Como en el versionado de software, donde se asigna un número o nombre al desarrollo de una nueva versión, al nacionalismo -representado por Ollanta Humala- lo tildan ahora de «moderado», «demócrata» y «conservador», negando con ello el peligro que dicha candidatura representa para la democracia y el actual modelo económico.

En el 2006 publicamos un ensayo donde concluíamos lo siguiente: que ese nacionalismo no era más que la nueva etiqueta del socialismo que nos gobernó hasta 1990; que dicho nacionalismo provocaría la misma involución económica y social de los setenta y ochenta; y, finalmente, que deberíamos combatir dicho flagelo defendiendo los principios de libertad y democracia que tanto han ayudado a los más necesitados.

Pues bien, eso fue hace un quinquenio, cuando Humala se ponía polos rojos, levantaba puños, abrazaba al jefecito en Caracas y sus asesores ladraban contra el «neoliberalismo». Hoy, encamisado y encorbatado, visitas al Nobel y al Cardenal de por medio, un discurso más apagado y los asesores bien escondidos, se nos dice que el candidato «ha cambiado», que «no significa una amenaza para el sistema» y que los peruanos «no tienen por qué temer».

Dos muestras probatorias frente a ello: la primera es la gente que lo rodea. En un personaje con tanta ambición y sed de poder, la plasticidad retórica es un recurso político, y los únicos referentes reales terminan siendo las variables proxys o colaterales. Javier Diez Canseco, Félix Jiménez, Carlos Tapia, Manuel Dammert y otros (muchos) conspicuos representantes del marxismo-leninismo dan fe de la postura comunista y revolucionaría, aquella que de llegar al poder provocará cambios de magnitudes inesperadas. Ese grupo tiene sangre en el ojo y va a ordenar la casa a su manera, nos guste o no.

Luego están las pruebas de parte; léase el plan de gobierno. Para ellos, el sistema vigente es uno «neoliberal y cleptopatrimonialista» (pág. 31), razón por la cual «es imperativa y urgente su transformación radical». Sólo de una visión tan falsa e ideologizada (leer con detenimiento pág. 10-23) se entienden propuestas tales como: intervenir masivamente en la economía (pág. 132); limitar la libertad de expresión (pág. 57); estatizar actividades económicas (pág. 85); revisar todos los acuerdos -TLC incluidos- asumidos por el Estado (pág. 126); sinsentidos económicos diversos -compra de toda la coca por Enaco, por ejemplo- (pág. 127) y, por supuesto, la conformación de una nueva Constitución (pág. 19), tal como en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.

Estamos advertidos. Los venezolanos vieron en el golpista Chávez un símbolo de cambio moderado en 1998; con Ollanta veremos cambios igualmente, sin dudas. El problema es el fracaso inexorable del mismo.