y antiguo nombre del equipo interista. La cruz roja no hubiera tenido mayor importancia sino fuera porque en esa temporada el club italiano jugó la Liga de Campeones contra el Fenerbahce turco. Y allí, esa camiseta recordaba a la vestimenta de los templarios, los monjes soldados que participaron en las Cruzadas. Para algunos aficionados turcos, que el equipo italiano jugara en su territorio con esa camiseta de tanta simbología histórica y religiosa era una afrenta. No es extraño que un abogado turco experto en Derecho Internacional solicitara la anulación de los puntos conseguidos por el Inter y una sanción adicional por vestir “una camiseta que atentaba contra el Islam y con la que manifestaba de forma explícita la superioridad racista de una religión”.

El caso del club chileno tuvo una repercusión también notoria generando un enfrentamiento entre judíos y palestinos. Y es que el club “Palestino” decidió a principios de 2014 reemplazar el número 1 en el dorsal de la camiseta por un dibujo que, sin dejar de parecerse a un 1, en realidad era el mapa de Palestina, pero no de la Palestina reconocida por las Naciones Unidas sino el de las fronteras reclamadas por el Estado Palestino. La reacción de la comunidad judía no tardó en producirse reclamando la descalificación de “Palestino” de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) e incluso amenazando con llevar el caso ante la FIFA al valorar que con ese dibujo, el club pretendía ofender y provocar a la comunidad judía.

Usos de este tipo no hacen más que confirmar lo que ya George Orwell señalara a principios del siglo pasado: que el fútbol es una miniaturización de la guerra o un conflicto sin balas. No habría que minusvalorar este tipo de conflictos simbólicos. Aunque la mayoría de ellos se difuminan cuando acaba la competición, otros pueden explotar precisamente por la repercusión socio-política que tiene el fútbol y por sus incontrolables efectos emocionales. Baste recordar la guerra entre Honduras y Guatemala en 1969 y que tuvo como punto de inicio los partidos de clasificación entre ambas selecciones para el Mundial de México, conflicto que fue denominado y, no de manera casual, la guerra del fútbol.


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