La semana pasada, durante la reunión celebrada en Nueva York con el presidente chileno Sebastián Piñera, el presidente Ollanta Humala manifestó la intención de una posible venta del gas de Camisea a Chile, como parte un plan de integración estratégica entre los países aliados. Las declaraciones fueron confirmadas por el Presidente días después, quien, en un intento por calmar las miradas escépticas de muchos, señaló que la exportación del gas sí era una posibilidad, pero que, de realizarse, se vendería con un valor agregado, y que el abastecimiento interno continuaría siendo prioridad.
Las preocupaciones surgen, una vez más, debido a una aparente contradicción entre lo declarado por Humala en su campaña electoral y las decisiones tomadas a lo largo de su mandato. Basta con recordar la tajante oposición del entonces candidato a la presidencia respecto a la exportación de gas a Chile para notar el contraste con sus últimas declaraciones. Hasta ahora, la promesa de abastecimiento interno del gas de Camisea no ha tenido un correlato real, y es que si bien es cierto que el previo abastecimiento interno no generaría una contradicción con lo declarado en campaña con la exportación –e incluso sería sumamente provechoso desde el punto de vista competitivo-, dichas condiciones carecen de credibilidad. Y la falta de credibilidad es algo que Humala se ha encargado de ganar a lo largo de su gobierno.
Desde que entró en la escena política, Humala ha presentado una retórica ambigua y volátil respecto del rumbo de la política económica que respalda. Los giros inesperados no sólo han generado incertidumbre en los agentes económicos, sino que han ocasionado costos políticos fuertes, como el descontento poblacional y conflictos sociales, condiciones nada favorables para el desarrollo del país.
Las primeras contradicciones en las ideas del mandatario se manifestaron durante el proceso electoral del 2011. En éste, Humala consiguió la victoria mediante un plan de gobierno denominado “La Gran Transformación”, cuyo corte (marcadamente de izquierda) contrastó fuertemente con el plan al que aludió durante la segunda vuelta: la “hoja de ruta”, que se inclinaba hacia políticas económicas liberales. Indudablemente, la situación que demostró más claramente las inconsistencias del mandatario fue la referente al proyecto minero Conga, cuya oposición fue utilizada como emblema de su campaña electoral, para luego darle luz verde al proyecto en junio del 2012 en aras del crecimiento económico. Otras situaciones, tales como la intención de compra de los activos de Repsol, retirada meses después, sumaron a la confusión política de la población y, consecuentemente, a la imagen de un presidente de ideas inconsistentes.
Así, los giros ideológicos y la retórica ambigua del presidente Humala han desembocado en una confusión generalizada en la opinión pública y en una caída de la confianza empresarial. Según Ipsos Perú, el 36% de la población ubica a Humala en la izquierda, mientras que el 23% lo ubica en la derecha, y el 39% en el centro. Asimismo, en un sondeo a cargo de El Comercio, el 60% de entrevistados declararon que pensaban que el presidente estaba siguiendo la hoja de ruta, y el 21% opinó que se estaba siguiendo la Gran Transformación, ambas cifras sumamente altas para tratarse de planes ideológicamente opuestos.
No creemos, empero, que Humala deba abstenerse de exportar gas a Chile luego de aseguar el abastecimiento interno. Por el contrario, consideramos que dicha medida sería altamente provechosa en términos económicos para nuestro país. Sin embargo, criticamos de manera retrospectiva la retórica nacionalista y populista que durante tanto tiempo adoptó Humala para conseguir el apoyo necesario. Ésta, poco a poco, está pasando la factura a todo el país mediante una inseguridad y un descontento crecientes por parte de la población, situación nada atractiva para la inversión y el desarrollo del Perú.
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