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MG: ¿Cómo logramos que las investigaciones realizadas por la comunidad académica y científica de nuestro país tengan una mayor presencia en la generación de políticas públicas y que, así también, contribuyan al desarrollo de la agenda climática interna? AS: Es una difícil tarea. En realidad una de las formas principales es a través de las publicaciones, de los artículos científicos, los libros, las conferencias. Pero también a través del dialogo con la política, a través de agendas de investigación y mediante la inclusión de la clase política dentro de la discusión académica.
Hoy se festeja el día de San Valentín, en Perú el “día del amor y la amistad”,en Argentina el "día del amor y punto" - eso, entre otras cosas, explica por qué los argentinos vamos masivamente a terapia-. Este día me puso entre romántica y peleona (no se rían, hay quien encuentra esa combinación encantadora). Así que vamos con el amor.
Hace algunas semanas se llevó acabo en la Universidad Católica un debate entre los profesores Martín Mejorada y Fernando del Mastro sobre los denominados “controles sorpresa”, un método por el cual, sin previo aviso el profesor puede decidir a discreción tomar o no una evaluación sobre determinadas lecturas asignadas. Uno a uno se fueron dando los argumentos tanto a favor como en contra de dicho sistema de evaluación, con muy enriquecedores argumentos de ambos lados. Es verdad que en materia educativa existen largos y longevos debates en torno a cual es el mejor modelo educativo a seguir. Mientras, por ejemplo, el profesor del Mastro argumentaba que los controles sorpresa lo único que generan es ansiedad en los alumnos, y por tanto, disminuyen su motivación y capacidad para retener contenidos, el profesor Mejorada mencionaba que los controles sorpresa son una forma de evaluación continua que permite crear un estándar igual para todos los alumnos y no solo beneficiar del aprendizaje a aquellos que estén “más interesados en la clase”. Ambas posturas son, sin duda, válidas y muy ricas para el debate.
La sociología estudia el fenómeno de la medicalización de la sociedad desde los años sesenta del siglo XX. Ella ha sido definida como “aquel proceso por el cual problemas no médicos se definen en términos médicos, usualmente como enfermedades o trastornos”; es decir, una conducta o situación humana es descrita utilizando lenguaje y términos médicos, encuadrada en el marco teórico de la medicina o bien tratado a través de la intervención médica[1]. En la actualidad se debate la medicalización de conductas tales como la adicción a las compras, la obesidad, la adicción a internet -por mencionar algunas de las más polémicas- y un rango cada vez mayor de “trastornos de ansiedad”. Ha resultado evidente que a lo largo del siglo pasado los límites de la competencia de la medicina se expandieron sustancialmente debido a razones tan diversas como la profesionalización de la medicina, el accionar de “emprendedores morales”, la creciente eficacia de la medicina en curar y hasta erradicar enfermedades, el impacto de los movimientos sociales y los reclamos por el derecho a la salud, la organización de grupos de pacientes así como por la influencia y creciente presión de la industria farmacéutica[2].
Esta semana, las noticias con contenido jurídico más relevantes son: 1) Nueva sentencia contra Perú en la Corte IDH, 2) Corte Superior de Lima se declara en emergencia, 3) E.E.U.U: Varios arrestados en protesta por muerte de joven afroamericano, 4) Villarán y gestión entrante municipal se enfrentan por número de despedidos, 5) Venezuela: Chavismo copa las instituciones, 6) Ministro Urresti acusa a los miembros del Movadef por apología al terrorismo en muestra de arte.
En las últimas semanas tuve la suerte de participar en un programa intensivo de integración Iberoamericana que se desarrolló en España y Bélgica. Bajo el nombre de “XIII Edición para Jóvenes Líderes Iberoamericanos”, la Fundación Carolina, junto al Banco Santander y la Fundación Rafael del Pino, prepararon una ambiciosa agenda de visitas a distintas personalidades de estos países.
Históricamente, la selección de un príncipe fue por el accidente de su nacimiento noble, y típicamente el único requisito personal fue su educación como futuro príncipe y custodio de la dinastía, su posición, y sus posesiones. Esto no aseguraba que un príncipe no fuera malo y peligroso, por supuesto. Sin embargo, vale recordar que todo príncipe que fallaba en su deber primario de preservar la dinastía – que arruinaba al país, que causaba inestabilidad, confusión y disensión civil, o que de cualquiera forma pusiera en peligro la posición de la dinastía – encaraba el riesgo inmediato o bien de ser neutralizado o de ser asesinado por otro miembro de su propia familia.
Por Marc Gericó, Managing Partner de Gericó Associates.  El sector legal sigue en constante (re)evolución. Prueba de ello es la noticia del 14 de enero del diario anglosajón The Telegraph, que describía cómo un estudiante emprendedor ha construido un robot abogado que...
Por: Thomas Thorndike Máster en Derecho (LL.M.) - Columbia University. Abogado de Cuatrecasas, Gonçalves Pereira Hace poco tiempo leí una curiosa entrevista a nuestro actual Presidente de la República, en la que básicamente se le preguntaba respecto a la práctica...
Por: Gary Galles. Profesor de economía en la Universidad de Pepperdine. Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4855. En Acción de Gracias, los estadounidenses recuerdan sus bendiciones alrededor de estupendas comidas, con imaginería que se remonta a los Peregrinos,...

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