Por Diego Pomareda Muñoz, abogado constitucionalista y profesor PUCP
La idiotes, que para los griegos significaba el alejamiento de los asuntos públicos, es una conducta generalizada en nuestro país. A pesar de esto, se busca que la actual crisis política, que es una consecuencia de nuestro modelo fallido de sociedad, pueda ser superada mediante la participación ciudadana; sin embargo, esta salida resulta incierta si comprendemos las razones de la indiferencia, del desinterés y del aburrimiento de los ciudadanos respecto de la política:
La insatisfacción: la corrupción generalizada en el sistema político, la impunidad a partir de las relaciones de poder, el pésimo ejemplo de las autoridades y el populismo que instrumentaliza y defrauda a la ciudadanía genera que exista una ignorancia premeditada sobre la política; es decir, los peruanos eligen no conocer sobre la cosa pública por la repulsión que esta genera y si lo hacen es usualmente tan solo para proteger sus intereses, bienes o el statu quo.
La desconfianza: los peruanos cada vez confían menos en que un grupo de representantes puedan solucionar sus problemas cotidianos. La política se percibe como ineficiente, que funciona para ciertos intereses organizados y, en definitiva, termina siendo concebida como una actividad clientelar, sospechosa y que no aporta nada. Esto genera un rechazo hacia la administración estatal y pone en cuestionamiento la relevancia de lo público en la vida de los peruanos.
La inaccesibilidad: para superar las altísimas barreras legales que permita la participación constante en asuntos políticos se requiere mucha información tiempo y recursos, lo cual excluye a un significativo grupo de peruanos (más aún si no se utilizan medios digitales). Además, de cumplir con las exigencias, la posibilidad real de influir en las decisiones públicas resulta muy escasa. Por esto la ciudadanía piensa que sus acciones terminan siendo una pérdida de tiempo.
Por tanto, la insatisfacción, la inaccesibilidad y la desconfianza en la política da todas las condiciones para que los peruanos no se interesen en los asuntos públicos y para que tengamos una ciudadanía adormecida (con ciertos destellos) la cual resulta insuficiente para encaminar una salida a la crisis política y social en la que nos encontramos. Por eso Gargarella alerta que “nadie va a una fiesta para que no le inviten pastel”; es decir, la apatía es un acto racional en tanto la voz y participación ciudadana termina siendo inocua y no constitutiva de las decisiones fundamentales del país.
En tal sentido, esperanzarnos en demócratas desalentados e insatisfechos resulta optimista, pero inverosímil. Sin embargo, identificar este descontento generalizado es un punto de partida para que los políticos comprometidos puedan apelar a una reforma para lograr nuevas reglas y, a partir de la sintonía con la ciudadanía resiliente, se ponga en marcha una accesible y necesaria democracia participativa que debe venir acompañada de reformas de la Constitución y de un espíritu deliberativo.
Lo dicho supone que recuperemos la credibilidad en nuestras instituciones públicas con personas y políticos competentes al servicio de los peruanos, con lo cual podremos superar la insatisfacción y la desconfianza, pero a su vez requerimos de los medios digitales con implicancias prácticas para que la política esté al alcance de todos y de esta forma dejemos la idiotes política que se ha institucionalizado en el Perú.