Por: Víctor Maldonado
Publicado originalmente por la Asociación Civil venezolana CEDICE. El original se encuentra en el siguiente link: http://www.cedice.org.ve/detalle.asp?ID=5794
Las instituciones son el conjunto de reglas, acuerdos y convenciones sociales que regulan la vida pública, fundan la confianza y permiten un funcionamiento fluido, a partir de reglas del juego respecto de las cuales todos tienen la expectativa recíproca del acatamiento universal. Sin ellas priva la montonera, la duda, la suspicacia y el esfuerzo improductivo. Y los enemigos de la libertad lo saben. De allí el esfuerzo desmedido de esta revolución para dejarnos al desamparo, demoliendo todas y cada una de las convicciones y prácticas ciudadanas. Ellos saben que al margen de las instituciones, todos somos más frágiles y prestos a someternos a las disposiciones de la autocracia. Por eso el combate a muerte contra los esfuerzos que hemos invertido en construir y acatar las instituciones de la libertad.
Me refiero, por supuesto, a la extraordinaria labor social que ha significado la vigencia de la Mesa de la Unidad Democrática y cada una de sus expresiones, que comenzó con los acuerdos para un funcionamiento estable -más allá de lo electoral- sin pretender ignorar los retos de la diversidad y el pluralismo democráticos, se esmeró en la presentación al país de los lineamientos programáticos, y tiene uno de sus más rotundos éxitos al haber llevado a cabo un cronograma electoral para la realización de primarias, universalmente acatado, y que contó como reconocimiento y contraparte, una masiva participación, esos tres millones de personas que sin prestar oídos a las amenazas o a la desesperanza, cambiaron un día de cola por seis años más de tiranía. Las instituciones de la libertad son todos estos esfuerzos, con liderazgos, autoridad y responsabilidades, que nos hemos provisto y acatado. Y que contrastan con esa concentración del poder tan propia de los autócratas, pero tan peligrosa e inútil como el perro que intenta morderse la cola. Esta vez, sin estridencias ni aspavientos, hemos edificado una institucionalidad que nos ha permitido mantener los consensos, preservar la unidad y obtener resultados irrefutables. Una inmensa ganancia que hay que reconocer a todos los actores sociales que la han hecho posible. Y que nos toca a nosotros preservar de los ataques y descalificaciones que vendrán desde el sector oficial, precisamente porque son las instituciones las que nos dan esa fortaleza, las que nos permiten el contraste, y las que posiblemente nos darán la oportunidad de relevar el régimen para construir un nuevo modelo de convivencia, fundado en la democracia y en la libertad.
Quedan muchos retos. El mantener la fe y la confianza. El seguir firmes en la disciplina de la solidaridad, para continuar obteniendo victorias. El no desdeñar el mensaje unitario, integrador e incluyente. El reflexionar sobre la justicia retributiva para dar una respuesta apropiada a los que han sufrido expoliación. El no perder la oportunidad para revisar los errores de la vieja política, que siempre apuesta al caudillo, y hacer todos los esfuerzos posibles para sentar las bases de una fuerte unidad nacional, que no tema acopiar la pujanza de la sociedad civil, ni se apene por conjugar el arrojo de la dirigencia de los partidos políticos.
El 12 de marzo de 1990, Patricio Aylwin se dirigió por primera vez a los chilenos como Presidente democrático de la República, el primero luego de 17 años de dictadura militar. Su mensaje puede ser parafraseado como parte de nuestra agenda impostergable: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los venezolanos, cualesquiera sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares, porque ¡Venezuela es una sola! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos! ¡Tenemos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia venezolana! Sean trabajadores o empresarios, obreros o intelectuales; acortar las agudas desigualdades que nos dividen y, muy especialmente, elevar a niveles dignos y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; impulsar el crecimiento y asegurar la estabilidad de nuestra economía; mejorar los términos de intercambio de nuestro comercio exterior; contribuir con nuestros mejores aportes a la democratización, al desarrollo e integración de América Latina y a la consolidación de la paz en el mundo; implementar, en fin, las políticas diseñadas en el programa de gobierno que la MUD presentó al país.
No hay tiempo para el odio. Hay que trabajar para que volvamos a ser libres.