Por: Frank García Ascencios, docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima; y magíster en Derecho Empresarial por la misma universidad, en Seguros y Gerencia de Riesgos por la Universidad Pontificia de Salamanca (España), y en Derecho y especialización en Negocios y Derecho Comercial por la Universidad de Hawaii at Manoa (USA)*
El 2019 no es un año ordinario para Japón, pues Naruhito ha sido coronado como su nuevo Emperador. Naruhito asume el cargo luego de la abdicación de su padre, Akihito, uno de los emperadores más queridos de los últimos años. Cabe recordar que Akihito accede al trono luego del fallecimiento de Hirohito, emperador en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, donde luego de la derrota a manos del ejército aliado, el régimen real japonés sería cuestionado, e incluso casi suprimido.
La conclusión de la Segunda Guerra Mundial provoca un análisis detallado sobre el sistema real japonés, donde llega a cuestionarse las facultades omnipotentes de la figura del Emperador. Este poder absoluto que, a la luz de países democráticos, como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, entre otros, no era comprensible. Ello, en tanto las monarquías concluyeron mayoritariamente en el siglo XVIII en Europa y, si aún persistían en algunos estados, éstas fueron autoridades reales controladas por un Parlamento elegido por voluntad popular.
De manera que Japón, un país derrotado para el año 1945, luego de su mayor catástrofe en la Segunda Guerra Mundial, estuvo a espaldas de lo que se conoce como el mundo moderno, del respeto internacional a las democracias y de la idea de que el poder del soberano radicaba en la voluntad del pueblo. Japón era otro, un sistema tradicional, que tenía a su Emperador como una figura sagrada y absoluta.
La derogada Constitución del imperio de Japón, Meiji Constitution, fue aprobada en 1890 y tuvo vigencia hasta 1947. En otras palabras, concluida la guerra existe un cambio de Constitución.
La Meiji Constitution regulaba en su artículo primero que “El Imperio de Japón será reinado y gobernado por una línea de emperadores ininterrumpidos por siglos eternos”. El artículo tercero decía «El Emperador es sagrado e inviolable«. Asimismo, el artículo cuarto expresaba que «El Emperador es la cabeza del Imperio, combina en sí mismo los derechos de soberanía y los ejerce, de acuerdo con las disposiciones de la presente Constitución«.
La Meiji Constitution dio un retrato constitucional a Japón, pero la realidad reflejaba al Emperador como la cabeza del imperio en su reconocida divinidad.
Concluida la Segunda Guerra Mundial y con la ocupación de las fuerzas aliadas del territorio nipón, la figura del Emperador continuaba siendo enigmática. El pueblo japonés ofrecía su vida por él. Sin duda, la imagen más importante del sistema, por lo que, a pesar de ser un país derrotado y ocupado, el Emperador conservó el resguardo y protección de sus súbditos. Cómo no serlo, si es el símbolo de Japón y una figura que representa el nacimiento de la nación.
Es recordada la reunión con el general americano Douglas A. MacArthur, líder de las fuerzas aliadas, donde producto de la visión occidental, llega a tomarse una foto del general con el Emperador Hirohito. Esa foto es uno de sus primeros retratos públicos, debido a que, como símbolo de Japón, su figura no era mundana ni pública, sino divina.
Esta reunión entre MacArthur e Hirohito marca un antes y un después en la historia de la familia imperial, debido a que en ese momento hubo una posición para enviarlo a juicio, debido al ataque a Pearl Harbor. La cercanía que tuvo el Emperador con Estados Unidos fue fundamental para su supervivencia hasta nuestros días.
Hirohito no fue sancionado, debido a que no se le halló responsabilidad alguna en crímenes de guerra. Por lo tanto, se conservó la figura real y, en consecuencias, Estados Unidos y los aliados desocuparon Japón. Sin embargo, a cambio de lo anterior, el pueblo nipón tuvo que aprobar una nueva Constitución, donde, entre otros, se relativizó el poder del Emperador, se reconoce la protección de derechos humanos, se establece una división de los poderes del Estado y se impone la renuncia a la guerra.
La nueva Constitución de Japón fue aprobada el 3 de noviembre de 1946 y entra en vigencia el 3 de mayo de 1947. El artículo primero regula «El Emperador será el símbolo del Estado y de la unidad del Pueblo, derivando su posición de la voluntad del pueblo en quien reside el poder soberano«. El texto legal indica por primera vez que su poder deriva del pueblo, quien es el soberano.
El artículo cuarto dice «El Emperador realizará solo los actos en materia de estado que se estipulan en esta Constitución y no tendrá poderes relacionados con el gobierno (…)». La norma ratifica que el Emperador no tiene poder para gobernar, siendo su poder, de esta manera, uno limitado a actos de protocolo.
El cambio en los poderes del Emperador es producto de una exigencia de los aliados en la nueva Constitución de la posguerra. Se impone el ideal de democracia y no el poder divino imperial: una noción nueva para Japón hace setenta años.
Producto de esta Constitución, en los tiempos modernos, el Primer Ministro es el jefe de gobierno de Japón, mientras que el Emperador es la imagen del Estado y de la unidad del pueblo, pero su poder es protocolar y dentro del respeto a la Constitución.
El cambio en el rol del imperio ha obligado a que quien ocupe su lugar tenga que ser un personaje carismático y cercano al pueblo, con el objeto de que esta institución no sea cuestionada.
Hoy en día se observa un pueblo japonés que respeta a su Emperador, producto de su cultura tradicional. Sin embargo, el Emperador Naruhito debe estar preparado para afrontar los cambios de este mundo, pero guardando sintonía con la cultura japonesa.
En estos tiempos modernos, él es el símbolo de la prudencia y poder de la sociedad japonesa. ¡Banzai al Emperador!
Bibliografía
DOWER, John, Ways of forgetting, ways of remembering. Japan in the Modern World, The New Press (2012).
DOWER, John, Embracing defeat. Japan in the wake of the World War II, Norton Paperback (2000).
HALLEY, John, Authority without Power. Law and the Japanese Paradox, Oxford University Press. (1991)
** El texto es un resumen de la investigación realizada por el autor en la Universidad de Hawaii at Manoa.
Fuente de la imagen: XLSemanal