Por: Miguel Alarcón Pezzini
Estudiante de la PUCP

No será la guerra del fin del mundo, pero viene siendo la guerra de la que todo el mundo espera un fin. Se trata de la ola de violencia, lindante con una guerra civil, que sacude desde hace un año a Siria. Este conflicto ha puesto en velo a toda la Comunidad Internacional, quien busca alguna mediación entre el régimen de Bashar al Asad y las fuerzas disidentes, denominadas Ejército de Siria Libre. La Primavera Árabe, que había logrado mediante un efecto dominó derrocar a dictadores como Ben Alí en Túnez, Mubarak en Egipto, Abduláh Saleh en Yemen, Gafadi en Libia, además de promover una importante reforma constitucional en el Marruecos del rey Mohamed VI, ha encontrado una piedra en el zapato que le impide desarrollarse libremente. Esta piedra se llama Bashar al Asad y todo hace presagiar que, en el corto plazo, va a resultar imposible su salida del poder.

Al igual que en Libia, las fuerzas oficialistas han reprimido indiscriminadamente toda oposición al régimen, atentando, inclusive, contra la vida de gente inocente. Sin embargo, como bien señalan los especialistas, Siria no es Libia.

En primer lugar, Al Asad ha sabido utilizar un discurso de miedo en el que asegura que una posible victoria de la disidencia, mayoritariamente suní, sería sinónimo del ascenso de un grupo radical que impondría un islam fundamentalista. Este posible escenario genera temor entre las diversas etnias que conforman Siria, como los cristianos que representan un 10% de la población. A saber, el régimen está compuesto por una minoría alawita -subgrupo chií- (aproximadamente el 10% de la población), frente a una mayoría suní diseminada alrededor del país, la cual conforma un 60% de los habitantes. Esta es precisamente una de sus principales ventajas. Al existir un pequeño grupo alawita representado en el poder, su lealtad hacia el régimen se fortalece, creando un sentimiento de unificación dentro de ese grupo étnico. Si al-Asad se cae los alawitas perderían su posición privilegiada y se transformarían en un grupo humano vulnerable.

Por otro lado, Siria cuenta con dos aliados importantes. Uno de ellos es Rusia, país que vetó, junto con China, la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de aprobarse abría abierto la puerta a que Siria sea intervenido militarmente. Rusia no sólo comercializa armas con los sirios, sino que cuenta con este país como uno de los pocos aliados que le quedan en la región. Otro apoyo importante para Siria es Irán, con quien comparte la base de la doctrina chiita (Irán es una teocracia chií). La unión también radica en el apoyo incondicional que ambos regímenes prestan  al grupo terrorista libanés Hezbolá, que ayuda a mantener en jaque al gobierno de ese país.

Este conflicto arrecia en tiempos en los que una nueva Guerra Fría parece formarse. No hay que olvidar que Israel y Siria son países vecinos. Ante cualquier ofensiva en la frontera, como ya ocurre en el norte con Turquía, podría desencadenarse una guerra que parece inminente. Probablemente Irán intervendría a favor de los sirios, quedando enfrentado con Israel (país con el cual tiene tensas las relaciones, debido al avance del programa nuclear por parte del gobierno de Ahmadineyad).

Este enfrentamiento podría desatar una guerra atroz en la que las armas nucleares estarían a disposición. Estados Unidos y Rusia aparecerían tácitamente detrás de sus respectivos aliados. Esto podría avivar rencores del pasado, ahora, en pleno siglo XXI. No obstante, esta es sólo una hipótesis extremista. Por el momento, Bashar al Asad puede respirar tranquilo, puesto que las elecciones estadounidenses así como las francesas, y la crisis europea mantendrán fuera del mapa, en un corto plazo, a las principales potencias del mundo. Sólo habrá que apelar a la diplomacia, y tratar de conseguir algún acuerdo.

La ONU, de la mando de Kofi Annan su ex secretario general, ya se encuentra en Siria, intentado encontrar soluciones y algún atisbo de armisticio en el horizonte. Aunque por el momento, el panorama se presenta gris. Esperemos que Bukowski se haya equivocado al afirmar que la vida gira sobre un eje podrido. Ojalá que el eje de la cordura pueda imperar por sobre toda guerra. Al final, quien sale perdiendo no es Siria, ni Estados Unidos, ni Rusia; el principal perdedor de esta guerra será el mundo.