Por: Guillermo Cabieses Crovetto

El reciente episodio acaecido entre un joven y el Presidente de la República ha captado el interés de los medios y ha sido fuente de un sin número de declaraciones y ha reafirmado mi creencia en que la definición que dio Nicolás de Piérola de nuestro país es la más precisa que jamás leí, “Perú, país de desconcertadas gentes”, no le faltaba razón a Don Nicolás cuando nos definió como un país de desconcertados. Vamos a ver por qué.

Esta historia se inició con un grito de “corrupto” que un malcriado le lanzó al Presidente en un hospital. Ante esto, el Presidente, según su propia versión, puso en su lugar al ciudadano increpándolo por su malacrianza (en criollo, se puso “de pico a pico” con él). Aquí es donde la historia se enreda, pues el atrevido jovenzuelo contradice al Presidente pues dice que éste le dio una bofetada.

Así, tenemos la palabra presidencial (quizá un poquito mellada por el famoso incidente de la “patadita” ocurrida en el año 2004) contra el dicho de este irrespetuoso ciudadano. Lo natural en casos como éstos es recurrir a testigos, pero hasta donde sé, no hay testimoniales concluyentes respecto de qué fue lo que realmente pasó.

Debo confesar que este incidente, incluso en la más moderada versión del Presidente, ya es bastante cuestionable. No parece propio que el Presidente le devuelva el insulto a un ciudadano. La experiencia internacional nos muestra que los mandatarios deben guardar la compostura en todas las circunstancias, pues representan a la nación. Para poner ejemplos recientes (en la historia hay miles), en los últimos días le aventaron un libro al Presidente Obama en EE.UU. y éste no hizo nada al respecto, dejó, como es propio de la embestidura presidencial, que su seguridad se haga cargo del tema. Ante el mismo Obama hace muy poco una persona se desnudó en un mitin y el mandatario nuevamente dejó que sea su seguridad la que se encargue. En otro capítulo histórico, no vimos a George W. Bush quitándose los zapatos para aventárselos de vuelta al ciudadano iraquí que le aventó los suyos en una conferencia de prensa.

Ahora, si el Presidente le hubiese metido una bofetada al ciudadano en cuestión, eso sí sería gravísimo. No obstante, no hay pruebas al respecto y no haré conjeturas al respecto. Tampoco me pronunciaré sobre la confesión de un misterioso sujeto que dice trabajar en el hospital donde se produjo el acontecimiento, inculpándose de la agresión al insolente o, respecto de las del Presidente acerca de que él vio la agresión pero no dijo nada a la prensa la primera vez que habló del tema porque no es un acusete (término que no escuchaba desde primaria para ser honesto).

Más bien me ocuparé de dos declaraciones que han llamado poderosamente mi atención. La primera es la de un congresista que para justificar la supuesta agresión presidencial dijo que en última instancia “si hubo bofetada estaría bien” pues en su concepto “el que la busca la encuentra”. Como vemos, en opinión de este padre de la patria, eso le pasa al muchacho ese por andar insultando a la gente. No contento con eso, dijo –y esta es la joya de la corona– que al ciudadano en cuestión no se le puede creer nada porque tiene “cara de loco”. ¡Increíble!

Si ese fuese un criterio para creer en lo que dicen las personas, varios políticos no tendrían ni una pizca de credibilidad.
Esa declaración, empero, no es la más absurda que este novelesco capítulo ha provocado, pues mucho me temo que hay una más disparatada y corresponde a un miembro del Poder Judicial que al ser consultado por lo ocurrido, lejos de condenarlo y lamentar el incidente tuvo la desfachatez de decir: “Ha sido prudente el Presidente, porque otro dignatario a lo mejor en vez de una cachetada le hubiera tirado un puñetazo. Hablando claro, sólo en un país de maricas se permite que se insulte a la gente sin hacer nada” (énfasis agregado).

Lo primero que pensé al escuchar estas desafortunadas declaraciones es que para este ciudadano la acción directa –autotutela- es un remedio que los ciudadanos tienen expedito y deben usar so pena de ser considerados “maricas” (lo que a criterio de ese señor es algo malo). A su vez, me pareció curioso, que se invoque a las personas a que ante un insulto hagan justicia por sus propias manos, cuando eso es justamente lo que la ley prohíbe y la razón principal por la que existe el Poder Judicial. Llegué a pensar que quizás la carga judicial es tan grande que se ha decidido recomendar a la gente que la alivie haciendo justicia por sus propias manos, pero además una justicia de “machos”, nada de “mariconadas”. En el Perú la “Ley del Talion” (ojo por ojo, diente por diente) es poca cosa, “la reciprocidad no es de hombres”, ante un insulto no se responde con otro, sino con una bofetada (si se es prudente) o un puñetazo, es decir: ¡con una agresión física!

Bajo esa lógica, entonces ante una agresión física, ¿qué corresponde?, digo, para no ser un “marica”… pues probablemente una paliza y ante una paliza, ni pensarlo…

Sin embargo, este mismo señor luego ha señalado que sus palabras han sido distorsionadas (yo creo más bien que fueron, por decir lo menos, desafortunadas) y dijo además, como un mal ensayo de disculpa: “En la hipótesis de que mis expresiones hayan herido susceptibilidades, las retiro y me disculpo”.

¿Díganme, no están desconcertados?

¿Cómo citar este artículo?
CABIESES CROVETTO, Guillermo. ¿Perú, país de «maricas» o de desconcertadas gentes?. En: Enfoque Derecho, 22 de octubre de 2010. https://enfoquederecho.com/peru-pais-de-maricas-o-de-desconcertadas-gentes (visitado el dd/mm/aa a las hh:mm).

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