La justicia en la obra de Dante Alighieri se determina por su ideal político, el cual forma parte de sus investigaciones en el texto “De la Monarquía”, posiblemente escrito en 1313, y que parten a raíz del sometimiento de la ciudad natal del escritor, Florencia, por parte de Enrique VII de Luxemburgo. En consecuencia, Dante postula al Imperio como una forma de realización y representación perfecta del orden terrestre y del derecho humano.
En la obra “La Divina Comedia” y “De la monarquía”, vemos cómo es que el escritor respeta los estudios teológicos de su época, teniendo como referentes a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino. A través de ellos es que Dante sostiene en su visión que Dios crea las cosas con algún tipo de propósito o fin, por lo que cada ente se encuentra destinado a cumplirlo.
Es así que cada persona tiene su fin, al igual que cada sociedad. Entonces, lo que se busca es hacer una abstracción por la que se pueda llegar a ver a un conjunto de sociedades como un solo órgano, respondiendo por su naturaleza a un fin único y común a todos los que la integran. Al mismo tiempo, esta figura permitiría que se pueda producir la organización bajo un único gran líder, el monarca.
A este tipo de razonamiento, se debe traer a acotación que Dante desarrolla en el capítulo doce del libro “De la monarquía” una tesis del Liber de Causis, a raíz del cual evidencia que existen causas primaras y causas segundas: “Por un lado, la causa primera es más fuertemente causa que la causa segunda. La causa primera manifiesta una plena autonomía ontológica puesto que no depende más que de sí misma, mientras que las causas segundas, para ser y actuar, dependen de la primera.” (D’Ascenzo s/f: pág. 6).
En lo citado existe una plenitud ontológica de la causa primera o principal, por la que ante su existencia se generarían las otras causas. Ante ello, siguiendo la línea de Aristóteles, la causa se genera al darse la creación de cualquier ente, respondiendo realmente a lo que anteriormente llamamos fin.
El ideal de Dante consiste en la identificación de un fin común universal del género humano, es decir, la identificación de una causa principal que le competa al monarca. Esta causa, como se verá más adelante, terminará siendo la de encaminar las acciones posibles del ser humano hacia la vida eterna.
La estructura del Imperio de Dante consistiría en la identificación de dos instituciones: El Imperio, quien se encargaría de asegurar la beatitud eterna, y la Iglesia, quien se encargaría de la efectividad de la beatitud celeste o eterna. En tanto se ve que el primero responde a una relación de dominación que conduce a la felicidad temporal y que se basa en la razón, mientras que la segunda responde a una relación de paternidad que busca conducir a los individuos a la vida eterna, siendo su valor fundamental la fe.
Lo que se busca a raíz de estas dos entidades es similar la organización política a una metafísica, por la que se tenga como referente al reino de Dios, en el que sólo manda él. El poder del monarca derivaría del hombre, en cuanto a su legitimidad, pero tendría una raíz de creación divina, pues el fin del gobernante es el conducir a la humanidad hacia la paz para alcanzar la felicidad y la concordia.
El poder de este líder le permitiría actuar ampliamente sobre los distintos niveles de la sociedad, pero se reconoce que éste sería sólo temporal, ya que el verdadero poder ilimitado es el Dios. Asimismo, el fundamento del poder del monarca responde a una cuestión accidental, ya que se le dota al hombre de poder para corregir el pecado original.
No cualquier persona puede ser líder de este sistema político-religioso. El hecho de que el representante supremo responda a un misterio divino impone como obligación que el monarca debe actuar en base a la “caritas”, es decir, al amor eucarístico que profesa el bienestar del prójimo sobre sí mismo. En consecuencia, la función jurisdiccional, la cual se basa en la impartición de justicia, busca realmente tener una función correctiva que nos acerque a la vida eterna, y no tanto a la vida diaria. Adicional a ello, es una justicia que parte de la interpretación de la palabra de Cristo por parte del monarca, ya que él se encuentra dotado de una cercanía mayoritaria a todos los demás.
No debe sorprendernos por ello que en la obra de Dante se vea una individualización de “derecho” y “moral”, en medida que en el Infierno de “La Divina Comedia” vemos a personas que cometieron delitos como fraudes o agresiones, pero al mismo tiempo a aquellos que actuaron con gula o lujuria. De allí que, en mi opinión, la justicia para Dante realmente sólo deba corresponder a la justicia divina, en el que prima el castigo ante la sola identificación del mal.
Esta justicia divina se basa en el derecho humano, porque es un conjunto de reglas que nace de la naturaleza del hombre. En otras palabras, la naturaleza es reconocida como el vínculo más evidenciable de la existencia de Dios, de tal modo que sus reglas conforman un orden natural que se toma como una legislación divina, y que de respetarse encamina al mundo a un tipo de predestinación a su lugar en la vida eterna.
La obra “La Divina Comedia” surge como una representación de la organización celestial del reino de Dios, pero al mismo tiempo como un mensaje hacia los seres humanos de lo que se les espera por sus acciones. En este mundo literario la justicia se basa en una lógica retributiva, al igual que la ley del talión. De este modo, los castigos eternos dependen de la gravedad de las acciones de las personas, así es como los acusados de ira se dedican a golpearse entre sí.
“La Divina Comedia” es en sí un mensaje moralista proveniente de influencia católica, la cual goza de una inflexibilidad absoluta, y que te provee de un lugar a través de un enjuiciamiento. En el Canto V de la obra vemos cómo es Minos, rey cretense, es designado por su integridad como el juez que determinará a qué círculo le compete ir a cada persona:
“Así bajé del círculo primero/ al segundo, que menos trecho ciñe/ con más dolor y es de ayes hervidero. / Minos horriblemente gruñe y riñe, / mientras juzga las culpas a la entrada, / y su rabo al juzgar ciñe y desciñe. / Digo que cuando el alma desdichada/ se presenta ante él, confiesa todo; y él, que en esta cuestión no ignora nada,/ asígnale lugar de extraño modo:/ tantas vueltas se encincha con la cola/ cuantos grados señala a su acomodo./ Almas llegan ante él en batahola y en turno comparecen para el juicio:/ hablan, oyen y se hunden ola a ola” (Alighieri 2011:28)
Sin embargo, será en el sexto cielo, correspondiente al de Júpiter, que veremos como todo lo explicado cobra sentido. Allí se encuentran los sabios y justos, y están figuras descritas como los reyes más justos: Carlomagno y su sobrino Orlando, Godofredo de Bouillon – rey latino de Jerusalén en el siglo XI -, y el caballero Roberto Guiscardo – quien expulsó a los sarracenos del sur de Italia y Sicilia.
“Fijas en la M del vocablo quinto/ quedaron luego, y el planeta era/ plata bordada en oro, cual lo pinto. / Y otras luces cubrir la cabecera/ vi de la M y pararse, sus canciones/ alzando al Bien que trae en tal manera […] Y, asentada en su sitio cada pieza, / las vi formar, con claro parecido, / de un águila real cuello y cabeza […] ¡Oh dulce estrella*, cuál y cuánta joya / me probó efecto ser nuestra justicia /de ese alto cielo que tu luz enjoya! / Así ruego a la Mente en que se inicia / tu acción y movimiento, que esclarezca […]” (Alighieri 2011: pág. 531-532).
En la cita anterior, vemos cómo es que Dante observará que estos individuos se presentan como aves luminosas que trazan en el cielo las tres primeras letras del versículo del “Libro de la sabiduría”: “Amad la justicia los que juzgáis la tierra”. Asimismo, verá después la transformación de una letra “M” en una águila, la que ha de concebirse “como la superposición del águila a la M, inicial de Mundo y de Monarquía, en ese sexto cielo que es morada de los justos, nos da la interpretación político-religiosa que Dante da a la historia: la entronización del Águila Imperial – del Imperio – sobre las monarquías del mundo por la gracia de Dios como símbolo y para defensa de su justicia” (Echevarría 2011: pág. 531).
¡Oh celeste milicia que contemplo/ ruega por cuantos andan en la tierra/ descarriados en pos del mal ejemplo! […] De tus ojos asaz quité la niebla/que te ocultaba la justicia viva, / eso duda que tanto tu alma puebla;/ pues decía: “Tiene uno su nativa/ cuna en el Indo”, donde no hay quien hable/ de Cristo ni quien lea o quien escriba;/ y toda su conducta, en cuanto es dable/ verlo a la luz de la razón humana, / fue en palabras y en obras intachables. / Muere sin el bautismo que cristiana: ¿Qué ley o qué justicia la sentencia? […] Ahora conoce que la soberana/ justicia es inmutable, aunque el auto ruego/ lo que hoy debiera ser mande a mañana […]” (Alighieri 2011: pág. 532 – 542).
Finalmente, Dante agregará que la justicia Divina es una que se fundamenta en la razón, porque es necesario que uno conozca la palabra de Dios, y que tenga conciencia de la realización de sus acciones. Además, también da a entrever que es una justicia que no deja de aplicarse a ninguna persona, a causa de que en la propuesta de Dante podemos ver que incluso aquellos que desconocen la palabra o no son bautizados, como los bebés, terminan en el Limbo.
- 1. Bibliografía:
ALIGHIERI, Dante
2011 La Divina Comedia. España: Alianza Editorial.
1996 De la Monarquía. Argentina: Editorial Losada.