Traducido por Manuel Ferreyros. Republicado y traducido con permiso de los autores. El artículo original se encuentra aquí: http://www.becker-posner-blog.com/2012/10/will-long-term-growth-slow-down-becker.html
Un crecimiento económico sostenido a largo plazo iniciado a partir de un futuro próximo sería de gran ayuda para superar dos grandes problemas que enfrenta Estados Unidos (y Europa y Japón). Uno de ellos es la elevada proporción de la deuda pública al PIB, resultado de déficits presupuestarios, debido al rápido aumento en el gasto público durante los últimos años. Un PIB que sigue creciendo más rápido que la deuda pendiente es la forma más segura de reducir la carga de la deuda. Crecimiento sostenido a largo plazo también disiparía los temores de muchos padres de que sus hijos no estén mejor de lo que están hoy.
Las mejoras en la productividad debidas en gran medida a las nuevas tecnologías han sido la principal fuente de crecimiento a largo plazo económico de los ingresos per cápita. Desde más o menos 1880 hasta el comienzo de la crisis financiera, la productividad estadounidense avanzó en promedio a un ritmo un poco inferior al 2% por año. Esto contribuyó, junto con la acumulación de capital, a producir un crecimiento a largo plazo en Estados Unidos de ingresos per cápita de alrededor del 2% anual. Dado que el crecimiento continuó a un ritmo constante durante tanto tiempo, uno puede esperar razonablemente que EEUU vuelva a crecer a un ritmo similar una vez que pasen los efectos de la crisis financiera y la Gran Recesión.
Sin embargo, un reciente estudio realizado por Robert Gordon de Northwestern, uno de los principales expertos en productividad, pone un freno a estas expectativas (véase su texto “Is U.S. Economic Growth Over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds”, NBER Working Paper 18315, agosto del 2012). Gordon afirma que los avances en la productividad fueron disminuyendo incluso antes de que la crisis financiera golpeara porque las innovaciones de las últimas décadas, incluyendo las computadoras e Internet, son menos importantes que las de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. También sostiene que es probable que el crecimiento futuro de EEUU sea aun más lento que en décadas recientes debido a seis «vientos en contra» que él cree que reducirán el crecimiento. Si Gordon tiene razón, los estadounidenses se enfrentan a un futuro sombrío y sin precedentes de ingresos básicamente estancados.
Es común durante una larga y profunda recesión o depresión que economistas y sean pesimistas sobre el futuro económico. Por ejemplo, al final de la Gran Depresión en 1939, un destacado economista estadounidense de ese momento, Alvin Hansen de la Universidad de Harvard, argumentó que EEUU y Europa estaban por pasar por un largo período de estancamiento, en parte porque creía que el progreso tecnológico sería mucho más lento en el futuro. Por supuesto, él resultó estar completamente equivocado. Sin embargo, las predicciones de Gordon parten de la crisis financiera y de la recesión resultante, y basa su pesimismo en la forma como la situación parecía para él antes de la crisis.
Gordon sigue un criterio establecido de dividir los últimos 200 años en períodos de tres revoluciones industriales. La inicial se produjo durante la última mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, siendo la máquina de vapor y el ferrocarril ejemplos de las principales tecnologías nuevas de esa revolución. La segunda revolución industrial, que él considera la más importante, se produjo entre 1870 y 1900. Esta revolución nos dio, entre otros inventos, la electricidad, el automóvil, el avión y el motor pequeño. La tercera revolución comenzó alrededor de 1960, y abarca las computadoras, el Internet, y la genómica y la biotecnología.
La razón principal de Gordon para su pesimismo sobre el futuro crecimiento es la evidencia que presenta de que la productividad laboral estadounidense (medida por el producto por unidad de factor trabajo) avanzó mucho más lentamente después de 1970 de lo que lo hizo entre 1890 y 1970. También señala que a lo largo de la mayor parte de la historia –es decir, hasta la primera revolución industrial– el crecimiento anual de la renta per cápita mundial fue cercana a cero. Tal vez, de acuerdo con Gordon, deberíamos considerar para el futuro las 3 revoluciones industriales no como lo normal, sino como excepciones «temporales» que no se repetirán en el futuro.
Gordon hace una defensa cuidadosa para su conclusión de que el futuro crecimiento a largo plazo de EEUU será mucho más lento que el crecimiento pasado. Aun así, sus argumentos no me parecen convincentes. Si bien el crecimiento en los dos últimos siglos fue radicalmente diferente del ligero crecimiento anual de los anteriores dos mil años, la razón no es suerte o casualidad, sino que en buena parte se debe al desarrollo de la ciencia, y en especial a la aplicación de la ciencia al progreso industrial. El conocimiento se construye en base al conocimiento, y la evidencia disponible no indica que la acumulación de conocimiento esté sujeta a rendimientos decrecientes. Esto sugiere que el conocimiento futuro bien podría crecer a un ritmo comparable al de su crecimiento durante el último siglo y medio.
Otra diferencia entre los dos últimos siglos y la historia anterior es el surgimiento de economías que dependían de la competencia y la iniciativa privada. Este fue el sistema económico en Gran Bretaña cuando era la cabeza del mundo en los avances en productividad, y que describe la economía de EE.UU. después de que tomó el liderazgo. Es probable que los avances en la tecnología y la productividad continúen a buen ritmo si EEUU y otros países líderes siguen haciendo hincapié en la competencia y el sector privado, y no utilizan los gobiernos para tratar de determinar los futuros «ganadores” de la tecnología.
También creo que Gordon subestima el impacto completo de la tercera revolución basada en computadoras y otras tecnologías modernas. Como muestra, los efectos sobre la productividad de la segunda revolución se prolongaron durante cerca de 100 años, mientras que la tercera revolución ha estado sucediendo por no más de unos 50 años. Es extremadamente difícil, incluso para las personas más informadas, predecir los efectos a largo plazo sobre la productividad de las nuevas tecnologías. Gordon cita a alguien que trabajaba en el año 1876 para Western Union, la mayor compañía de telégrafos, quien decía: «El teléfono tiene demasiadas deficiencias para ser considerado como un medio de comunicación serio » y que Bill Gates declaró: «640 kilobytes debería ser suficiente para cualquiera”.
Me gustaría decir algo acerca de los seis vientos en contra que Gordon cree que también ralentizarán el crecimiento futuro, ya que sus argumentos no son convincentes. Para tomar algunos de sus vientos en contra, creo que la globalización añadirá, no restará, al crecimiento de EEUU y de los ingresos reales per cápita, que los efectos de tener un menor número de personas jóvenes que trabajan en relación con el número de personas mayores jubiladas estarán parcialmente contenidos por considerables extensiones de las edades a las que los trabajadores generalmente se jubilen, y que la desigualdad probablemente comenzará a disminuir. Así como Gordon estoy preocupado por los efectos del calentamiento global sobre la economía, pero creo que las nuevas tecnologías lograrán grandes avances hacia la solución de ese considerable problema, al igual que los descubrimientos tecnológicos han superado muchos de los desafíos del pasado.
Estoy de acuerdo con Gordon en que el crecimiento futuro considerable en los ingresos per cápita en una economía líder como la estadounidense no vendrá automáticamente sólo porque el crecimiento pasado fue considerable. Sin embargo, yo creo que los dividendos de la tercera revolución industrial están lejos de agotarse, y que el crecimiento futuro puede ser sólido, si se da el entorno económico adecuado. Lo que quiero decir con el «entorno adecuado» tiene varios componentes, pero el número uno sería una dependencia continua de la competencia y el sector privado como la principal manera de organizar la economía, y el número dos sería mejorar las inversiones en educación y capital humano.