A los ojos de ciertos economistas, predominantemente keynesianos, las desgracias naturales y/o producidas por hombres -guerras, eminentemente- tienen un lado positivo, dado que las mismas abren el camino a un desembolso gigantesco destinado a la reconstrucción. PPK, al igual que Larry Summers -ex jefe del Banco Mundial-, ha opinado en dicho sentido.

En principio, habría que aclarar que éste es uno de los errores más resistentes y recurrentes en las opiniones económicas, que se basa en lo que el francés F. Bastiat llamaba «La Falacia de la Ventana Rota», y que el estadounidense H. Hazlitt reestructuraría para los eventos post-guerra como «Las Bendiciones de la Destrucción».

Si existe un error central, el mismo es confundir gasto con demanda. Una calamidad destructiva, sea natural o humana, empobrece y, por lo tanto, aumenta las necesidades colectivas. Pero, como bien dice Hazlitt, necesidad no es demanda: la demanda no sólo requiere de necesidad sino también de poder adquisitivo. Claro, para Keynes -quien no contaba con una adecuada teoría del capital-, los ahorros derivan -vía una menor demanda interna- en una reducción en los niveles de inversión, sobrepasando el hecho de que el ahorro antecede necesariamente a la misma. La única manera de invertir sin ahorro previo es vía emisión o deuda, razón por la cual todo ejercicio de reconstrucción keynesiano acaba en una masiva emisión inorgánica, tal como las ocurridas en Europa, Japón y EE.UU. post-guerra, o el aumento sobredimensionado de la deuda, tal como en Japón. Un dólar estadounidense de 1913 ha perdido 95% de su valor de compra, para mayor demostración.

Reconstruir implica, necesariamente, desviar recursos que pudieron estar destinados a diversos bienes a otros específicos, movilizando capital humano y financiero de sectores determinados por el mercado a sectores determinados por el dirigismo de reconstrucción, con lo cual no se crea trabajo de largo plazo ni se mejora la productividad de sectores competitivos. Entonces, así como crecen algunos sectores, se atrasan o disminuyen otros; así como crece determinado mercado laboral, se comprime otro. Todo esto a cuenta de inflación o mayor costo financiero a futuras generaciones.

Por otro lado, existe una tasa natural de reemplazo de bienes de capital; lo que supone ineficiente el reemplazo obligado por destrucción. Empero, la misma jamás podrá producir el patrón pre-crisis, que era aquel que encaminaba los esfuerzos colectivos a sectores más productivos y competitivos, sea por ventajas tecnológicas, naturales o de otra índole.

El problema central: mirar el corto plazo y sectores específicos frente al largo plazo y a la totalidad de los involucrados, cuyos esfuerzos tienen un costo de oportunidad («lo que no se ve»).