Por David Maco, abogado por la Universidad Católica Santa María de Arequipa, Magíster en Economía por la Universidad Francisco Marroquín y Magíster en Finanzas y Derecho Corporativo por la Universidad ESAN

El Gobierno, mediante D.S. N° 080-2020-PCM, ha puesto en marcha un ambicioso plan de reactivación económica para el país. Se inicia en mayo con el retorno de 27 actividades económicas a sus labores y se espera tener, gradualmente, a todos los sectores produciendo con normalidad en agosto. Por desgracia, no va a funcionar. Y no es que no vaya a dar resultados porque el proyecto sea de Vizcarra, el Congreso emita leyes inconstitucionales que dificulten la labor del ejecutivo o porque la fiscalización vaya a ser insuficiente en la puesta en marcha. No. Va a fracasar por una cuestión mucho más simple, pero primordial: Esta diseñado de arriba hacia abajo (desde el gobierno a negocios que no entiende) y no desarrollado de abajo hacia arriba (de ciudadanos con necesidades a negocios que buscan satisfacer las mismas). 

La dificultad pasa porque el plan deja en manos del ejecutivo dos decisiones: qué actividad se retoma y en qué medida puede hacerlo. Ambas, a su vez, requieren dos tipos de información: sobre el giro del negocio (cómo funciona este: limitaciones y posibilidades) y su urgencia para la satisfacción de necesidades de la población o trascendencia en la cadena de pagos. El gobierno no sabe esto y, por desconocimiento o temor, termina no reactivando sectores que sí podrían hacerlo (por ejemplo, no ha autorizado los negocios 100% virtuales, tampoco aquellos que no cumplen una cierta cantidad de facturación anual y, lo más evidente, el cumplimiento de la cadena de pagos no se ha conseguido). 

En cambio, cuando la reactivación “viene de abajo”, los consumidores y productores difícilmente cometen ese error. Ellos sí tienen –y de primera mano- la información que hace falta al gobierno: Saben las limitaciones de su negocio para reintegrarse, -de ser el caso- cómo hacerlo y, por supuesto, la trascendencia para satisfacer necesidades urgentes del consumidor. Por consiguiente, es más fácil que la cadena de pagos no se rompa o se interrumpa.

La reactivación, como es lógico, no se va a dar y eso pasa porque dejamos algo tan importante como la economía en manos de un ente ineficiente como lo es el Estado: insuficiente para identificar a la población con bajos recursos, que no sabe cuándo dejar de lado cuestiones de género que nada suman y menos aún lograr identificar cuando es que una curva de contagios se está aplanando o no. Es evidente que no cuenta con los recursos e información necesarios para ofrecer soluciones tan dinámicas como los mercados que pretende regular.

Entonces, la solución queda en nosotros, los privados. Debemos tener conciencia de ello y buscar que la reactivación de la economía, y sobre todo la supervivencia de «los más frágiles» (MIPYMES) en la cadena económica, depende de nosotros. Aquí algunas cosas que podemos hacer:

  • Comprar en la bodega de la esquina a pesar de que esta cobre unos centavos de más debido a que no puede hacer compras de gran volumen.
  • Usar el delivery del restaurante, juguería o negocio afín que no es grande, pero que antes de la pandemia del COVID-19 visitabas con recurrencia porque sabías de su calidad.
  • Recurrir a los servicios de tu vecino abogado, contador, ingeniero, u otro oficio que se desempeña de forma independiente y que está laborando en casa.
  • Indagar sobre los pequeños negocios o personas que están atendiendo pedidos por WhatsApp o Facebook y prefiere sus productos, valorando así su valiente transformación digital.

Es cierto que, en estas épocas, la situación económica es difícil para todos porque los ingresos se han reducido significativamente o simplemente desaparecido, pero si de verdad se quiere ayudar, marcar una diferencia y sobretodo reactivar, debemos hacerlo desde abajo. Reactivar de verdad.


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