Por:Daniela Uribe Mateu
Estudiante de Economía en la Universidad del Pacífico

A propósito del “Día Internacional de las mujeres rurales” que se celebró el reciente 15 de octubre y la “Semana de la inclusión social”, toma importancia analizar qué cosas ha realizado el Estado en favor del 51% de la población peruana y qué cosas no. ¿Acaso es un secreto recién revelado que la inclusión de las mujeres en las actividades económicas del país conllevaba un crecimiento potencial asegurado? Como lo mencionó el presidente Ollanta Humala, el Estado tiene una gran deuda con las mujeres peruanas: por muchos años, se les ha impuesto barreras que no les han permitido gozar de su derecho a una buena educación y formación (de cada 10 mujeres, solo 4 ó 5 eran enviadas al colegio), de formar parte de las actividades económicas y acceder a oportunidades de empleo y crédito, con lo cual no se ha maximizado todo su potencial económico. Simplemente se las ha mantenido  al margen. Esas son las mujeres no visibles para el Estado. Sin embargo, el espíritu emprendedor las ha llevado a no esperar de brazos cruzados a que las autoridades reaccionen y actúen sino que, movidas por las ganas de salir adelante junto a su comunidad, muchas forman grupos de liderazgo que guían al resto de personas y, con actividades comunes, poco a poco han ido creciendo pues cuentan con un alto capital social que “une lazos” de parentesco o amistad, y una fuerte confianza interpersonal que actúan como ventajas competitivas para alcanzar sus objetivos.

Sin desviar el tema, si bien el Estado realiza programas de transferencias condicionadas donde el dinero generalmente es entregado a la señora de la casa para su administración y distribución equitativa para la adquisición de recursos, estudios han revelado que, efectivamente, sí ha habido progreso en cuanto al objetivo de reducir los niveles de pobreza pero no ha tenido el mismo resultado en cuanto a cerrar las brechas sociales y de igualdad de género. Ambas son nuevas fuentes de crecimiento económico pues se ha encontrado una correlación positiva entre estos y el PBI per cápita; no obstante, a pesar de que vivimos en otros tiempos, la presencia de problemas estructurales como la perpetuidad del machismo y la violencia familiar menguan y limitan los efectos positivos que conlleva el darle oportunidades de empleo y una mayor cabida a las mujeres para insertarse en las actividades económicas del país. Por esta razón, se deben mejorar los sistemas de protección social y crear otros programas sociales que, más que ser asistencialistas y populistas, se enfoquen en dotar a mujeres y niñas de capacidades y habilidades cognitivas y técnicas a fin de que la comunidad cuente con un mayor capital humano y, junto a sus líderes, creen empresas y microempresas. Es importante resaltar aquí la función del Estado de  asignar eficientemente los recursos e invertir (entiéndase invertir no solo como una cuestión que implica poner dinero y listo, sino saber para qué se está colocando, cómo y dónde) en la creación de capital que “tiende puentes”, este capital que va más allá de la familia, los amigos y vecinos. Entonces, debería prestarse atención a la gravitación que tiene “lo social” para el bienestar de las personas generando proyectos de inversión que la respalden.

Otros estudios exhaustivos revelan que otros aspectos positivos de la participación política y económica de la mujer en la sociedad radican en que impulsaría a la economía de un país hacia arriba en el sentido de que si se logra sacar de la pobreza a una mujer, en realidad, se está sacando de la pobreza a toda una familia. Por otro lado, si las mujeres pueden acceder a la tierra y al tratamiento de insumos para tratar el campo, la productividad se vería incrementada hasta en un 30% y por último, si el directorio de una empresa tiene a tres o más mujeres en su lista, es muy posible que sus ganancias superen el 53% a diferencia de aquellas empresas donde todos son hombre; sobre la base de esto, concluimos que la participación política y económica de la mujer en la sociedad genera efectos multiplicativos en el desarrollo.

Con todo lo anterior, no cabe la menor duda de que es necesario y un punto en la agenda política-económica del Estado fortalecer los lazos bilaterales en todos los sentidos con los demás países y hacer fuerza común con organizaciones mundiales para crear y promover mayores niveles de igualdad de género en las regiones del país; incentivar la creación de proyectos rurales de infraestructura, financieros y de capacitación a las productoras rurales donde las mujeres, jóvenes y adultas, tenga un rol protagónico; trabajar con ellas estrechamente reconociendo su gran a porte a la comunidad por ese espíritu emprendedor, luchador y perseverante que las caracteriza.

Asimismo, la intervención del sector privado también es fundamental. La intención es que apuesten por introducir la labor de las mujeres peruanas en sus actividades, que exploten ese capital humano que todavía se encuentra subutilizado y que mantengan y  aprovechen las condiciones favorables que el Estado está generando poco a poco. Hay varias cosas que están cambiando para bien pero todavía, como país, nos falta y los problemas no han desaparecido pues el mayor obstáculo es la desigualdad de género que se traduce en una barrera para sus estrategias y planes de vida. El reto está en revertir esta situación trabajando por un cambio en las estructuras sociales lo cual es, incluso, más importante que la promoción del capital social pues éste es imprescindible pero no suficiente.

1 COMENTARIO