Por Robert P. George,
Catedrático McCormick de Jurisprudencia y director del Programa James Madison en Princeton University. Doctor en Derecho por Harvard University y en Filosofía por Oxford University.
Traducción e interpretación por:
Juan Alonso Tello Mendoza
Publiqué a inicios de este año el artículo académico El caso Dobbs: de la Constitución viva a la Democracia Constitucional viva. En él analicé el debate jurídico sobre el aborto en los Estados Unidos y, particularmente, el desarrollo argumentativo presentado por la Corte Suprema en dicha sentencia (Dobbs), de junio de 2022. Tras la emisión de tal fallo, determinadas unidades de distintas universidades estadounidenses ―entre ellas, Princeton University― adoptaron una posición oficial al respecto. El artículo de opinión cuya versión al español comparto en esta ocasión mantiene una aproximación crítica sobre este tipo de proceder cuando nos hallamos frente a centros públicos de educación superior.
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Tras la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos en el caso Dobbs contra Jackson Women’s Health Organization a principios del verano pasado, el Programa de Estudios de Género y Sexualidad de la Universidad de Princeton emitió una declaración en la que condenaba enérgicamente el fallo. El director afirmaba que el programa se “solidarizaba» con las personas cuyos derechos habían sido supuestamente despojados por cinco jueces conservadores que seguían las órdenes “racistas» y «sexistas» de la «derecha cristiana», obligando a las mujeres a soportar «embarazos forzados» y perpetrando un «ataque sin precedentes a la democracia».
No me cabe duda de que la declaración reflejaba las opiniones de una gran mayoría de los asociados al Programa de Estudios de Género y Sexualidad. Pero ¿fue correcto que el director, en nombre de una unidad oficial de la universidad, declare una postura institucional sobre la sentencia Dobbs?
Yo mismo soy director de un programa académico en Princeton: el Programa James Madison sobre Ideales e Instituciones Americanas. La mayoría de sus asociados creen que el aborto electivo viola los derechos de los niños no nacidos. Siendo así: ¿Hubiese sido apropiado que este programa emitiera la siguiente declaración?
El Programa James Madison de la Universidad de Princeton aplaude al Tribunal Supremo de los Estados Unidos por rectificar una atrocidad constitucional y moral de larga data. El supuesto derecho constitucional al aborto, impuesto a la nación por el Tribunal Supremo hace casi 50 años mediante el caso Roe v. Wade, carecía de toda base en el texto, la lógica, la estructura o la comprensión original de la Constitución de los Estados Unidos. Fue «un acto de vehemente poder judicial», por citar el voto disidente del juez Byron White en Roe, que privó al pueblo estadounidense de su derecho a actuar mediante procedimientos democráticos constitucionalmente prescritos para proteger a los niños inocentes en el vientre materno de la violencia letal del aborto. El Tribunal Supremo ha finalmente relegado un trágico error al montón de cenizas de la historia junto a decisiones igualmente injustas e ignominiosas como Dred Scott v. Sanford, Plessy v. Ferguson, Buck v. Bell y Korematsu v. EE.UU.
El Programa James Madison ―sin embargo― no emitió ninguna declaración de este tipo. Ni siquiera yo, como director, me planteé en momento alguno emitir tal declaración o pedir a mis colegas que lo hiciesen. Aunque ciertamente puedo hablar en mi nombre e identificarme como miembro del profesorado de Princeton al hacerlo, mi entendimiento de lo apropiado fue y es que sería impropio que mis colegas y yo identificáramos a la universidad o a una de sus unidades con una opinión sobre el acierto o desacierto de la sentencia Dobbs, o con pronunciamientos radicales sobre la justicia o injusticia del aborto.
La razón es tan sencilla como clara: se trata de cuestiones en las que discrepan personas razonables de buena voluntad en nuestra comunidad. Uno debe sentirse bienvenido en Princeton -en el Programa James Madison y en cualquier otra unidad de la universidad- si es provida, como yo, o si es proabortista, como muchos otros en nuestra comunidad; de igual modo, si uno piensa que Roe v. Wade conforma una violación de los derechos humanos o, por el contrario, su reivindicación.
Nadie en la universidad ni en ninguno de sus departamentos debe sentirse como «nativo» o «intruso» en función de sus opiniones sobre el aborto o el estatus moral de la vida humana no nacida. Nadie debe ser considerado «ortodoxo» o «herético» en el Programa James Madison ni en ningún otro departamento o programa de la universidad por sus opiniones, sean cuales sean. Al fin y al cabo, somos una universidad, una institución académica, no un partido político, ni una iglesia, ni el equivalente ideológico secular de una iglesia. Las universidades como Princeton deben proporcionar un modelo de comunidad saludable en el que personas con diferentes puntos de vista puedan involucrarse civilizadamente y coexistir, especialmente, en un momento en el que la sociedad estadounidense está profundamente polarizada y las personas con diferentes perspectivas políticas son más propensas a demonizarse que a concertar entre sí.
Hay, por supuesto, universidades de afiliación religiosa. Princeton, sin embargo, no es una universidad de este tipo, y no lo ha sido durante mucho tiempo. Es una institución no confesional. En Princeton, nuestro papel es proporcionar, en palabras de nuestro presidente, Christopher Eisgruber, «un foro imparcial para la discusión, el debate, la erudición y la enseñanza vigorosos y de alta calidad». Esto significa que nosotros, como miembros de la facultad y estudiantes, debemos esforzarnos por debatir cuestiones controvertidas de una manera sólida, civilizada y en busca de la verdad, y que debemos ser libres de hacerlo sin que la universidad ponga su pulgar en la balanza del debate…
Como ya he señalado, Princeton fue una vez una universidad confesional: Hasta hace casi un siglo estaba afiliada al cristianismo presbiteriano. Hoy, como universidad no confesional, su misión ya no incluye la propagación de doctrinas confesionales. En este aspecto crucial, es diferente de Notre Dame, Brigham Young, Baylor, Yeshiva y Zaytuna. No tengo nada en contra de esas instituciones. De hecho, creo que hacen un gran trabajo. He dado conferencias en todas ellas. Y me alegro de que estén a disposición de los estudiantes y familias que consideran importante una educación de base religiosa.
Pero creo que también es valioso que existan grandes universidades no confesionales como Princeton, la Universidad de Chicago, la Universidad de Michigan y las demás, en las que la gente esté unida no por compromisos compartidos de dogmas religiosos o ideologías seculares, sino por, y sólo por, un compromiso con la búsqueda, preservación y transmisión del conocimiento —y la comprensión de que la causa de la búsqueda del conocimiento sólo puede avanzar poderosamente fomentando el compromiso crítico de ideas entre personas que tienen desacuerdos fundamentales sobre cuestiones normativas y otras cuestiones importantes.
Publicado originalmente en inglés en The Atlantic.