Vallejo y lo constituyente

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Por Juan Carlos Jara Castro, estudiante de Noveno Ciclo de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú y asistente de docencia en el curso de Derechos Fundamentales e Interpretación Constitucional y asociado ordinario de THEMIS.

“La página en blanco no tiene otra sustancia que su propia forma, y esa forma es la del vacío a poblar, la del sueño a construir”
“Mañana esotro día, alguna
vez hallaría para el hilafalto poder 
entrada eternal”
“La pobreza es un mal, un estado escandaloso”

 

Todo proceso constituyente es un acto creativo, en tanto implica la constitución de un nuevo orden jurídico, político y social. Pero, a la vez, todo proceso constituyente cumple una función deconstituyente, en tanto no se concibe la idea de un cambio de Constitución —esto es, la transición de una Constitución a otra— sin que ello no implique primero el rompimiento con una Constitución anterior, que será dejada atrás.

Así las cosas, podemos decir que lo constituyente está conformado grosso modo por dos momentos (i) un momento destituyente, que, como vimos, supone romper con el orden constitucional establecido y (ii) un momento utópico constituyente, que supone erigir sobre lo destituido un nuevo proyecto constitucional, que se materializará finalmente en la llamada nueva Constitución[1].

I

La poesía de Vallejo es eminentemente constituyente. Pues, no solo denuncia una realidad condenable; sino que, a través del discurso poético, la interpela y anuncia la posibilidad del cambio. Vallejo, entonces, se vale de la palabra poética para proclamar una aspiración, una exigencia aún muda, pero compartida, y que puede traducirse en una exigencia política. A continuación nos aproximaremos brevemente a ello, a través de uno de los grandes temas en Vallejo: la desigualdad económica.

II

En la poesía de Vallejo, la pobreza (que el poeta conoció personalmente) supera cualquier estadística o estudio social, pues se representa como algo que excede lo comunicable a través del número o la palabra:

Por entre mis propios dientes salgo humeando,

Dando voces, pujando,

Bajándome los pantalones…

Váca mi estómago, váca mi yeyuno,

La miseria me saca por entre mis propios dientes

Cogido con un palito por el puño de la camisa

(“La rueda del hambriento”)

Aquí Vallejo representa a un sujeto tan minúsculo y reducido que es capaz de salir por entre sus propios dientes, tan flaco y marchito que puede ser cogido con un palito por el puño de la camisa (Vich, 2021, p. 84). Pero a renglón final, vemos también como esa condición es trágicamente naturalizada por los suyos, cuando el mendicante suplica una ayuda mínima que nadie le da:

Un pedazo de pan ¿tampoco habrá ahora para mí?

Ya no he de ser lo que siempre he de ser,

pero dadme

una piedra en qué sentarme,

pero dadme,

por favor, un pedazo de pan en que sentarme,

pero dadme

en español

algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse,

y después me iré…

Hallo una extraña forma, está muy rota

y sucia mi camisa

y ya no tengo nada, esto es horrendo. 

(“La rueda del hambriento”)

La pobreza en Vallejo es un fenómeno que se entiende siempre en relación con el otro: es la corrupción de lo humano, pues no solo se enfoca en la miseria de quien la vive, sino también en quienes dejan al desfavorecido a su suerte. En efecto, en este poema quizás la presencia más fuerte sea -contradictoriamente- la del ausente: aquel otro que se niega a contestar al suplicante, y que lo deja en su miseria. Finalmente, la denuncia es sencilla y cruda: esto es horrendo.

Vallejo, sin embargo, no representa esa miseria con pasividad; sino que la lleva a anunciar un cambio: 

Necesitas comer, pero, me digo,

no tengas pena, que no es de pobres

la pena, el sollozar junto a su tumba;

remiéndate, recuerda

confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista

a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato

Ya va a venir el día, ponte el alma. 

(“Los desgraciados”)

Como ha resaltado Víctor Vich, uno de los ejes centrales en la poesía de Vallejo es el anuncio del “acontecimiento”. Es decir, una experiencia de verdad que ha interrumpido el mundo y que puede comenzar a transformarlo (Vich, 2021, p. 113). Vallejo da testimonio de una realidad, la desnuda, y proclama que es posible un cambio.

Es en estos episodios en que encontramos mucho más robustecido el discurso constituyente de Vallejo, de anunciar lo nuevo, siempre en contraste con una realidad condenable. Entonces es posible imaginar otra verdad; y, rompiendo con los escenarios descritos en anteriores poemas, Vallejo visibiliza al olvidado, al insignificante y lo pone al centro:

¡Este es, trabajadores, aquel

que en la lobra sudaba para fuera,

que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada!

Fundidor del cañón, que sabe cuántas zarpas son acero,

Tejedor que conoce los hilos positivos de sus venas

Albañil de pirámides

constructor de descensos por columnas

serenas, por fracasos triunfales,

parado individual entre treinta millones de parados,

andante en multitud,

¡qué salto el retratado en su talón

y qué humo el de su boca ayuna, y cómo

su talle incide, canto a canto, en su herramienta atroz, parada,

y qué idea pie dolorosa válvula en su pómulo!

(“Parado en una piedra”) 

El llamado, sin embargo, es mucho más profundo en la realidad cruda, precaria que ve Vallejo, una sociedad enferma de la cultura del mercado, cada vez más impersonal e individual “rodeada de gente, sola, suelta” (“París, octubre 1936”). El cambio que propone Vallejo, entonces, está vinculado a principios sociales, a la formación política de una comunidad nacional:

Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,

de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,

y me viene de lejos un querer

demostrativo, otro a querer amar, de grado o fuerza,

al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito

a la que llora por el que lloraba,

al rey del vino, al esclavo del agua,

al que ocultóse en su ira,

al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.

Y quiero, por lo tanto, acomodarle

al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;

su luz, al grande; su grandeza, al chico.

Quiero planchar directamente un pañuelo al que no puede llorar

y, cuando estoy triste o me duele la dicha,

remendar a los niños y a los genios.

(“Me viene, hay días, una gana ubérrima…”)

Aquí el poeta exalta un sentimiento de comunidad, de comulgar con el otro aun en sus diferencias o excesos, y lo transforma en una impronta política: una gana uberríma, política de querer. Algo que el Tribunal Constitucional intentara graficar como principio de la solidaridad, que “implica la creación de un nexo ético y común para las personas adscritas a un entorno social” (4232-2004 AA/TC, FJ 13) está mucho más claramente representado -en espíritu- por el discurso poético: Vallejo, finalmente, nos anima a estar con el desfavorecido “oyéndolo, sintiéndolo, en plural, humanamente” (“Parado en una piedra”).

Vallejo, en el consolidado de su discurso, es un poeta que anuncia el cambio y, con una voz vigorosa y profética, lo celebra, generando horizontes utópicos que más tarde alimentaran los nuevos emprendimientos políticos:

¡Se amarán todos los hombres

y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes

y beberán en nombre

de vuestras gargantas infaustas!

Descansarán andando al pie de esta carrera,

sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos

serán y al son

de vuestro atroz retorno, florecido, innato,

ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!

¡Unos mismos zapatos irán bien al que asciende

sin vías a su cuerpo

y al que baja hasta la forma de su alma!

¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!

¡Verán, ya de regreso, los ciegos y palpitando escucharán los sordos!

¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!

¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!

¡Sólo la muerte morirá!

(“Himno a los voluntarios de la república”)

Epílogo

Las reflexiones de este texto intentan visibilizar, aunque sea puntualmente[2], la presencia de un discurso constituyente en la poesía de Vallejo. Pero, en un plano mayor, intentan demostrar la importancia que tiene las literaturas para generar narraciones que alimenten la discusión constituyente.

En efecto, la literatura no solo funge como un catalizador que capta las corrientes espirituales del momento para plasmarlas en un texto (Häberle, 2015); sino que, por su naturaleza, es capaz de transformar esas realidades en nuevos horizontes, aspirar un cambio y hacernos entender que siempre hay alternativas a esto que tenemos[3].

Así, en su poesía, Vallejo resulta un poeta naturalmente constituyente, pues recita al oprimido y lo invita a repensar un nuevo orden, a transformar la realidad:

Hasta cuándo estaremos esperando lo que

no se nos debe…

Y en qué recodo estiraremos

nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo

la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones

por haber padecido!…

Ya nos hemos sentado

mucho a la mesa, con la amargura de un niño

que a media noche, llora de hambre, desvelado…

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde

de una mañana eterna, desayunados todos!

Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde

yo nunca dije que me trajeran.

De codos

todo bañado en llanto, repito cabizbajo

y vencido: hasta cuándo la cena durará.

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,

y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara

de amarga esencia humana, la tumba…

Y menos sabe/ ese oscuro hasta cuándo la cena durará!

(“La cena miserable”)


Dedicado a mi abuelito Cosme.

Este artículo está inspirado casi en su totalidad en la lectura de “Vallejo, un poeta del acontecimiento” (2021) de Víctor Vich.


BIBLIOGRAFÍA:

Häberle, P. (2015). Poesía y Constitución. Centro de Estudios Constitucionales del Tribunal Constitucional del Perú. Recuperado a partir de: https://www.tc.gob.pe/wp content/uploads/2018/10/poesia_y_derecho-1.pdf

Landa, C. (2007). Tribunal Constitucional y Estado Democrático. Primera Edición. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Vich V. (2021). César Vallejo. Un poeta del acontecimiento. Primera Edición. Fondo Editorial Horizonte.

[1] Siguiendo a Landa (2007), consideramos que las utopías constitucionales son utopías realizables relativamente. Ello en la medida que pueden ser implementadas en un orden social concreto, aunque sin ser realizables absolutamente, en tanto expresión falsa o ideológica del orden social presente.

En otras palabras, estas utopías existen en tanto son proyectos constitucionales inspirados en la realidad de un Estado nación, pero al mismo tiempo, son metas aún no realizadas que deberán construirse progresivamente en la praxis constitucional de dicho Estado.

[2]  Si bien este texto se centró en la desigualdad económica, hay muchas otras realidades que nos pueden llamar a repensar nuestro estado como nación y/o proponer un cambio: la corruptela, el racismo, el machismo, etc.

[3]  Mario Goloboff (1982) habla de la “página en blanco” como una metáfora de la literatura. Pues, está en la propia naturaleza literaria, la condición de ser todo-en-potencia. La hoja en blanco, que más tarde será literatura, puede ser cualquier cosa, pues la palabra literaria tiene la bondad de ser siempre posible, sin restricción. Como dice Goloboff en el epígrafe que introduce este texto: “La página en blanco no tiene otra sustancia que su propia forma, y esa forma es la del vacío a poblar, la del sueño a construir”