Por Ana Paula Mendoza Rázuri, abogada por la PUCP. Trabaja en el Ministerio de Cultura, como consultora legal en temas de interculturalidad y políticas públicas. Es adjunta de docencia del curso de Derechos Fundamentales e Interpretación Constitucional en la Facultad de Derecho PUCP y Andrea Cabello Silva, abogada por la PUCP. Trabaja en la Dirección General contra la Violencia de Género del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Se encuentra cursando la Segunda Especialidad de Derecho Público y Buen Gobierno de la PUCP.
El camino hacia la igualdad de género en diversos ámbitos y espacios es – sin duda – un camino de largo aliento; sin embargo, son innegables los avances que se han venido realizado las últimas décadas. El Día Internacional de la Mujer, conmemorado los 8 de marzo de cada año, es un momento propicio para la reflexión sobre los avances en materia de igualdad y no discriminación de las mujeres en su diversidad; así como para reflexionar sobre los retos pendientes. La pandemia por la COVID-19 ha puesto de manifiesto cómo estas desigualdades se agudizan en las crisis en tanto las medidas adoptadas no son neutras al género. Por eso, en este 2021, el tema adoptado por Naciones Unidas es “Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19”[1]. Este es un contexto en el que, además, la globalización y el uso de las tecnologías de la información y comunicación (en adelante, TIC) viene tomando un rol trascendental en la nueva dinámica social: compras y servicios por la web, teletrabajo, teleconferencias, teleeducación y – vale recalcar – el contacto social con nuestro entorno, como familia y amistades, que se ha limitado en gran medida al uso de las redes sociales.
En el presente artículo nos interesa hablar sobre la sororidad como una de aquellas herramientas que nos permitan afrontar de una mejor manera no solo la crisis sino sus efectos, como una práctica que apunta a estrechar los lazos entre mujeres – sin dejar de lado nuestra diversidad – para hacer frente al patriarcado. También nos interesa cuestionarnos respecto a aquellas ideas románticas que a veces recaen sobre este concepto y lo terminan convirtiendo en un ideal difícil de alcanzar. Asimismo, se observa que muchas prácticas consideradas sororas han ampliado significativamente su alcance a través de las TIC. Por estas consideraciones, nos planteamos como objetivo analizar las implicancias del concepto de sororidad; así como estudiar y reflexionar sobre los efectos de las prácticas sororas que se desenvuelven a través de las TIC para demostrar su especial relevancia, particularmente en un contexto de crisis como el que nos encontramos.
La COVID-19: Medidas e impactos que no son neutros al género
La emergencia sanitaria a nivel mundial ha conllevado cambios significativos en la vida social, y el impacto ha sido diferenciado, exacerbando las desigualdades existentes en las propias estructuras sociales. En relación a la violencia y discriminación contra las mujeres, puede observarse que las medidas de confinamiento significan un mayor riesgo de violencia en el hogar[2], agudizan la crisis del cuidado en tanto se aumenta la carga global de estas responsabilidades[3], y aumentan la vulnerabilidad de las mujeres pobres producto de la crisis económica[4] [5].
La pandemia también tiene impactos diferenciados en los derechos económicos, sociales y culturales de las mujeres. En materia de empleo, se observa que los sectores económicos más afectados por la crisis presentan una alta concentración femenina[6]. A su vez, la primera línea de salud para hacer frente a la emergencia sanitaria está mayoritariamente conformada por mujeres, lo que las coloca en un mayor grado de exposición a enfermarse. En materia de salud, la sobrecarga de responsabilidades productivas y reproductivas de las mujeres impacta significativamente en el deterioro de su salud mental[7]. A ello se suma que, en el periodo de pandemia, las adolescentes y mujeres vienen enfrentando barreras de acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva, sobre todo, aquellas de menores de recursos[8]. Este panorama se agrava al tomar en cuenta la situación de las mujeres pertenecientes a grupos históricamente discriminados como las mujeres indígenas y afroperuanas, mujeres con discapacidades[9], u otras que enfrentan mayores obstáculos para el acceso a servicios públicos.
En suma, tal y como ha sostenido Anita Bhatia, directora ejecutiva adjunta de la ONU Mujeres, “En tan solo un año, el coronavirus puede hacernos retroceder lo avanzado durante 25 años en materia de igualdad para las mujeres”[10]. Es aquí donde resulta importante reconocer la necesidad de activar nuevos y diferentes mecanismos de acción, que complementen aquellos deberes de titularidad del Estado; mecanismos no oficiales impulsados con la propia agencia de las mujeres, pero cuyo impacto puede ser realmente multiplicador. Uno de ellos es poner en práctica la sororidad.
Sororidad basada en la empatía
“El peor enemigo de una mujer, es otra mujer”. Este estereotipo nos ha insertado el mensaje de la “rivalidad femenina” y se enseña desde la primera infancia[11]. Parte de nuestro proceso de deconstrucción es precisamente cuestionarnos aquellas ideas socialmente impuestas y aprehendidas para más bien, asentar la idea de que podemos relacionarnos de una diferente y mejor manera, que nos permita hacer frente a las desigualdades de género que enfrentamos como colectivo heterogéneo, pero con diversos puntos de encuentro. Y aquí es donde la sororidad cobra especial relevancia.
En el año 2018 el término “sororidad” fue incorporado en la Real Academia Española, definido como la “agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo”. No obstante ello, el surgimiento de este concepto data de décadas atrás, cuando se reivindicaba este sentimiento colectivo mediante el uso del término “sisterhood”[12]. Marcela Legarde, antropóloga mexicana, fue una de las primeras autoras en trasladar este concepto al español, quien señala que es una propuesta política que invita a las mujeres a comenzar a trabajar unidas por un propósito común[13]. Lo cierto es que el uso de esta palabra surge en el seno de los movimientos feministas con el objeto de mostrar y visibilizar el apoyo mutuo entre las mujeres frente al patriarcado. Pero, ¿cómo se traduce esto en nuestra cotidianidad individual? En los últimos años se ha construido un discurso sobre la sororidad pero, en algunos casos, se está tergiversando su propia finalidad, pues se ha configurado como una nueva imposición social: Las mujeres debemos ser compañeras y apoyarnos.
Bajo estas consideraciones, la propuesta es entender que la sororidad tiene como premisa el desarrollar la capacidad de empatizar con otras mujeres por la existencia de un sistema de opresión patriarcal que nos impone roles, espacios y atributos estigmatizantes y cosificantes; y nos expone a situaciones de violencia en todas las etapas de nuestras vidas. Sin embargo, no todas las mujeres estamos en la misma situación de desventaja. En aquellos casos en que las experiencias de la discriminación respondan a estructuras sociales marcadas por la existencia de otros sistemas de opresión, la empatía debe partir desde el reconocimiento de los privilegios[14]. Empatizar con otras mujeres desde el cuestionamiento a los sistemas normativos es lo que nos permite ser sororas. Esto nos lleva a poner de manifiesto la necesidad imperante de incluir el enfoque interseccional en el discurso sororo. De esta manera, este concepto debería apuntar – más bien – a que, independientemente de la existencia de algún vínculo amical, seamos capaces de comprender las diversas barreras que existen y encontrar mecanismos para ofrecer un respaldo libre y construir redes de cuidado y apoyo colectivas. Inclusive visibilizar y compartir información sobre prácticas que históricamente han generado opresión se constituye como una práctica sorora.
Las TIC como herramientas que han ampliado las prácticas sororas
En los últimos años, el internet ha ocupado un importante rol en ampliar el alcance de las diversas luchas que persigue el feminismo y ha permitido que millones de mujeres a nivel global hallen espacios de encuentro y cooperación mutua[15]. En ese marco, también ha sido una herramienta para incentivar prácticas sororas entre mujeres que, sin conocerse físicamente, pueden encontrar redes de apoyo frente a escenarios de violencia y discriminación basadas en género. Movimientos globales como #NiUnaMenos o #MeToo son ejemplos de prácticas colectivas de sororidad, en el que mujeres en su diversidad reconocen ser parte de un sistema de opresión de género que las discrimina y violenta de múltiples maneras.
Las redes sociales son un vehículo clave para llevar a cabo acciones colectivas de esta naturaleza, dado que facilitan una comunicación inmediata, que alcanza a un mayor número de personas y un mayor nivel de interactividad[16]. Como un caso emblemático en el Perú, se puede hacer referencia a la marcha del 13 de agosto de 2016. A través de una encuesta en una fanpage de Facebook, se eligió denominar a esta movilización como “Ni una menos: Tocan a una, tocan a todas”, como una clara muestra de sororidad frente a la violencia de género. Asimismo, el 19 de julio del mismo año, se difundió el afiche de convocatoria, cuya descripción señalaba lo siguiente:
“Todas somos Cindy Contreras. Todas somos Lady Guillén. Todas somos Zuleimy Sanchez. Todas somos la niña a la que su papá toca cada noche. Todas somos la adolescente violada por su tío. Todas somos la mujer a la que su novio agarró a golpes. Todos somos la chica con el ojo reventado y la ropa hecha jirones a la que le preguntaron en la comisaría «qué había hecho» para provocarlo. Todas somos Ayme Pillaca, asesinada por ayudar a una niña de 15 años a huir de una red de trata. Todas somos las mas de 2074 mujeres esterilizadas, todas somos Manta y Vilca. Tocan a una y nos tocan a todas y por eso este sábado 13 de agosto, nos movilizamos”[17]
Esta publicación permitió ampliar el alcance de la convocatoria a la movilización. Para el 11 de octubre de 2017, había sido compartida 10 009 veces, y tenía 9015 reacciones y 626 comentarios[18]. Como señala Caballero, la fanpage de Ni una Menos se convirtió en una herramienta facilitadora para expresar la indignación de las mujeres frente a violaciones de sus derechos; así como para el llamado a la acción, la activación emocional, la organización y coordinación y la difusión de información[19].
Dado que el acceso a internet por parte de las mujeres resulta clave para el desenvolvimiento de estos procesos, se debe observar cuál es el panorama en el Perú al respecto. Si bien aún existe una brecha digital basada en motivos de género, se debe resaltar positivamente que esta brecha se ha ido acortando progresivamente en los últimos años. Según INEI[20], en el 2009, mientras que el 37.9% de hombres tenía acceso a internet, en el caso de las mujeres, este promedio solo era de 29.8%. No obstante, en el año 2019, mientras que el 59.7% de hombres tenían acceso a internet, las mujeres alcanzaban un promedio de 54.7%. Esto evidencia tanto un aumento significativo en el acceso a este servicio por parte de ambos géneros; como una reducción de la brecha digital basada en género (del 8.1% al 5%).
Aunque estas estadísticas son alentadoras, no se debe perder de vista que se trata de promedios nacionales que podrían invisibilizar algunas cifras alarmantes. Por ejemplo, si se compara el acceso a internet de mujeres entre el ámbito urbano y el ámbito rural, se evidencia que, en el 2019, únicamente el 9.8% de mujeres en zonas rurales en situación de pobreza podían acceder a este servicio[21]. Por su parte, si se toma en cuenta el grupo etario, solo el 1% de mujeres en zonas rurales mayores de 60 años podían acceder.
De este modo, debido a que las desigualdades en el mundo real se trasladan al mundo virtual, se debe reparar en que el traslado de la lucha feminista al internet genera como resultado la exclusión de un gran número de mujeres que acceden a las TIC por motivos geográficos, condición socioeconómica, edad, entre otros[22]. Esto tiene que ser tomado en cuenta para analizar quiénes podrían no estar presentes ni ser beneficiarias de las prácticas de sororidad en los medios digitales; especialmente, aquellas mujeres en situación de pobreza que, además, se encuentran más expuestas a situaciones de violencia.
Es relevante tener en consideración que el internet no es un espacio libre de violencia o discriminación contra las mujeres. Por el contrario, es cotidiano que se presenten dinámicas consideradas hoy por hoy como violencia digital machista. Ahora bien, la sororidad también ha servido para contrarrestar esta problemática. Por ejemplo, se observa que cuando se difunden comentarios o contenido agresivo, misógino, discriminatorio o violento, se configura una dinámica de “defensa” por parte de las demás mujeres, en el que estas responden de manera orgánica o voluntaria a las críticas basadas en lógicas machistas[23]. Este tipo de respaldo, además, permite que más mujeres se sientan seguras de denunciar experiencias de discriminación y violencia de las que han sido víctimas[24].
En el contexto actual de pandemia, la sororidad cobra especial importancia, porque nos enfrentamos a nuevas dinámicas sociales y, también, al incremento de otras modalidades de discriminación. Así, en este momento de emergencia y aislamiento, en principio, la tecnología es una aliada para el acceso a la información, a la educación, al trabajo e incluso facilita el acceso a los servicios para mujeres víctimas de violencia. No obstante, también abre nuevos caminos a los agresores[25]. Afortunadamente, tanto desde el Estado como diversas organizaciones[26] se viene difundiendo información para sensibilizar sobre las diferentes manifestaciones de violencia basada en género que, además, se elabora en formatos adecuados para ser compartidos por redes sociales. Compartir esa información por parte de las usuarias de las TIC es – desde nuestra posición – una práctica sorora que invita a otras mujeres a identificar esta problemática en sus relaciones sociales.
Otro aspecto que requiere atención es que, al igual que los medios de comunicación masiva, las redes sociales son un medio a través del cual también se pueden reforzar estereotipos y prejuicios de género. En el contexto de la pandemia, la exposición a este tipo de contenidos es mayor, en tanto las personas pasan más tiempo en estas plataformas. Por ejemplo, en la actualidad, está altamente normalizada la difusión de mensajes gordofóbicos, orientados al cumplimiento de patrones hegemónicos de belleza y de control sobre los cuerpos lo cual tiene un impacto en la salud física y mental principalmente de las mujeres, quienes reciben esta imposición social en mayor proporción. Afortunadamente, los discursos de diversidad corporal y empoderamiento vienen tomando fuerza en las redes. En este aspecto, una práctica sorora sería difundir también esta información, que puede ayudar a erradicar el canon estético de la delgadez, que invisibiliza y discrimina a una multiplicidad de cuerpos, o compartir cualquier otro tipo de información que tenga por finalidad visibilizar opresiones y realidades históricamente normalizadas.
En conclusión, la sororidad es una práctica clave para crear empatía entre las mujeres en su diversidad, como víctimas de discriminación estructural producto del patriarcado, pero siempre bajo el entendimiento de que pueden confluir otros factores que agraven esta situación para algunas mujeres más que otras. Esta empatía puede incentivar los lazos de respaldo y apoyo mutuo y colectivo, que se fortalecen y multiplican a través de las TIC. Para que se continúe fortaleciendo la sororidad en espacios digitales, se requiere promover el acceso a las TIC de todas las mujeres en condiciones de igualdad. Mientras más mujeres en su diversidad accedan a las TIC, se podrá contar con una visión más amplia de las problemáticas que enfrentamos, desde las distintas identidades y realidades que cada una atraviesa. Finalmente, ser sororas es más complejo que brindarnos apoyo, requiere además el reconocimiento de nuestros privilegios, un trabajo de deconstrucción y el constante cuestionamiento al status quo.
[1] ONU Mujeres (2021). Día Internacional de la Mujer 2021. Recuperado de: https://www.unwomen.org/es/news/in-focus/international-womens-day
[2] OHCHR (2020) “States must combat domestic violence in the context of COVID-19 lockdowns”. Recuperado de: https://www.ohchr.org/EN/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=25749&LangID=E
[3] En el contexto de la pandemia, el problema se agrava para las trabajadoras esenciales que tienen responsabilidades de cuidado, y para las jefas del hogar, especialmente las de hogares monoparentales. En: ONU (2020). Un Secretary-General’s policy brief: The impact of COVID-19 on women. Fecha de consulta: 3 de octubre de 2020. Recuperado de: https://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2020/policy-brief-the-impact-of-covid-19-on-women-en.pdf?la=en&vs=1406
[4] Comisión Interamericana de Mujeres. COVID – 19 en la vida de las mujeres. Razones para reconocer los impactos diferenciados. Recuperado de:
https://www.oas.org/es/cim/docs/ArgumentarioCOVID19-ES.pdf
[5] “A nivel nacional, a corto plazo, las mujeres estarán en capacidad de generar 43% de sus ingresos laborales y los hombres el 49%. A mediano plazo (primera fase del desconfinamiento), estas cifras son 58% para mujeres y 66% para hombres”. En: GRADE (2020). “Impactos de la epidemia del coronavirus en el trabajo de las mujeres en el Perú”, p. 64. Recuperado de: https://www.grade.org.pe/wp-content/uploads/GRADEdi106.pdf
[6] GRADE (2020). Op. cit.
[7] Comisión Interamericana de Mujeres. Op. Cit.
[8] “El UNFPA y sus asociados calculan que ese período de seis meses de considerables trastornos en los servicios de salud podría dar lugar a que 47 millones de mujeres en países de ingresos bajos y medianos se quedarán sin anticonceptivos, lo que provocaría 7 millones de embarazos no deseados adicionales”. En: UNFPA. Frenar la COVID-19: proteger la salud y los derechos de las mujeres y las niñas. Recuperado de: https://www.unfpa.org/es/news/frenar-la-covid-19-proteger-la-salud-y-los-derechos-de-las-mujeres-y-las-ni%C3%B1as
[9] Las mujeres y niñas con discapacidad sufren violencia por parte de sus parejas y familiares al menos dos o tres veces más que otras mujeres, y el confinamiento domiciliario y otros momentos de obligatoriedad o aislamiento recomendado, hace que las mujeres tengan menos posibilidades de escapar de la violencia, sobre todo si no pueden contar con sus apoyos habituales. En: La violencia contra las mujeres con discapacidad en tiempos de COVID-19 y experiencias grupales de sororidad online. Recuperado de: https://www.cedd.net/redis/index.php/redis/article/view/715/408
[10] Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-55086718
[11] Recordemos los cuentos infantiles en donde se suele rivalizar a las mujeres por un príncipe/hombre, lo que a su vez se relaciona con los ideales de belleza inalcanzables.
[12] Acuñado por la escritora feminista norteamericana Kate Millet, autora de Política Sexual, en la década del 70.
[13] Recuperado de: http://www.humanas.cl/que-entendemos-por-sororidad/
[14] Es preciso señalar que reconocemos que hay casos en que el entendimiento de situaciones de mujeres que enfrentan una discriminación diferente por pertenecer a grupos que enfrentan otras opresiones – como la de clase, interculturalidad o discapacidad – no es posible, pues las experiencias de vida y de la propia discriminación son muy diferenciadas. Pero apostamos por una aproximación que parta del reconocimiento de los privilegios.
[15] Además, el uso de las TIC ha aumentado el acceso coadyuvando al ejercicio de los derechos. Por ejemplo, su uso ha sido una herramienta de accesibilidad para las mujeres con discapacidad en el consumo de información.
[16] CABALLERO, Gerardo. “Usos de las redes sociales digitales para la acción colectiva: el caso de Ni Una Menos”. En Anthropologica. Año XXXVII, N° 42, 2019, p. 126.
[17] Recuperado de: https://www.facebook.com/PeruNiUnaMenos/photos/962719653840975
[18] CABALLERO, Gerardo. Óp. Cit. 121.
[19] Ibídem. 127.
[20] NEI. Cuadro 7.1. PERÚ: Mujeres y hombres que usan Internet, según ámbito geográfico. 2019. Recuperado de: http://m.inei.gob.pe/estadisticas/indice-tematico/brechas-de-genero-7913/
[21] Según el Comité CEDAW, en el caso de las mujeres y niñas en zonas rurales, los factores que obstaculizan su acceso a las TIC son “la pobreza, el aislamiento geográfico, las barreras lingüísticas, la falta de conocimientos informáticos y los estereotipos de género discriminatorios”.
ONU. CEDAW. Recomendación general núm. 34 (2016) sobre los derechos de las mujeres rurales. CEDAW/C/GC/34. 7 de marzo de 2016, párr. 7.
[22] En otros países, mujeres adultas mayores han señalado que se sienten excluidas de la actual sororidad, debido a que esta se crea en redes sociales como Facebook y Twitter, a las que no tienen acceso por motivos generacionales.
NAVARRO, Ceclina, MARTÍNEZ-GARCÍA, Luisa; y VIALÁS FERNÁNDEZ, Simón. “Usos y valoración de Facebook como herramienta para la lucha contra la violencia de género en México”. En Teknokultura. Número 15(2), Año 2018, p. 289.
[23] bídem. p. 297.
[24] Ibíd.
[25] Banco Mundial (2019) Lo bueno, lo malo y la intersección de la violencia de género y la tecnología. Recuperado de: https://blogs.worldbank.org/es/voices/lo-bueno-lo-malo-y-la-interseccion-de-la-violencia-de-genero-y-la-tecnologia
[26] Ejemplo de ello es la campaña No Estás Sola, como un esfuerzo conjunto del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y diferentes empresas del sector privado. Recuperado de: https://www.gob.pe/institucion/mimp/noticias/151176-no-estas-sola-mas-de-300-establecimientos-se-unen-para-erradicar-la-violencia-contra-las-mujeres-y-promover-la-igualdad
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