Entrevista a Robert P. George – Primera Parte | “No podemos tener verdad sin honestidad”

¿Honestidad y verdad en el "pensamiento crítico" actual? ¿Es el Derecho un instrumento dentro de la cultura de la cancelación? ¿Es vigente la razón según Platón en la actualidad?

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Entrevista a Robert P. George, McCormick Professor of Jurisprudence en Princeton University, donde dicta clases de filosofía del Derecho e interpretación constitucional. Daniel Masnjak, asociado extraordinario de THĒMIS, conversó con él sobre la cultura de la cancelación y los debates jurídico-morales de las sociedades contemporáneas.

DM: Recientemente usted ha hablado en contra de lo que se ha llamado “cultura de cancelación”. Ha dado varias entrevistas y escrito algunos textos, uno de ellos es un pronunciamiento con su gran amigo, el profesor Cornel West, donde resaltan la importancia de hablar con honestidad y valentía al expresar nuestro desacuerdo en tiempos de polarización política. ¿Por qué es importante recordar esos valores?

RG: Es importante porque hay otro valor al que sirven la honestidad y la valentía: el valor de la verdad. La verdad es un valor muy importante –uno que está siendo olvidado crecientemente. En estos días la gente, si cree en la verdad, suele verla solo como instrumentalmente valiosa: “necesitamos conocer la verdad sobre las cosas para poder obtener otras cosas que queremos”. Tenemos que recuperar la visión que nos ha sido dada por los grandes maestros de la humanidad, empezando por Platón: la verdad no es solo valiosa instrumentalmente, aunque tenga valor instrumental. Más fundamental e importantemente, la verdad es intrínsecamente valiosa. La verdad y la búsqueda de la verdad, son aspectos centrales de nuestro bienestar y florecimiento como seres humanos, como el tipo de criaturas que somos.

No podemos tener verdad sin honestidad. La deshonestidad es enemiga de la verdad. Socava la verdad a cada paso. Y en estos días, y en la mayoría de tiempos y lugares, necesitamos valentía si vamos a buscar la verdad, pues hay muchos intereses y deseos que compiten con ella. Siempre habrá gente buscando fines que son incompatibles con la verdad y, por tanto, estarán tentados y cederán a la tentación de intentar poner entre paréntesis o bloquear la verdad; estarán tentados a cerrar la investigación de la verdad o impedir que se diga la verdad.

Es por eso que el concepto de libertad de expresión –el derecho a la libertad de expresión– es tan importante. No lo es solo porque, en abstracto, es bueno que la gente hable; lo es porque necesitamos la libertad de expresión para conversar, para dialogar, para tener una discusión, para tener un debate, de modo que podamos acercarnos a la verdad, tener una aprehensión y entendimiento más completos de la verdad. Cuando Cornel West y yo decimos que hoy necesitamos honestidad y valentía urgentemente, lo hacemos porque compartimos la convicción de que la verdad es sumamente importante.

DM: También ha escrito sobre la importancia de distinguir entre la crítica justa y el bullying. ¿Podría explicar esta diferencia?

RG: Sí. Un bully es alguien que quiere usar el miedo para que te comportes de cierta manera, hables de cierta manera o incluso pienses de cierta manera. El bully practica la intimidación. La palabra “bullying”, al menos en inglés, es sinónimo de intimidación. El bully busca intimidar a alguien para que se comporte, hable o piense de determinada manera. No apela a la razón. No utiliza argumentos. El bully no negocia con la moneda propia del discurso intelectual, que consiste en razones, argumentos y evidencia. Simplemente quiere que pienses o hables a su manera –usando cualquier medio necesario.

Esto debe distinguirse del crítico. Un crítico quiere cambiar tu forma de pensar, pero no utiliza las tácticas de un bully para lograr ese objetivo. El crítico se apoya en y negocia con la moneda propia del discurso intelectual: aporta razones, da argumentos, reúne evidencia. De este modo, intenta persuadirte de que estás equivocado sobre algo y que debes cambiar tu punto de vista.

Al mismo tiempo, un verdadero crítico y cualquier interlocutor honesto reconocerá su propia falibilidad, reconociendo que él o ella puede estar equivocado y que tú puedes estar en lo cierto, o que la verdad puede estar en un punto medio. O que él puede tener parte de la verdad y no toda la verdad. O que su interlocutor puede tener también parte la verdad, sino toda ella. Por tanto, el crítico está abierto a las respuestas, a escuchar argumentos, al contraargumento. El crítico está tan dispuesto a ser retado como a retar. Está tan dispuesto a aprender como a enseñar.

Esto distingue dramáticamente al crítico del bully. El bully no tiene interés en aprender, no tiene apertura a los argumentos o a escuchar contraargumentos. No tiene disposición a ser retado. Simplemente quiere salirse con la suya y, en consecuencia, recurre a la intimidación, a infundir miedo para que las personas hagan lo que quiere o hablen de la forma que quiere, incluso que piensen y crean lo que él quiere que piensen y crean.

Creo que es una distinción muy importante. Debemos dar la bienvenida al crítico, reconociendo nuestra propia falibilidad. Debemos tratar al crítico no como un enemigo, sino como un amigo. Pero no debemos tolerar al bully o rendirnos ante él en modo alguno. Con el bully la respuesta es mantenerse firme, no dejarse intimidar. Lo que en inglés llamamos “stand-up to the bully”. El crítico, en cambio, debe ser atendido, escuchado atentamente, con una mente abierta, considerando la posibilidad de que esté en lo cierto, o esté parcialmente en lo cierto, o esté en lo cierto sobre algún aspecto del punto en discusión.

DM: La “cultura de la cancelación” tiene ramificaciones políticas muy profundas y es probable que, eventualmente, intente utilizar el Derecho contra quienes estén en su camino, si acaso no lo hace ya. ¿Cree que esto debe hacernos reflexionar sobre algunos viejos, aunque siempre abiertos, debates de la filosofía del Derecho? Por ejemplo: cómo se relaciona este con la moral, si debe usarse para promover ciertos valores y, si fuera el caso, qué valores y en qué medida. ¿Deberíamos volver a esas preguntas para encontrar respuestas para este tiempo?

RG: Las preguntas filosóficas apropiadas son preguntas perennes. Siempre están a la orden para preguntarse y explorarlas. Siempre es el momento adecuado. Nunca podemos decir: “Este no es un momento para la filosofía”. Siempre es el momento de la filosofía, de plantearse preguntas filosóficas apropiadas: las grandes cuestiones sobre significado y valor, sobre la verdad, la bondad y la belleza, la cuestión de Dios, la cuestión de la naturaleza de la libertad y la racionalidad. Estas son preguntas muy importantes.

A pesar de ello, podemos decir que esas preguntas son particularmente oportunas ahora porque el concepto de verdad ha sido puesto en duda y por el bullying, la intimidación, la cultura de la cancelación. El uso del Derecho como arma del bully es la cultura de la cancelación: es usar la cultura y sus instituciones, usar el Derecho y sus instituciones, para intimidar a la gente. No para persuadirlos, no para dar argumentos, sino para intimidarlos. Entonces, sí, este es un buen momento para reflexionar sobre algunas cuestiones filosóficas fundamentales, especialmente aquellas de la filosofía del Derecho y campos afines, como la filosofía moral y política.

He estado pensando mucho en el concepto de la libertad de expresión y de otras libertades civiles básicas: la libertad religiosa, la libertad de difundir información, a veces llamada libertad de prensa, libertad de reunión, el derecho de organizarse para perseguir objetivos comunes. Creo que son preguntas importantes, pero la base de todo, realmente, está en la cuestión de la verdad. Tenemos que vencer la tentación de instrumentalizar la verdad o de instrumentalizar la razón, de pensar en la razón meramente como una herramienta para conseguir lo que deseamos, cuando nuestros deseos no están comprendidos en nuestras facultades racionales, sino que pueden ser incluso simplemente deseos y sentimientos.

A los historiadores les gusta dividir los períodos de tiempo, las épocas, en “la era de esto” y “la era de aquello”. A veces dicen que el período medieval fue “la era de la fe”. Esta es, por supuesto, una simplificación, pero hay algo de cierto: en el período medieval, la fe se consideraba la piedra de toque de la verdad, la bondad y la justicia. Digo que es una simplificación porque no es cierto en cuanto sugiera que no fue también una era de la razón. En la Edad Media hubo grandes logros del intelecto humano en todas las grandes tradiciones de fe. Por ejemplo, tienes los grandes desarrollos filosóficos de pensadores musulmanes, pensadores judíos, así como los pensadores cristianos. Hay algo de verdad, aunque sobre simplificada, en la noción del período medieval como “la era de la fe”.

Los historiadores entonces dicen que el período de la Ilustración es “la era de la razón”, donde la razón, la racionalidad, a veces llamada ciencia, es la piedra de toque de la verdad y la rectitud, la bondad, la justicia. Nuevamente, esta es una sobre simplificación. En tanto sugiera que el período de la Ilustración no fue también una era de la fe, está equivocada. Muchos de los más grandes pensadores de la Ilustración, racionalistas como a veces se les llama, fueron también personas de fe: cristianos, judíos, musulmanes. Aunque también hay algo de cierto en ello: el estatus de la razón fue elevado durante la Ilustración.

Ahora, si llamamos al período medieval “la era de la fe” y a la Ilustración “la era de la razón”, ¿cómo llamamos a nuestro propio período? ¿Cómo llamar a nuestra propia época? ¿Cómo la caracterizamos? Me temo que podríamos caracterizarlo con precisión como “la era del sentimiento”, –la era de la emoción– donde, en lugar de que la fe o la razón, o la fe y la razón, sean la piedra de toque de la bondad y el valor, de la rectitud y la justicia, son el sentimiento, la emoción, el deseo, la pasión, los que se convierten en la piedra de toque. Y en la medida que adoptemos esa idea del sentimiento como lo fundamental, perderemos el concepto de verdad, porque la verdad es objetiva, mientras el sentimiento es subjetivo.

Si en efecto existe, como yo creo, algo como la verdad, tiene que ser una realidad objetiva, que trascienda las impresiones o sentimientos subjetivos de cualquier individuo o grupo. Los sentimientos, como he dicho, son subjetivos. Las pasiones, las emociones, son subjetivas. No nos dicen nada sobre lo verdadero y falso. Ahora bien, esto no significa que debemos eliminar los sentimientos. No propongo una forma radical de budismo o estoicismo, donde el objetivo de la vida humana bien vivida sería erradicar la emoción o la pasión. Más bien, debemos a volver a la visión de Platón, incorporada en las grandes tradiciones del monoteísmo. La visión de Platón es que en el alma rectamente ordenada, el sentimiento, la emoción y la pasión están ahí, pero en un rol subordinado. Subordinado a y bajo la dirección de la razón.

La pasión, el sentimiento, puede ser algo maravilloso para motivar a las personas a hacer cosas buenas, pero no pueden decirnos por si misma qué es bueno o qué es malo. Puede conducirnos, más bien, a cosas malas y tratarlas como si fueran buenas solo porque las deseamos. Puede confundirnos al punto de creer que decir que algo es bueno significa, simplemente, decir que lo deseo. Sin embargo, evidentemente, es posible querer cosas malas –incluso gravemente inicuas– y por eso necesitamos fe y razón para discernir qué es bueno. Debemos ordenar nuestros sentimientos y pasiones en línea con lo bueno. En un alma rectamente ordenada, la razón controla la pasión. La pasión aún nos mueve, pero hacia fines buenos: moralmente correctos, justos, rectos, que son aprehendidos por nuestras capacidades racionales iluminadas por la fe.

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