El día de hoy – después de meses de campaña, incertidumbre e indecisión política – se llevaron a cabo las elecciones municipales y regionales en el país. La ciudadanía ha cumplido con un deber cívico imprescindible para el régimen democrático instaurado en el Perú hasta no hace mucho (y que debe seguir institucionalizándose). No obstante, un sector de la población asistió a sus locales de votación con cierto espíritu de resignación, pues sabían que independientemente del símbolo que marquen en la balota de votación, al final del día – con casi el 50% del electorado a boca de urna- el sol seguiría brillando. El que Luis Castañeda sea el nuevo burgomaestre del Lima, aún después de las acusaciones en su contra (Comunicore, corrupción, conflictos de intereses con las empresas transportistas, entre otros), ha hecho que el eslogan “Roba pero hace obra” esté más difundido que nunca. Asimismo, ha causado que gran parte de este sector de la población en estado de resignación tilde de “ignorantes” a cerca del 50% de la población limeña que fue a las urnas a marcar el símbolo de Solidaridad Nacional sin titubeo alguno. Y lo cierto es que este tipo de reacciones es errado e impide evaluar a fondo los motivos que impulsaron a ese porcentaje de limeños a votar como lo hizo. Es por eso que el presente editorial pretende dar algunas aproximaciones a ello.
Empecemos por identificar el núcleo de los votos de Castañeda. Si analizamos este factor, nos damos cuenta que quienes sustentan su candidatura son los sectores socioeconómicos C/D, quienes componen gran parte de los 8 millones de limeños – casi un tercio de la población total del país- que residen en nuestra capital. Es precisamente por este motivo que caemos en un error al catalogar a aquellas personas como ignorantes ya que lo único que demuestra es que quienes vivimos en la ignorancia somos nosotros. Estos sectores están compuestos por personas que, en primer lugar, viven en una situación en la cual las condiciones mínimas de vida no son garantizadas y que, en segundo lugar, recurren a la informalidad gran parte debido a las trabas burocráticas y económicas que impone el Estado peruano para formalizarse.
Con respecto al primer punto, nos encontramos frente a personas que antes de preocuparse por el desarrollo de la cultura en Lima, el arte o la ética que rija el proceder de quienes los gobiernan, más bien luchan por conseguir agua potable a precios accesibles, un sistema de desagüe y tuberías, luz eléctrica las 24 horas del día, y salir adelante económicamente. Ellos requieren de bienes tangibles o palpables, y relacionan la eficiencia con lo que consideren les servirá para mejorar su calidad de vida. Lamentablemente, la gestión de Susana Villarán ha estado caracterizada por el fomento de bienes intangibles y por reformas que, si bien son necesarias, se experimentan ahora en su forma más caótica, y que afectan directamente (por no añadir que negativamente) a este sector de la población. En cambio, son las escaleras, las obras de cemento y todo lo palpable que «se les dio» durante el periodo de Luis Castañeda (por más que todo eso haya venido con un gran costo y responde a proyectos que se iniciaron antes de su gestión) lo que afecta directamente el modo de vida de dicha población.
Por otro lado, en relación al segundo caso, también hay que destacar que estamos frente a personas que desarrollan sus actividades al margen de la ley, haciendo uso de medios informales. Independientemente de las razones que estas hayan tenido para recurrir a tal curso de acción, encontrarse dentro de este grupo tiene repercusiones sociales en cuanto a la forma en cómo terminan deliberando. Es decir, como bien sostuvo Gonzalo Zegarra, director de Semana Económica, el sector informal no siente que se les esté robando cuando el candidato cae en actos de corrupción, ya que no son ellos quienes tributan y terminan financiando la gestión municipal. Es por esto que el “roba pero hace obra” no resulta tan impactante para este sector.
Así, habiendo analizado esto, ahora evaluaremos el factor de la “responsabilidad” del resultado de esta elección, ya que en las redes sociales y en los medios abundan los comentarios en los que se le echa la culpa al electorado por lo que le espera a Lima dentro de los próximos años. Al respecto, es necesario recalcar que la tan llamada “culpa” transciende del elector y se deposita más adecuadamente en el accionar de los políticos que han pasado por la Municipalidad de Lima y sectores políticos afines.
En primera instancia, por mucho que pueda dolerle a algunos, se debe aceptar que la gestión de la saliente alcaldesa Susana Villarán no cumplió con las expectativas de la sociedad civil. Ante una mega ciudad como Lima, con tantos problemas estructurales, el manejo de las crisis y la gestión de los proyectos se realizaron de manera descoordinada, con poca información y, en algunos casos, en apuro. Todos estos errores fueron resaltados por sus principales opositores, logrando finalmente que los aciertos de su gestión pasaran desapercibidos, y no fueran debidamente comunicados. Y esto no es todo: lo único que salvaba a Villarán era que ella se encontraba “moralmente” en una escala superior a la de Castañeda, situación de supuesta ventaja que se vio completamente eliminada ante las denuncias por corrupción que han sido presentadas contra varios allegados a ella, tanto durante su gestión como en su campaña electoral.
Asimismo, durante esta contienda electoral hemos encontrado 13 candidatos, cada uno con el ego más grande que el otro, intransigentes a la hora de formar coaliciones. Esto demuestra una clara ausencia de estrategia y visión política, puesto que de los 13 postulantes, la campaña de doce de ellos tenía un solo objetivo: derribarse a Castañeda como opositor –y víctima- político. Esta fragmentación ha tenido como consecuencia una dispersión del voto Anti-Castañeda en Heresi, Villarán, Cornejo y Altuve, mientras que la gran mayoría del voto Anti-Susana se ha concentrado en el candidato de Solidaridad Nacional. ¿Lo peor de todo? Lo único que faltaba para que se llevara a cabo una alianza partidaria era la voluntad de los partidos y de sus candidatos, ya que las propuestas no colisionaban mucho. Y es que, en efecto, casi todos los partidos tenían propuestas muy parecidas: establecer una Autoridad Autónoma de Transporte, cámaras de vigilancia o empoderar a los serenazgos para que puedan contribuir a la seguridad ciudadana. Muy pocos demostraron una visión democrática y abierta de la situación, siendo una de esas excepciones Enrique Cornejo, por ejemplo, quien resaltó muchas cosas positivas de la gestión de Susana Villarán en una entrevista con Rosa María Palacios. Pero por los demás, no se puede decir mucho.
De esta forma, las cartas ya han sido echadas sobre la mesa y el resultado parece estar escrito en piedra. Ahora solo queda preguntarnos, ¿cómo lograremos cambiar esta mentalidad? ¿Cómo lograr que las personas dejen de obviar el factor ético al escoger a sus representantes?, pero también, ¿cómo logramos que nos echemos la culpa entre electores por nuestra “ignorancia” o nuestro idealismo? No queda más que pedir más y mejor educación, para así generar voluntad política. Es deber de todos cambiar desde ahora las prácticas cotidianas que caracterizan al electorado. Si queremos un verdadero cambio, este tiene que venir de los civiles, pues no podemos exigirle a los políticos algo que nosotros en la práctica diaria contradecimos. Al mismo tiempo, se debe incentivar a los partidos a que apuesten por nuevos rostros, y que busquen sinergia política para así no solo satisfacer sus intereses políticos, sino también los de la sociedad civil. Quedan cuatro largos años de una gestión que será completamente distinta a la hemos visto hasta el momento. Seamos exigentes, no toleremos la corrupción, y estemos siempre fiscalizando. La democracia, al fin y al cabo, somos todos.