Por Nicole Isabel Vera Trujillo, estudiante de la Facultad de Derecho PUCP. Practicante Preprofesional en el Área Procesal Laboral del Estudio Philippi Prietocarrizosa Ferrero DU & Uría, e integrante de la comisión de Desarrollo Social de Themis, Khuska.
Históricamente y una tendencia que se mantiene hasta la actualidad, es el estereotipo referido a que en un hogar, la encargada de la crianza de los hijos y labores domésticas es la mujer. Dicha creencia responde a una segregación entre lo público y privado, ya que, en la creencia se tiene que es el hombre quien debe trabajar dentro del espacio público y la mujer la encargada del hogar, quedando relegada al ámbito privado, y no permitiéndole acceder a un trabajo asalariado.
En esa línea, es con el paso de la mujer de lo privado a lo público que surge la Doble Jornada Laboral, puesto que si bien, con el paso de los años, hemos sido testigos de un gran avance en cuanto a su incorporación al mundo laboral y muchas más mujeres podían acceder a un trabajo asalariado; aun continuaban realizando las mismas tareas del hogar, sin una repartición equitativa de estas. De esa forma, las madres con empleos han tenido que asumir esa doble jornada laboral, teniendo que desplazarse de un lugar a otro, intensificando sus tiempos de trabajo e incluso, poniendo en riesgo tanto su salud física como psíquica.
División Sexual del Trabajo
Ahora bien, un aspecto importante a abordar cuando nos referimos a la doble jornada laboral de las mujeres, es la división sexual del trabajo; y en ese sentido, cómo es que se distribuye el trabajo reproductivo y productivo.
Por un lado, el trabajo reproductivo, comprende el conjunto de actividades de la esfera doméstica, y por tanto, de la esfera privada, destinadas al mantenimiento y organización del hogar. Sobre este tipo de trabajo, Mariana Gabrinetti comenta que:
“El trabajo reproductivo no remunerado es realizado sobre todo por mujeres en tanto esta distribución de tareas se encuentra atravesada por modelos sociales y dominantes que conforman a la masculinidad ligada al modelo de proveedor mientras que a las mujeres se les asignan –entre otras cuestiones-, las tareas de cuidado. La invisibilidad de la relevancia económica que tiene este trabajo influye en la perpetuación de las relaciones económicas y de poder que subyacen a las desigualdades de género.” [1]
Por su parte, el trabajo productivo, se desarrolla en el espacio público y es aquel que constituye el trabajo asalariado. Este está desempeñado en su mayoría por hombres, ya que muchas ocupaciones aún mantienen estereotipos que impiden que mujeres puedan acceder a determinados puestos de trabajo, especialmente aquellos de alta dirección.
En tal sentido, esta división sexual del trabajo se da mediante la distribución de roles entre el trabajo reproductivo y productivo, lo cual trae consigo consecuencias negativas para las mujeres dentro del ámbito laboral, toda vez que pese a la posibilidad de inserción femenina dentro del ámbito público, no existe una igualdad de condiciones que les permita desarrollarse competitivamente dentro del mundo laboral.
Dicha distribución que mantiene a las mujeres dentro de la esfera privada, ha traído consigo que, muchas veces, sean ellas mismas quienes privilegien lo doméstico, y por tanto dejen de lado el mundo privado, lo cual restringe lo afectivo, lo lúdico, lo dialógico. Las restricciones son producto que las mujeres al incorporarse en el mercado laboral no han pactado una corresponsabilidad doméstica con sus cónyuges, en algunos casos solo han solicitado colaboración o ayuda.
En esa línea, vemos como esta generalidad impide a las mujeres poder construir su individualidad, ya que tal como Celia Amoros subraya: “en el espacio doméstico no se desarrolla precisamente la individualidad de la mujer, sino posibilidad del ejercicio de la libertad del varón, que es en el espacio público. Por lo tanto, el desarrollo del hombre en lo público puede realizarse en la medida que lo doméstico está garantizado por la mujer” [2].En otras palabras, podemos afirmar que el hombre se mantiene distante de la esfera doméstica, ya que esta ya está cubierta por la mujer, toda vez, que socio culturalmente tenemos que la división sexual del trabajo se ha distribuido generalmente posicionando a las mujeres dentro del trabajo reproductivo y a los hombres en el trabajo productivo.
De la mano con lo anterior, Laura Pautassi señala que:
“La desigual distribución de roles y los estereotipos de género ubican a los varones en el ámbito público y a las mujeres en el ámbito privado, fundamentalmente en el rol reproductor principalmente de cuidado. En este marco se refleja claramente la división entre ambos ámbitos producto del sistema capitalista y de lo que la economía global “necesita” para funcionar como tal. La forma de organización del cuidado tiene consecuencias directas en la distribución de ingresos, en la desigualdad de género entre hombres y mujeres y en el sostenimiento del sistema capitalista. Respecto a la división sexual del trabajo; la cultura, la historia, el patriarcado, las relaciones de poder, etc. han asignado a las mujeres el trabajo no remunerado, su menor participación en el mercado laboral, distribución desigual entre hombres y mujeres tanto de tareas como de tiempo abocadas a las mismas en el ámbito del hogar, etc” [3]
Dicha situación en torno a la distribución de roles, ha generado la denominada doble jornada laboral, lo cual conlleva a que las mujeres sean las principales responsables de dedicar en promedio más tiempo que el hombre en actividades domésticas y en otros casos también en actividades laborales. Del mismo modo,esta división sexual del trabajo ha conllevado a situaciones de desigualdad, lo que ha su vez ha traído consigo discrminiación hacia las mujeres tanto en la esfera privada, al no ser el trabajo doméstico valorado y en la esfera pública, dentro del ámbito laboral.
Bienestar, Trabajo y doble jornada laboral
Como hemos señalado anteriormente, si bien, cada vez vemos una mayor inserción de la mujer dentro del ámbito laboral, aún podemos ver cómo las mujeres siguen siendo las principales encargadas de las tareas y actividades en el ámbito doméstico, lo cual, hace que se encarguen de ambos espacios: el público y el privado, ya que aún no existe una distribución equitativa de las labores del hogar ni una valoración a este trabajo.
Como menciona, Lucia Saavedra: “el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado trae como consecuencia beneficios directos para las personas que lo reciben, no siendo así para las personas que lo proveen debido a que implica determinados costos tales como limitaciones, esfuerzos extraordinarios, inversión de tiempo y energía, entre otros” [4]. En tal sentido, independientemente de que muchas mujeres tengan jornadas laborales remuneradas, el trabajo doméstico sigue siendo parte de su responsabilidad, lo cual hace que dicho esfuerzo, inversión de tiempo, energía, entre otros, se acreciente, y por tanto sea la mujer quien se vea más afectada a nivel de su salud.
Según datos del INEI, la mujer peruana, en promedio, trabaja más de 75 horas a la semana, es decir, 9 horas 15 minutos más que los hombres. De ellas, el trabajo remunerado es de 36 horas con 2 minutos, y el resto, 39 horas con 28 minutos es trabajo doméstico no remunerado. Asimismo, las 75 horas puede subir a 105 horas con 4 minutos si en el hogar debe atender a niños menores de 6 años. [5] De los datos obtenidos por el INEI podemos evidenciar como la mujer labora más horas al día, lo cual trae consigo consecuencias en su salud y bienestar.
Este exceso de tareas y actividades que realizan muchas mujeres en su día a día trae consigo un detrimento a su salud originado por el constante cansancio, sumado a las pocas horas de sueño y agotamiento físico. “El estrés laboral en mujeres posee una característica particular, a la cual se le ha denominado la doble presencia, debido al “doble rol que juegan las mujeres como amas de casa y trabajadoras, producido por el hecho de la masiva incorporación de estas al campo laboral […] esta situación no se produce en forma consciente en la mujer” (Balbo, 1978, p. 3) “ [6]. Es así como la carga laboral tanto en el ámbito privado como público resulta perjudicial para la salud de las mujeres, y por tanto en su calidad de vida ya que se mantienen en un constante desgaste físico y emocional.
De la mano con ello, la doble jornada laboral tiene repercusiones en el bienestar de las mujeres, toda vez que como mencionamos en el apartado anterior, la generalidad de considerar el rol de la mujer como el doméstico, ha ocasionado que muchas veces se vea afectada su autoestima y el autocuidado sobre ellas mismas, ya que las mujeres “enfrentan dos realidades, la necesidad de aportar ingresos para mejorar la vida familiar y el deseo de realizarse en sentido individual, en el ámbito de lo público, que es en donde se generan los reconocimiento sociales” [7].
Sobre ello, Lucia Saavedra realiza un estudio sobre la doble jornada laboral en las mujeres y su relación con el autocuidado de su salud, siendo una de sus conclusiones que las mujeres entrevistadas no poseen horas disponibles para dedicarse a actividades que propicien el autocuidado y desarrollo personal. Lo cual es denominado por Bonino Méndez como “trabajo emocional”:
“Es el llamado “trabajo emocional”, en el que las mujeres emplean el “poder del amor” produciendo y manteniendo el bienestar de los miembros de la familia, a través del seguimiento, el entendimiento, la ternura o el reaseguramiento. Proveer cuidados supone estar atentos a las necesidades de las demás personas para satisfacerlas y lograr brindarles bienestar y para ello la constante observación a la regla. Preparar una comida puede ser un ejemplo del primer término del par, pero hacerlo teniendo en cuenta los gustos, el cuidado de la salud de la otra persona, el hacer sentir bien atendiendo al modo de servir la comida, el crear un clima que permita una buena digestión, es un ejemplo del segundo y muestra todo lo que está en juego en este trabajo. Para hacerlo se requiere una disponibilidad tal, que disminuye enormemente la posibilidad de tener privacidad y guardar energía para el desarrollo del propio cuidado y crecimiento (Murillo, 1996)” [8]
De esa forma, evidenciamos como la doble jornada laboral, por el tiempo y esfuerzo que le implica a la mujer, le impide poder realizar otro tipo de actividades que favorezcan su bienestar y emplear tiempo para ellas mismas y el autocuidado de su salud. Del mismo modo “este se repercute en problemas derivados de esfuerzo excesivo, reducidas horas de descanso, y una clara relación con el estrés” [7]. Lo cual a nivel físico se manifiesta en sentimiento de angustia, depresión, dolores de cabeza, agotamiento generalizado, entre otros, debido a que “la doble jornada implica esfuerzos de larga duración, dificultades para controlar las actividades y culpa generado por no cumplir con las demandas de ambas jornadas, y estos afectan la salud física y psíquica de muchas mujeres” [7].
En esa línea, Nadia Musarella y Vilda Disacacciatti dentro de su estudio sobre la percepción de la salud en las mujeres y la doble jornada laboral, se tiene que “para llegar a un estado de bienestar y armonía,se deben completar tres esferas distintas: la física, la social y la psicológica” [9]. Sin embargo, muchas veces esas esferas se ven perjudicadas, toda vez que la doble jornada laboral les impide, muchas veces, tener el tiempo adecuado para cuidar de las mismas.
De esa forma, “la no paridad en el ámbito doméstico y su consecuente doble jornada laboral dificulta la realización de prácticas relacionadas al cuidado de sí, al empoderamiento, al desarrollo personal y a fomentar la autoestima” [8], ya que si bien, como hemos señalado anteriormente la doble jornada laboral también influye en la individualidad y por tanto la capacidad de decisión que les permita a las mujeres a realizar otras actividades relacionadas a sus propios intereses.
En conclusión, con lo expuesto anteriormente, hemos evidenciado como la doble jornada laboral trae consecuencias dentro del bienestar y calidad de vida de las mujeres, el cual también se desprende de la repartición inequitativa de las labores de las mujeres y la idea de que los hombres se deben desarrollar en el ámbito público y las mujeres en el privado.
En esa línea, es necesario deconstruir la idea de que las mujeres son las únicas responsables del trabajo doméstico y de cuidado, y concientizar sobre la distribución equitativa de las actividades del hogar y la asignación de roles igualitarios que permitan a la mujer poder desarrollarse en el ámbito laboral sin sufrir los estragos de la doble jornada laboral. Del mismo modo, sensibilizar sobre el valor del trabajo doméstico, ya que, muchas veces, este se ha visto invisibilizado y minimizado pese a ser de suma importancia en el desarrollo de las familias y de la economía.
Bibliografía:
[1] https://cdsa.aacademica.org/000-038/315.pdf
[2] https://www.redalyc.org/pdf/278/27800607.pdf
[4] https://www.aacademica.org/000-067/714.pdf
[5]https://m.inei.gob.pe/prensa/noticias/mujeres-trabajan-9-horas-semanales-mas-que-los-hombres-8291/
[6] https://hemeroteca.unad.edu.co/index.php/book/article/view/3324/3313
[7] http://servicio.bc.uc.edu.ve/multidisciplinarias/saldetrab/vol9n1/9-1-3.pdf
[8] https://www.uv.es/~dones/temasinteres/paridad.pdf
[9] https://www.evidencia.org/index.php/Evidencia/article/view/6868/4433