Por: Jovaldo Benavente del Carpio
Miembro de INTERNACIA, primera Organizacion de Estudiantes de Relaciones Internacionales de la PUCP. Busca promover, difundir y generar conocimiento en torno a las Relaciones Internacionales en sus miembros y en la comunidad académica en general.
Las olas de protesta en el Medio Oriente vistas en los últimos 10 meses traen a la memoria inmediatamente la transición a la democracia de los países satélites de la ex Unión Soviética ocurrida hace aproximadamente 20 años. Así, numerosos académicos, sobre todo norteamericanos, han venido argumentando que tal y como los regímenes de Europa Oriental fueron transitando a la democracia en una especie de efecto dominó, de manera análoga, las poblaciones de los países del Medio Oriente, al constatar que las protestas masivas obtuvieron buenos resultados y que sucedieron en regímenes similares a los suyos, obtendrían la masa crítica necesaria para provocar la caída de sus respectivos regímenes.
De esta manera, al presenciar que los regímenes de Túnez, Egipto, Yemen y Libia se desmoronan, se podría argumentar que las transiciones en dichos países constituirían el modelo necesario para generar expectativas cada vez mayores en el resto de países árabes y provocar como consecuencia una ola democrática en la región.
Sin embargo, en otros países del Medio Oriente la historia es distinta, ya que en Irán, Argelia y Bahréin, los gobiernos reprimieron las protestas con éxito, por lo que, aparentemente, sus regímenes tienen altas posibilidades de sobrevivir. En el caso de Bahréin, el apoyo de Estados Unidos fue decisivo para salvar a la monarquía. En Siria el gobierno de Asad respondió a las protestas con altos niveles de represión provocando un saldo de más de dos mil muertos en los últimos meses.
Así mismo, regímenes como los de Arabia Saudita, Omán y Kuwait gozan del apoyo de Estados Unidos y no parecen estar en peligro. Por ello, pensar que el efecto “bola de nieve”[1] es suficiente para iniciar una ola de transición a la democracia (porque al parecer fue lo mismo que ocurrió en los países de Europa Oriental) constituiría analizar estos acontecimientos de manera superficial. Esto es debido a que se estarían omitiendo deliberadamente variables tanto de tipo sistémico como doméstico que constituyen una parte esencial de la explicación.
De esta manera, el resultado de la primavera árabe diferiría al obtenido en Europa del Este, después de la caída del muro de Berlín, debido a que la presión internacional y la atención puesta en las dos regiones son sumamente diferentes. Por un lado, después de la caída del muro de Berlín, los países de Europa del Este dejaron de recibir ayuda tanto económica como militar de la URSS, colapsando eventualmente más por implosión del Estado que por las protestas a las que hacían frente. Por otro lado, aunque los ex países soviéticos hubieran mantenido una capacidad coercitiva mínimamente articulada, hubieran visto reducidas sus posibilidades de supervivencia debido a que su ubicación geográfica cercana a Europa Occidental propiciaba que todos los reflectores internacionales apuntaran hacia ellos, aumentando los costos de la represión de las protestas exponencialmente.
Asimismo, sumado a los factores ya mencionados, los países de Europa Oriental tuvieron una serie de incentivos de parte de las potencias occidentales, como EEUU y la UE, para democratizarse. Es así que, por ejemplo, dichos países se habrían democratizado y habrían reformado sus economías debido a los beneficios que les generaría formar parte de la Unión Europea. De esta manera, tanto las condicionalidades positivas y negativas que recibían, como la atención y la presión internacional y la propia debilidad de los Estados ex soviéticos, fueron factores clave para la ola democratizadora que caracterizó a Europa del Este durante los años 90.
En cambio, se observa que en los países del Medio Oriente, sobre todo en aquellos exportadores netos de petróleo u otros hidrocarburos, los factores expuestos líneas arriba están ausentes.
Respecto a las variables de tipo sistémico, en primer lugar, tenemos que la presión internacional es nula para aquellos países en los que las potencias occidentales como EEUU tienen intereses estratégicos que proteger. Intereses como el acceso al petróleo, clave para la industria y para el aparato militar, o el acceso a la ubicación territorial estratégica de estos países, para utilizarlos eventualmente como cabeza de puente para acceder a otras regiones o países (como parte de la política americana de lucha contra el terrorismo o para asegurar por la fuerza su acceso a los recursos en los países vecinos de la región). Por ello, los regímenes petroleros del Medio Oriente no sufren la presión internacional que habrían sufrido los países de Europa Oriental, debido a que es más importante para las potencias occidentales el acceso al petróleo (y demás recursos estratégicos) que el establecimiento de las democracias[2].
En segundo lugar, a diferencia de los países de Europa del Este, los países del Medio Oriente no dejaron de recibir ayuda de las potencias occidentales con el fin de la guerra fría. De este modo, aquellos países árabes que no dependen extremadamente del petróleo, en la práctica actúan como países rentistas al recibir granes cantidades de dinero que utilizarían para aumentar su capacidad de reprimir. En consecuencia, no solo el petróleo y el interés de asegurar el acceso a recursos estratégicos crearían un contexto internacional favorable para los regímenes autoritarios de Medio Oriente, sino que el terrorismo y el anti-islamismo también juegan un rol fundamental para que las potencias occidentales otorguen su consentimiento a aquellos países del Medio Oriente que vean como favorables a sus intereses.
Por otro lado, con respecto a las variables domésticas que provocarían que la primavera árabe produzca resultados diferentes a las revoluciones de Europa del Este después de la caída del muro de Berlín, en primer lugar, tenemos que la mayoría de los regímenes autoritarios del Medio Oriente son rentistas, o en la práctica funcionan como tales, al recibir enormes cantidades de dinero producto de las exportaciones de bienes primarios (como petróleo o gas) o de la asistencia militar o financiera, dependiendo del rol que cumplan para los intereses de las potencias occidentales. Como consecuencia, los mencionados regímenes pueden darse el lujo de gastar un porcentaje bastante elevado de su PBI, aún bajo estándares mundiales, en fuerzas de seguridad militar y policial. Así, el Estado árabe promedio posee fuerzas de seguridad bastante grandes para la cantidad de población que poseen, con equipos militares bastante sofisticados.
Además, dichas fuerzas de seguridad no solo son capaces de reprimir, sino que (en su mayoría) estarían decididas a hacerlo, debido al patrimonialismo característico de los regímenes rentistas en los que no hay una división clara entre los bienes privados y los públicos. Regímenes donde solo los hombres de confianza del líder autoritario de turno ocupan los cargos más altos en las fuerzas armadas. Por lo tanto, la disposición y voluntad de reprimir de las fuerzas de seguridad de dichos regímenes es bastante elevada debido a que si el régimen es derribado, entonces los altos mandos militares, y probablemente la institución como conjunto, también caerá como producto de su profunda relación con el régimen. Por ello, las fuerzas armadas en un Estado rentista (o uno que funcione como tal) tendrían fuertes incentivos para obedecer cualquier orden de reprimir revueltas o protestas a gran escala, porque en el caso de que cayera el régimen también caerían ellos[3].
Asimismo está el llamado efecto impositivo, relacionado también con los regímenes rentistas[4]. Según este efecto, serían los impuestos los que generarían las condiciones necesarias para que se creen y se consoliden las instituciones básicas de una sociedad democrática representativa, como por ejemplo un poder judicial independiente, un congreso efectivamente representativo o unas fuerzas armadas profesionales que no se inmiscuyan en la política. Sin embargo, cuando el Estado es dueño de rentas muy elevadas, producto de la exportación de recursos primarios, sin una verdadera élite empresarial eficiente y exitosa, no necesitaría cobrar impuestos para mantener sus actividades. Como consecuencia de la exoneración impositiva que realizan dicho tipo de regímenes, se evitarían las demandas de accountability necesarias para la aparición de una sociedad civil robusta. En este sentido, las demandas por derechos políticos de la población en dichos regímenes es inexistente o, en el mejor de los casos, sumamente débil, lo que reforzaría la estabilidad autoritaria de los regímenes rentistas del Medio Oriente.
Finalmente, una tercera variable interna, también característica de los regímenes rentistas, es la ausencia de equilibrio de poder entre el régimen y la sociedad civil. De esta manera, los regímenes rentistas realizan un gasto público excesivamente elevado que se manifiesta a través del porcentaje de la población que ocupa puestos laborales estatales y de la significativa cantidad de subsidios aplicados por el Estado para mantener el nivel de movilización y protesta bajo control. En consecuencia, el gasto público le daría un enorme poder cooptativo al régimen, debido a que en un contexto como ese, muy poca gente estaría dispuesta a pertenecer a la oposición o unirse a una protesta, ya que podrían perder su principal fuente de ingresos. Por lo tanto, cuando todos los recursos están en manos del Estado, la sociedad civil autónoma será inexistente o extremadamente débil debido a que los grupos independientes necesitan de recursos para poder operar. En un contexto donde gran parte de la población obtiene sus ingresos del Estado, eso se convierte en un requisito casi imposible de cumplir.
Por lo tanto, aunque todavía es temprano para realizar predicciones (ya que nos encontramos en medio de este proceso político), tomando en cuenta lo expuesto líneas arriba, podemos extraer algunas conclusiones. En primer lugar, la transición a la democracia ocurrida en Europa Oriental hace más de 20 años tiene diferencias sustantivas con el actual proceso que viene ocurriendo en el Medio Oriente conocido como la “Primavera Árabe”. En segundo lugar, existe una conjunción de variables, tanto de carácter sistémico como doméstico, que nos llevan a argumentar que los países del Medio Oriente no realizarán una transición a la democracia de la manera ocurrida en Europa Oriental o, por lo menos, que no será un proceso homogéneo. Por último, consideramos que mientras un régimen posea el apoyo de potencias occidentales o, en su defecto, un ambiente internacional condescendiente; que si el régimen depende de las exportaciones del petróleo (o de rentas similares); que si el régimen posee un aparato de seguridad grande y dispuesto a reprimir; y que si existe poca o nula sociedad civil, es muy poco probable que dicho régimen experimente una transición a la democracia debido a que dichas variables le proporcionarían al régimen altas expectativas de supervivencia.
[1] Jeffrey Kopstein and David Reilly. “Geographic Diffusion and the transformation of the post communist world”. World Politics 53, N° 1.
[2] Michael Ross. “Does Oil Hinder Democracy?”. World Politics 53, N° 3.
[3] Eva Bellin. “The Robustness of Authoritarianism in the Middle East: Exceptionalism in Comparative Perspective”. Comparative Politics 36, N°2.
[4] Michael Ross. “Does Oil Hinder Democracy?”. World Politics 53, N° 3.
Excelente análisis.