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¿Qué es ser procesalista?

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Por Roberto Pérez Prieto, abogado por la PUCP, especialista en temas de Derecho Procesal. Estudiante de la Maestría en Derecho Procesal de la PUCP.

La pregunta tal vez es un poco pretenciosa: ¿Acaso existe un solo tipo de procesalista? Bueno, la respuesta es no y creo que ese es justamente el problema.

Últimamente, me he preguntado si es que aquellos que tenemos que lidiar con los aparatos de justicia de nuestro país todos los días, jugamos un rol importante en el sistema o simplemente sobrevivimos el día a día, esperando que nos toque la hora de irnos.

Quiero pensar lo primero, quiero pensar que en el momento en que uno decide ser procesalista, es porque quiere hacer cada vez mejor su trabajo y así contribuir con su país, construyendo un sistema que hoy, lamentablemente, tiene cimientos muy endebles.

¿Qué pienso del proceso?

Para contestar la pregunta del título, es necesario que tengamos un concepto previo sobre el proceso, así podremos saber qué tipo de “procesalista” queremos ser.

El proceso, para mí, es el sistema tradicional por medio del cual se tutelan derechos y de este modo, se resuelven conflictos en la sociedad. ¿Cuál es el objetivo? Encontrar la verdad (o acercarse a ella).

El proceso además, es un sistema de garantías constitucionales que convergen en un espacio y tiempo para cumplir con una finalidad a través de un procedimiento que es siempre secundario.

Yo veo al proceso como un instrumento para las personas en general, un instrumento para que todos aquellos que necesiten exigir un derecho puedan acceder a este sistema y, de ser amparado este derecho, hacer efectiva su exigencia. Por eso, es muy importante conocer el sistema y saber cómo funciona, pero aún más importante es saber que se puede hacer para que cada vez funcione mejor.

Ahora que saben que pienso del proceso, debemos pregúntanos: ¿Qué es ser procesalista?

Es imprescindible que como operadores de justicia (que queremos hacer algo por nuestro país), nos preocupemos por hacer al sistema de justicia cada día mejor, aprovechando todos los recursos que podamos tener a nuestro alcance (doctrinario, jurisprudencial, legal, etc.).

Por otro lado, no debemos olvidar que nuestra forma de Gobierno es el Estado Constitucional de Derecho, y por ello, todo parte de la Constitución y todo debe volver a ella, siendo esta norma la que impregna a todo el ordenamiento jurídico de las bases que deben seguirse para que todo nuestro marco legal tenga sentido (incluimos aquí también a las convenciones internacionales en materia Constitucional). Por eso, ahí donde las leyes no tengan la respuesta o esta esté errada, siempre uno debe volver a la Constitución y encontrar aquellas respuestas a través de los principios que dan luz a nuestro ordenamiento. Y así  preguntarnos: ¿Por qué es importante para nuestra sociedad que una determinada situación se resuelva de esta forma? Y de ese modo, tomar decisiones para nuestro día a día.

Sin embargo, esta forma de pensar no siempre es así. Ustedes se preguntarán: ¿Por qué escribe esto?

Hace poco tuve un pequeño altercado con un amigo del colegio. El decidió estudiar Derecho en otra Universidad limeña (muy buena por cierto). ¿Qué pasó? Un amigo en común hizo una pregunta en Facebook referente a la incorporación de los medios probatorios extemporáneos y decidí recomendarle que por más que no sean hechos nuevos, como abogado no deje de presentarlos aduciendo su Derecho Fundamental a la Prueba (manifestación imprescindible del Derecho a la Tutela Jurisdiccional Efectiva). Según mi criterio, si es un medio probatorio al cual no tuviste acceso y además acreditas que no hubo mala fe en la demora, las reglas “procedimentales” (distintas a las procesales) deben flexibilizarse en favor de los principios constitucionales, haciendo un sistema más racional y siempre mirando a la Constitución. Sin embargo, si simplemente tuviste mala fe y guardaste el «as bajo la manga” ese medio probatorio debe ser rechazado, porque la Constitución tampoco tolera abuso del derecho.

Mi amigo tuvo una idea distinta. Para él, el intentar explicar una idea constitucional a un juez iba a provocar que este se ría a carcajadas y por el contrario recomendó que el medio probatorio en cuestión se introduzca de contrabando en algún alegato presentado al final y de ese modo salir de este dilema “porque así funciona nuestro Poder Judicial”.

Esa segunda “solución” tiene varios problemas técnicos que no merecen ser tratados en este artículo, pero más allá de eso me puse a pensar: ¿Qué significa ser procesalista? ¿Es que nuestra labor es sobrevivir al día a día como se pueda, tratando de aprovecharse de los huecos del sistema o hay algo más?

En mi opinión, existe una responsabilidad mutua entre los juzgadores, los abogados y los justiciables. Esta responsabilidad implica que poco a poco todos los operadores del Derecho, contribuyan a la cultura jurídica del país, cuyo propósito finalmente es llegar a decisiones mejor motivadas y por lo tanto, más justas.

Es una labor lenta que intenta construir un sistema con bases constitucionales y así brindar un mejor servicio de justicia. Creo firmemente, que ser procesalista implica estudiar todas las herramientas necesarias para construir ese sistema y de ese modo darle trascendencia a tu trabajo, haciendo cada día al sistema de justicia cada vez un poco más racional y menos automático, luchando contra la «tinterillada» que es otra forma de decir «criollada» y que como bien sabemos es el hermano menor de la corrupción que tanto daño le hace a nuestro país.

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