Estoy en desacuerdo con casi todas sus opiniones, pero ese es otro tema. Nadine Heredia es una figura importante en el universo político actual. Además de ser la primera dama, es presidenta del Partido Nacionalista y una potencial candidata presidencial en alguna elección del futuro previsible. Es, pues, una figura política sumamente importante dentro del nacionalismo. Por eso, no podemos esperar que Heredia tenga el mismo perfil que las primeras damas que la precedieron.

Todo lo dicho hasta ahora es evidente. Por lo mismo, creo que nadie, en el fondo, objeta la participación de la primera dama en la política; lo que realmente causa conflicto es un tema distinto.

El que Heredia tenga una presencia pública permanente, a menudo más fuerte que la del mismo Presidente, es sintomático de otra cosa que sí es preocupante: no su presencia en la política, sino en la toma de decisiones y en el gobierno.

Es bien sabido que Nadine tiene mucho más poder que el que le amerita el cargo de primera dama, aunque el oficialismo declare que “Humala y Heredia son un equipo”. Basta con recordar que la última crisis ministerial se desató cuando la primera dama se encargó de desmentir al Presidente del Consejo de Ministros cuando este afirmó que la revisión del sueldo mínimo estaba en agenda y, sorprendentemente, ello llevó a la renuncia del primero. Y, más allá de episodios como estos, la influencia y poder de decisión que tiene Heredia, no solo en el oficialismo, sino además en el gobierno, ya es algo reconocido por todos menos el oficialismo.

Debemos preguntarnos, entonces, por qué es que la primera dama ocupa la posición que ocupa y ostenta tanto poder derivado del cargo del Presidente. La respuesta no es difícil de encontrar. El problema de fondo es, precisamente, el Presidente y su falta de presencia y de mando.

El gobierno actual no solo ha hecho poco por cambiar la política económica y social que se viene desarrollando en el Perú desde los últimos gobiernos. Aparte de alguno que otro programa social, casi las únicas medidas que el gobierno ha tratado de sacar adelante con más fuerza, enfrentando considerable oposición, han sido el servicio militar obligatorio y la repotenciación de la empresa petrolera estatal. Ello solo perfila al gobierno como uno de corte típicamente militar y nacionalista (y ello era de esperarse de un Presidente ex militar del partido nacionalista). Más allá de eso, el gobierno solo ha demostrado un carácter ambivalente y carente de toda dirección o agenda política clara.

Eso no debería sorprender a nadie. En el 2006, Ollanta Humala profesaba una postura de corte de izquierda radical, antisistema y hermana del chavismo. Hoy, de aquel Humala no queda rastro. Para las elecciones del 2011, Humala se había moderado tremendamente. E incluso, luego de la primera vuelta y antes de que fuera elegido, Humala descartó su propuesta política original, llamada en campaña “La Gran Transformación”, por una mucho más moderada, la “Hoja de Ruta”. En resumen, Humala ha abandonado toda propuesta política que jamás haya representado.

Hoy, Humala parece un funcionario tullido, un mero placeholder. Nadie sabe qué opina sobre casi nada. Cuando opina, raramente es de temas controversiales e incluso entonces sus palabras dicen poco. El Presidente debería ser, además de un jefe de Estado, un jefe de gobierno, el director que determina la ruta política del país. Humala no lo es.

Ante tal nimiedad en la dirección política, quienes rodean la cúpula del poder en el oficialismo llenan tal espacio. Y por supuesto, Nadine es una de las personas que naturalmente entran a ocuparlo.

Esta falta de peso político del Presidente no es algo poco importante o anecdótico. El que el jefe de gobierno sea una figura etérea y sin dirección ni voluntad no solo significa que, en términos de política pública, el Perú se encuentra a la deriva. Además de ello, un vacío en la presidencia significa que otros la manejen; y esto da pie a que el timón político esté manejado no por funcionarios con presencia pública y responsabilidad por su cargo, sino por poderes ulteriores. Nadine no ha ganado una elección y no es responsable por ninguna de las decisiones que tome y, sin embargo tiene, en la práctica, el poder para tomarlas (por medio del Presidente). Esto es un peligro a la institucionalidad que no debe ser menospreciado. El Perú no está en condiciones de tener un Presidente de maniquí y ser manejado tras bambalinas.

No me preocupa que Nadine Heredia participe en política, me preocupa que participe de la Presidencia.