Por: Rodrigo Zaldívar

Estudiante de Derecho en la PUCP y miembro de la Asociación Civil THEMIS

Hace menos de un mes se hizo pública la intención de Instagram, la red social de “photo-sharing” recientemente adquirida por Facebook, de adjudicarse el derecho a vender las fotos de sus usuarios sin la necesidad de un pago o notificación alguna. Este cambio dramático de lo que alguna vez fue una red social “indie” y amigable con el usuario responde a la designación de nuevos dueños que buscaban la manera de incrementar sus ganancias. Dichos cambios publicados por el propio Instagram el 17 de diciembre iban a entrar en vigencia el 16 de enero siguiente.

Sin duda, los usuarios tenían motivo para molestarse. Por ejemplo, aquel que se va al Caribe y cuelga fotos de su lujoso hotel; ese hotel le puede pedir a Instagram que le licencie la foto para sus campañas de promoción. Justamente en el nuevo contrato se reemplaza la palabra “licencia limitada” con “transferible” y “sub-licenciable” lo cual le otorga legalmente ese poder a Instagram/Facebook. Además se hacía mención al cobro de dichas fotos sin la necesidad de compensar al usuario. Todo estaba perfectamente anotado en los términos. Los usuarios eran, por lo tanto, el ganado de Instagram. Es decir, producían la leche mientras el producto lo vendían los dueños y la plata le caía a ellos.

La decisión causó revuelo entre los usuarios, quienes lo denominaron como “la nota suicida de Instagram”. Incluso, amenazaron con cerrar sus cuentas para la fecha en que los cambios adquiriesen hechos cumplidos. Los competidores como Flickr y Picasa empezaron a ofrecerles a los usuarios un ambiente más amigable. Todo hacía pensar que la moda de Instagram sería pasajera, pues estaba a punto de llegar a su fin.

Sin embargo, tan solo un día después, Instagram se rectifica, haciendo un mea culpa y aduciendo que el lenguaje de los términos estaba mal, pues no tenían la intención de vender sus fotos sin el consentimiento de los usuarios. El escándalo les salió caro. Dicha rectificación fue también una vía de escape para Flickr tras ser adquirido por Yahoo hace ya varios años.

Este paso atrás para Instagram se debió justamente a la algarabía pública, tal como hace muy poco los Congresistas de la República decidieron dar un paso atrás con el bono de representación. La moraleja de esta historia no es, sin embargo, la presión pública para desafiar a las grandes compañías, si no la importancia de conocer lo que firmamos o acordamos al suscribirnos a cualquier servicio.

En ese sentido, el mismo Facebook tiene unos términos similares a los que Instagram planeaba utilizar. Si bien Facebook ha mantenido la propiedad de las fotos como el de los usuarios exclusivamente, este tiene definitivamente acceso a ellas. No obstante sus términos en materia del uso de la información son bien vagos y pueden llevar a distintas interpretaciones. Por ejemplo, que usará tu información “en relación con los servicios y las funciones que te ofrecemos a ti y a otros usuarios como tus amigos, nuestros socios, los anunciantes que compran anuncios en el sitio web y los desarrolladores que crean los juegos, las aplicaciones y los sitios web que utilizas”. Nunca se especifica que significa exactamente “en relación”, lo cual es oscuro, ya que además, solo muestra algunos ejemplos en los que lo puede utilizar, sin una división tajante que señale exactamente qué se hará y qué no. Además, las únicas formas en que Facebook usará la información de uno (incluyendo fotos) son: concedido el permiso del usuario, “te hayamos advertido (como informándote de ello en esta política)”, O (solo se tiene que cumplir una de las tres), “hayamos eliminado tu nombre” o cualquier otro dato identificable. Estos dos últimos puntos parecen ser lo que Instagram se refería con “el lenguaje de los términos estaba mal”. Basta con eliminar mi nombre, o tan solo lo notifique para poder hacer uso de su información, cumpliendo así un similar propósito al que Instagram aguardaba.

Lo previamente dicho se encuentra en los términos de Facebook a los que cualquier usuario puede acceder; incluso, no es muy largo. La razón por la que a Instagram le explotó en la cara fue definitivamente porque se hicieron públicos sus términos y los usuarios lo leyeron. Empero, también puede verse por el hecho de que Instagram no ostenta un monopolio en las redes sociales. La dependencia que crea Facebook en los usuarios es muchísimo mayor que en Instagram, por lo que los usuarios pueden conocer e indignarse con los términos, pero no tienen la fuerza para combatirlo. Asimismo, por supuesto, a muchos ciertamente puede no importarles los términos con tal de tener una cuenta de Facebook. Mientras Facebook continúe ostentando este dominio, podrá pasar inadvertidamente lo que quiera en sus términos hasta que las leyes internacionales lo permitan, o hasta que el público logre hacerlos dar un paso atrás.

Esto debe servir como lección para no ignorar los términos al suscribirnos a cualquier servicio. En Facebook por ejemplo, los términos los aceptamos al crearnos la cuenta y luego, tras el e-mail de confirmación donde justamente reafirmamos que leímos y aceptamos los términos. En este sentido, como cualquier contrato, estamos legalmente suscritos al servicio a cambio de lo que se acordó en dichas disposiciones (no leídos en este caso). No habrá justificación legal para luego quejarse por un servicio al que uno acordó plenamente con todo lo que los términos indicaban. El problema no es de las compañías, porque al fin y al cabo, ellos elijen los términos que quieran; son los usuarios los que irresponsablemente los aceptan. Si no lo aceptasen, la compañía se tendría que ver forzada a cambiarlos para que estos sean finalmente aceptados.