Por Diego Pomareda, abogado y magíster en Derecho Constitucional por la PUCP, ambos títulos fueron obtenidos con mención sobresaliente. Es predocente del Departamento de Derecho de la misma universidad. Ha realizado una estancia académica en la Universidad Carlos III de Madrid. Es miembro fundador de Perspectiva Constitucional y forma parte del Grupo de Investigación en Derecho Constitucional y Derechos Fundamentales de la PUCP.

El Perú, desde su independencia, estuvo plagado de contradicciones: una patria libre con esclavos, una república colonial y posteriormente aristocrática, pocos ilustrados pensando por muchos iletrados, diversas naciones en un mismo territorio y grandes intereses particulares que en nombre de los principios republicanos perseguían mantener intacto el status quo sin perjuicio de que este se encontrase a espaldas del bien común. En definitiva, una república de paja sin mayores cimientos ni garantías de la ansiada y desconocida libertad, tanto así que, mientras se proclamaba la misma, aún persistía un gobierno realista en el sur del Perú.

En doscientos años, si bien se repiten ciertos patrones mencionados del inicio de la república, sin duda hemos progresado como sociedad, colocando, en vez de paja, pilotes de madera de forma desordenada en nuestra estructura social y política (el límite al poder, los derechos fundamentales, la persona como fin último del Estado, la democracia, la descentralización inconclusa, entre otros). Muchos de estos vástagos se encuentran apolillados o con carcoma, pero solidifican el material de un país en construcción que hasta el momento sigue siendo un encofrado añoso de madera.

Lo que aún nos limita verter cemento en este molde artesanal (para lograr consolidar las columnas de concreto y luego colocar ladrillos) son los siguientes asuntos: la esclavitud moderna, la exigua ciudadanía y deslucida existencia de partidos políticos democráticos, la insuficiente integración nacional y regional, el depender en mucho del azar y de nuestras características de origen para lograr encaminar el proyecto de vida que deseamos, el pensar que la educación es sinónimo de riqueza y cultura, el etiquetar al niño o niña como presidente si destaca en el colegio, el haber consensuado que el que tiene más es necesariamente a costa del que tiene menos, el no evidenciar que la corrupción es un tema propio y no ajeno, el querer señalar como culpable al otro cuando uno mismo es responsable, el haber institucionalizado el dominium monopólico de las empresas mercantilistas, el no permitirnos pensar que podemos vivir mejor sin la necesidad de ser los primeros en todo (lo cual no significa mediocridad), el usar nuestros pilotes agrietados, como la democracia, a efectos de justificar el desdén hacia el otro y, en definitiva, pensar que los deberes fundamentales deben de ser cumplidos solo en tanto la obligación recaiga en terceros.

Si queremos llegar a la república robusta de cemento y ladrillos necesitamos el esfuerzo de la ciudadanía activa que desde su individualidad, subjetividad y realidad propia pueda involucrarse con los asuntos públicos. A ello se suma el romper los paradigmas previamente mencionados a través de instituciones sólidas, pero también de cuestionamientos sobre las prácticas cotidianas que nos inducen a continuar el círculo vicioso del egoísmo y la poca empatía. A lo dicho se debe sumar las condiciones para una mayor gobernabilidad (sin la necesidad de reglas escritas), la extirpación de la corrupción, una consolidación de la economía social de mercado con rostro humano y el reconocimiento de nuevos derechos y deberes constitucionales en el marco de una inédita normalidad.

El gobierno del bicentenario supondrá una oportunidad para poner en práctica estos elementos indispensables y consolidar la defensa del principio democrático por encima de intereses particulares. Si algo podemos aprender de la historia republicana en estos doscientos años es que no todo cambio es progreso (o necesariamente bueno) por lo cual dependerá de nuestro rol como sabuesos de la Constitución, sin desvirtuarla ni abusar de ella, para respondernos si pondremos el primer ladrillo hacia una república de material noble o, en su defecto, regresaremos a la república rústica de adobe, paja y quincha.

22 de julio de 2021, año del bicentenario