El pasado 31 de octubre juramentó como nuevo titular de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) César Villanueva Arévalo, quien asumió en reemplazo de un alicaído Juan Jiménez Mayor, siendo el cuarto ciudadano en asumir el renombrado cargo. Pues bien, tal como indica el título de la presente columna, me dedicaré a analizar someramente la trayectoria de quienes durante el gobierno de Ollanta Humala Tasso han fungido como titulares de la PCM, los motivos de su caída y el contexto que favoreció a sus respectivos reemplazantes.
El primer jefe de Gabinete fue Salomón Lerner Ghitis, reconocido empresario y hombre autodenominado de izquierda, quien, además, había sido uno de los mayores promotores y financistas de Humala durante su campaña presidencial. Es decir, Lerner llega al poder con Humala, éste no lo busca ni lo requiere, pues ya venía trabajando directamente con él desde las trincheras electorales y partidarias. Lerner ya había trabajado antes en el Estado. De hecho, era un burócrata veterano habiendo ejercido incluso como gerente general de la Empresa Pública de Comercialización de Harina y Aceite de Pescado (EPCHAP) durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado.
Entonces, ¿cómo alguien con tanta experiencia y que llega con la bendición del electo presidente se desgasta tan rápido? Motivos sobran, mas los principales a tomar en cuenta son: primero, que Lerner Ghitis era una de las voces más notorias en el equipo original de Humala, ciertamente más reformista y más a la izquierda de lo que buena parte de la prensa local, la oposición y hasta parte de sus votantes de segunda vuelta estaban dispuestos a tolerar. Segundo, con la caída paulatina del programa original y de sus defensores (hayan renunciado, sido despedidos o enviados a alguna embajada), Lerner se quedó solo y sus ideas ya no tenían asidero ni siquiera entre sus colegas. Tercero, el estallido de la crisis en torno al proyecto minero Conga y su incapacidad en sacar las negociaciones adelante terminaron de fulminarlo.
Es en ese contexto que llega a ocupar su lugar Óscar Valdés Dancuart, militar retirado dedicado a los negocios y que había sido Ministro del Interior en el Gabinete presidido por Lerner. Además, Valdés Dancuart había sido superior de Ollanta Humala durante su carrera militar, un hombre en cuya figura confluían dos imágenes que denotaban el perfil de un tecnócrata firme y profesional: el empresario y el militar, capaz de poner “mano dura” para poner en regla a los anti mineros y sacar a Conga adelante de una vez por todas. Al final y a razón de dicha imagen y proceder, la situación solo se agravó. El ingenuo Valdés pronto cayó en cuenta de que no se enfrentaba a cuatro o cinco líderes revoltosos y aguafiestas, sino ante un rechazo generalizado y disperso. Una protesta plural y acéfala la mayor parte del tiempo y, por tanto, difícil de tratar, diagnosticar y resolver, más cuando se es un orgulloso “tecnócrata”. Uno que, además, parece carecer, evidentemente, de las habilidades políticas como las que esta crisis demandaba. Su deceso ministerial fue cuestión de tiempo.
Si Valdés era la mano dura y decidida, Juan Jiménez Mayor era la garantía del diálogo, el fin de la confrontación, la somera y calculada neutralidad. Al final sería esa imagen y esa pose llevada al extremo lo que terminaría por ir mermando su figura de toda autoridad o posible vocación de mando. Jiménez Mayor no sólo era un espectro por momentos, sino que era el Premier de un presidente también disminuido y que venía realizando un gobierno improvisado. En ese sentido, su estilo moderado sólo acabó por encerrarlo en un limbo que parecía constante. Limbo que fue abruptamente destruido con sus últimas declaraciones públicas en las que, con razón o sin ella, fue sembrando pleitos con las diversas fuerzas de oposición para terminar dando una declaración infeliz sobre uno de los temas más sensibles, la inseguridad ciudadana. ¿Jiménez se lo buscó? Sí, sus predecesores también. ¿Su sucesor? Eso está por verse.